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1. XIV Asamblea General Ordinaria

INSTRUMENTUM LABORIS

  Ciudad del Vaticano a 23 de junio de 2015

Sínodo de los Obispos

 

III PARTE

LA MISIÓN DE LA FAMILIA HOY

 

Capítulo III
Familia y acompañamiento eclesial

 

Solicitud pastoral por quienes viven en el matrimonio civil o en convivencias

 

98. (41) El Sínodo anuncia y promueve el matrimonio cristiano, a la vez que alienta el discernimiento pastoral de las situaciones de tantas personas que ya no viven esta realidad. Es importante entrar en diálogo pastoral con ellas a fin de poner de relieve los elementos de su vida que puedan llevar a una mayor apertura al Evangelio del matrimonio en su plenitud. Los pastores deben identificar elementos que favorezcan la evangelización y el crecimiento humano y espiritual. Una sensibilidad nueva de la pastoral hodierna, consiste en identificar los elementos positivos presentes en los matrimonios civiles y, salvadas las debidas diferencias, en las convivencias. Es preciso que en la propuesta eclesial, aun afirmando con claridad el mensaje cristiano, indiquemos también los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a dicho mensaje.

 

99. El sacramento del matrimonio, como unión fiel e indisoluble entre un hombre y una mujer llamados a acogerse mutuamente y a acoger la vida, es una gracia grande para la familia humana. La Iglesia tiene el deber y la misión de anunciar esta gracia a todos y en todos los contextos. Además, debe ser capaz de acompañar a quienes viven el matrimonio civil o la convivencia en el descubrimiento gradual de las semillas del Verbo que encierran, para valorarlas, hasta la plenitud de la unión sacramental.

 

En camino hacia el sacramento nupcial

 

100. (42) Se observó también que en numerosos países un «creciente número de parejas conviven ad experimentum, sin matrimonio ni canónico, ni civil» (IL, 81). En algunos países esto sucede especialmente en el matrimonio tradicional, concertado entre familias y con frecuencia celebrado en diversas etapas. En otros países, en cambio, crece continuamente el número de quienes después de haber vivido juntos durante largo tiempo piden la celebración del matrimonio en la Iglesia. La simple convivencia a menudo se elige a causa de la mentalidad general contraria a las instituciones y a los compromisos definitivos, pero también porque se espera adquirir una mayor seguridad existencial (trabajo y salario fijo). En otros países, por último, las uniones de hecho son muy numerosas, no sólo por el rechazo de los valores de la familia y del matrimonio, sino sobre todo por el hecho de que casarse se considera un lujo, por las condiciones sociales, de modo que la miseria material impulsa a vivir uniones de hecho.

 

101. (43) Es preciso afrontar todas estas situaciones de manera constructiva, tratando de transformarlas en oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio. Se trata de acogerlas y acompañarlas con paciencia y delicadeza. Para ello es importante el testimonio atractivo de auténticas familias cristianas, como sujetos de la evangelización de la familia.

 

102. La elección del matrimonio civil o, en diversos casos, de la convivencia con mucha frecuencia no está motivada por prejuicios o resistencias respecto a la unión sacramental, sino por situaciones culturales o contingentes. En numerosas circunstancias, la decisión de vivir juntos es signo de una relación que desea estructurarse y abrirse a una perspectiva de plenitud. Esta voluntad, que se traduce en un vínculo duradero, fiable y abierto a la vida, puede considerarse una condición de la que partir para un camino de crecimiento abierto a la posibilidad del matrimonio sacramental: un bien posible que debe ser anunciado como don que enriquece y fortalece la vida conyugal y familiar, más que como un ideal difícil de realizar.

 

103. Para hacer frente a esta necesidad pastoral, la comunidad cristiana, sobre todo a nivel local, debe empeñarse en reforzar el estilo de acogida que le es propio. Mediante la dinámica pastoral de las relaciones personales es posible dar concreción a una sana pedagogía que, animada por la gracia y de modo respetuoso, favorezca la apertura gradual de las mentes y los corazones a la plenitud del plan de Dios. En este ámbito desempeña un papel importante la familia cristiana que testimonia con la vida la verdad del Evangelio.

 

Cuidar de las familias heridas (separados, divorciados no vueltos a casar, divorciados vueltos a casar, familias monoparentales)

 

104. (44) Cuando los esposos experimentan problemas en sus relaciones, deben poder contar con la ayuda y el acompañamiento de la Iglesia. La pastoral de la caridad y la misericordia tratan de recuperar a las personas y las relaciones. La experiencia muestra que, con una ayuda adecuada y con la acción de reconciliación de la gracia, un gran porcentaje de crisis matrimoniales se superan de manera satisfactoria. Saber perdonar y sentirse perdonados es una experiencia fundamental en la vida familiar. El perdón entre los esposos permite experimentar un amor que es para siempre y no acaba nunca (cfr. 1 Cor 13,8). Sin embargo, a veces resulta difícil para quien ha recibido el perdón de Dios tener la fuerza para ofrecer un perdón auténtico que regenere a la persona.

 

El arte del acompañamiento

 

109. (46) Ante todo, hay que escuchar a cada familia con respeto y amor, haciéndose compañeros de camino como Cristo con los discípulos en el camino de Emaús. Valen especialmente para estas situaciones las palabras del Papa Francisco: «La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos— en este “arte del acompañamiento”, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cfr. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana» (EG, 169).

 

110. Muchos han apreciado la referencia de los Padres sinodales a la imagen de Jesús que acompaña a los discípulos de Emaús. Estar cerca de la familia como compañera de camino significa, para la Iglesia, asumir una actitud sabia y diferenciada. A veces, hay que permanecer al lado y escuchar en silencio; otras, ponerse delante para indicar el camino por el que proceder; otras, estar detrás para sostener y alentar. La Iglesia hace propios, compartiéndolos con afecto, las alegrías y las esperanzas, los dolores y las angustias de cada familia.

 

111. Se observa que, en este ámbito de la pastoral familiar, el mayor sostén lo aportan los movimientos y las asociaciones eclesiales, en los cuales la dimensión comunitaria se resalta y se vive mayormente. Al tiempo mismo, también es importante preparar específicamente a los sacerdotes a este ministerio de la consolación y de la solicitud. De varias partes llega la invitación a instituir centros especializados donde sacerdotes y/o religiosos aprendan a hacerse cargo de las familias, en particular de las familias heridas, y se comprometan a acompañar su camino en la comunidad cristiana, la cual no siempre está preparada para sostener esta tarea de modo adecuado.

 

Los separados y los divorciados fieles al vínculo

 

112. (47) Un discernimiento particular es indispensable para acompañar pastoralmente a los separados, los divorciados, los abandonados. Hay que acoger y valorar especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados por los maltratos del cónyuge a romper la convivencia. El perdón por la injusticia sufrida no es fácil, pero es un camino que la gracia hace posible. De aquí la necesidad de una pastoral de la reconciliación y de la mediación, a través de centros de escucha especializados que habría que establecer en las diócesis. Asimismo, siempre hay que subrayar que es indispensable hacerse cargo de manera leal y constructiva de las consecuencias de la separación o del divorcio sobre los hijos, en cualquier caso víctimas inocentes de la situación. Los hijos no pueden ser un “objeto” que contenderse y hay que buscar las mejores formas para que puedan superar el trauma de la escisión familiar y crecer de la manera más serena posible. En cada caso la Iglesia siempre deberá poner de relieve la injusticia que con mucha frecuencia deriva de la situación del divorcio. Hay que prestar especial atención al acompañamiento de las familias monoparentales; en particular, hay que ayudar a las mujeres que deben llevar adelante solas la responsabilidad de la casa y la educación de los hijos.

 

Dios nunca abandona

 

113. Desde diversas partes se señala que la actitud misericordiosa con aquellos cuya relación matrimonial se ha roto requiere prestar atención a los diferentes aspectos objetivos y subjetivos que han determinado la ruptura. Muchas voces ponen de relieve que a menudo el drama de la separación llega al final de largos períodos de conflictividad que, en el caso de que haya hijos, han producido todavía mayores sufrimientos. A esto sigue además la prueba de la soledad en la que se encuentra el cónyuge que ha sido abandonado o que ha tenido la fuerza de interrumpir una convivencia caracterizada por continuos y graves maltratos sufridos. Se trata de situaciones para las cuales se espera una solicitud particular de parte de la comunidad cristiana, especialmente respecto de las familias monoparentales, en las que a veces surgen problemas económicos a causa de un trabajo precario, de las dificultades para mantener a los hijos o de la falta de una casa.

 

La condición de quienes no emprenden una nueva unión, permaneciendo fieles al vínculo, merece todo el aprecio y el sostén de parte de la Iglesia, que tiene el deber de mostrarles el rostro de un Dios que nunca abandona y que es siempre capaz de dar nuevamente fuerza y esperanza.

 

Agilización de los procedimientos e importancia de la fe en las causas de nulidad

 

114. (48) Un gran número de los Padres subrayó la necesidad de hacer más accesibles y ágiles, posiblemente totalmente gratuitos, los procedimientos para el reconocimiento de los casos de nulidad. Entre las propuestas se indicaron: dejar atrás la necesidad de la doble sentencia conforme; la posibilidad de determinar una vía administrativa bajo la responsabilidad del Obispo diocesano; un juicio sumario a poner en marcha en los casos de nulidad notoria. Sin embargo, algunos Padres se manifiestan contrarios a estas propuestas porque no garantizarían un juicio fiable. Cabe recalcar que en todos estos casos se trata de comprobación de la verdad acerca de la validez del vínculo. Según otras propuestas, habría que considerar la posibilidad de dar relevancia al rol de la fe de los prometidos en orden a la validez del sacramento del matrimonio, teniendo presente que entre bautizados todos los matrimonios válidos son sacramento.

 

115. Se observa un amplio consenso sobre la oportunidad de hacer más accesibles y ágiles, posiblemente gratuitos, los procedimientos para el reconocimiento de los casos de nulidad matrimonial.

 

En cuanto a la gratuidad, algunos sugieren instituir en las Diócesis un servicio estable de asesoramiento gratuito. Respecto a la doble sentencia conforme, existe amplia convergencia en orden a abandonarla, salvando la posibilidad de recurso de parte del Defensor del vínculo o de una de las partes. Viceversa, no cosecha un consenso unánime la posibilidad de un procedimiento administrativo bajo la responsabilidad del Obispo diocesano, ya que algunos ven aspectos problemáticos. En cambio, hay mayor acuerdo sobre la posibilidad de un proceso canónico sumario en los casos de nulidad patente.

 

Respecto a la relevancia de la fe personal de los novios para la validez del consentimiento, se señala una convergencia sobre la importancia de la cuestión y una variedad de enfoques en la profundización.

 

La preparación de los agentes y el incremento de los tribunales

 

116. (49) Acerca de las causas matrimoniales, la agilización del procedimiento —requerido por muchos— además de la preparación de suficientes agentes, clérigos y laicos con dedicación prioritaria, exige resaltar la responsabilidad del Obispo diocesano, quien en su diócesis podría encargar a consultores debidamente preparados que aconsejaran gratuitamente a las partes acerca de la validez de su matrimonio. Dicha función puede ser desempeñada por una oficina o por personas calificadas (cfr. DC, art. 113, 1).

 

117. Se propone que en cada Diócesis se garanticen, de manera gratuita, los servicios de información, asesoramiento y mediación relacionados con la pastoral familiar, especialmente a disposición de personas separadas o de parejas en crisis. Un servicio así cualificado ayudaría a las personas a emprender el recorrido judicial, que en la historia de la Iglesia resulta ser el camino de discernimiento más acreditado para verificar la validez real del matrimonio. Además, de diversas partes, se pide un incremento y una mayor descentralización de los tribunales eclesiásticos, dotándolos de personal cualificado y competente.

 

Líneas pastorales comunes

 

118. (50) Hay que alentar a las personas divorciadas que no se han vuelto a casar —que a menudo son testigos de la fidelidad matrimonial— a encontrar en la Eucaristía el alimento que las sostenga en su estado. La comunidad local y los Pastores deben acompañar a estas personas con solicitud, sobre todo cuando hay hijos o su situación de pobreza es grave.

 

119. Según distintas voces, la atención a los casos concretos debería ir unida a la necesidad de promover líneas pastorales comunes. El hecho de que falten contribuye a acrecer la confusión y la división, y produce un sufrimiento intenso en quienes viven el fracaso del matrimonio, que a veces se sienten juzgados injustamente. Por ejemplo, se observa que algunos fieles separados, que no viven en una nueva unión, consideran pecaminosa la separación misma, por lo que se abstienen de recibir los sacramentos. Además, se dan casos de divorciados vueltos a casar civilmente que, al vivir en continencia por diferentes razones, no saben que pueden acercarse a los sacramentos en un lugar en que no se conozca su condición. Por otra parte hay situaciones de uniones irregulares de personas que en su foro interno han elegido el camino de la continencia y, por eso, pueden acceder a los sacramentos, prestando atención a no suscitar escándalo. Se trata de ejemplos que confirman la necesidad de ofrecer indicaciones claras de parte de la Iglesia, a fin de que aquellos de sus hijos que se encuentran en situaciones particulares, no se sientan discriminados.

 

La integración de los divorciados vueltos a casar civilmente en la comunidad cristiana

 

120. (51) Las situaciones de los divorciados vueltos a casar también exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que los haga sentir discriminados y promoviendo su participación en la vida de la comunidad. Hacerse cargo de ellos, para la comunidad cristiana no implica un debilitamiento de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, es más, en ese cuidado expresa precisamente su caridad.

 

121. Se requiere desde muchas partes que la atención y el acompañamiento respecto a los divorciados vueltos a casar civilmente se orienten hacia una integración cada vez mayor en la vida de la comunidad cristiana, teniendo en cuenta la diversidad de las situaciones de partida. Sin perjuicio de las sugerencias de Familiaris Consortio 84, habría que replantearse las formas de exclusión que se practican actualmente en los campos litúrgico-pastoral, educativo y caritativo. Puesto que estos fieles no están fuera de la Iglesia, se propone reflexionar acerca de la oportunidad de dejar atrás estas exclusiones. Por otro lado, siempre para favorecer una mayor integración de estas personas en la comunidad cristiana, habría que dirigir una atención específica a sus hijos, dado el papel educativo insustituible de los padres, en razón del preeminente interés del menor.

 

Es conveniente que estos caminos de integración pastoral de los divorciados vueltos a casar civilmente vayan precedidos por un oportuno discernimiento de parte de los pastores acerca de la irreversibilidad de la situación y la vida de fe de la pareja en una nueva unión, que vayan acompañados por una sensibilización de la comunidad cristiana en orden a la acogida de las personas interesadas y que se realicen según una ley de gradualidad (cfr. FC, 34), respetuosa de la maduración de las conciencias.

El camino penitencial

 

122. (52) Se reflexionó sobre la posibilidad de que los divorciados y vueltos a casar accediesen a los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. Varios Padres sinodales insistieron en favor de la disciplina actual, en virtud de la relación constitutiva entre la participación en la Eucaristía y la comunión con la Iglesia y su enseñanza sobre el matrimonio indisoluble. Otros se expresaron en favor de una acogida no generalizada a la mesa eucarística, en algunas situaciones particulares y con condiciones bien precisas, sobre todo cuando se trata de casos irreversibles y vinculados a obligaciones morales para con los hijos, quienes terminarían por padecer injustos sufrimientos. El eventual acceso a los sacramentos debería ir precedido de un camino penitencial bajo la responsabilidad del Obispo diocesano. Todavía es necesario profundizar la cuestión, teniendo bien presente la distinción entre situación objetiva de pecado y circunstancias atenuantes, dado que «la imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas» a causa de diversos «factores psíquicos o sociales» (CCC, 1735).

 

123. Para afrontar la temática apenas citada, existe un común acuerdo sobre la hipótesis de un itinerario de reconciliación o camino penitencial, bajo la autoridad del Obispo, para los fieles divorciados vueltos a casar civilmente, que se encuentran en situación de convivencia irreversible. En referencia a la Familiaris Consortio 84, se sugiere un itinerario de toma de conciencia del fracaso y de las heridas que este ha producido, con arrepentimiento, verificación de una posible nulidad del matrimonio, compromiso a la comunión espiritual y decisión de vivir en continencia.

 

Otros, por camino penitencial entienden un proceso de clarificación y de nueva orientación después del fracaso vivido, acompañado por un presbítero elegido para ello. Este proceso debería llevar al interesado a un juicio honesto sobre la propia condición, en la cual el presbítero pueda madurar su valoración para usar la potestad de unir y de desatar de modo adecuado a la situación.

 

En orden a la profundización acerca de la situación objetiva de pecado y la imputabilidad moral, algunos sugieren tomar en consideración la Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la Comunión eucarística por parte de fieles divorciados vueltos a casar de la Congregación para la Doctrina de la Fe (14 de septiembre de 1994) y la Declaración sobre la admisibilidad a la santa Comunión de los divorciados vueltos a casar del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos (24 de junio de 2000).

 

La participación espiritual en la comunión eclesial

 

124. (53) Algunos Padres sostuvieron que las personas divorciadas y vueltas a casar o convivientes pueden recurrir provechosamente a la comunión espiritual. Otros Padres se preguntaron por qué entonces no pueden acceder a la comunión sacramental. Se requiere, por tanto, una profundización de la temática que haga emerger la peculiaridad de las dos formas y su conexión con la teología del matrimonio.

 

125. El camino eclesial de incorporación a Cristo, iniciado con el Bautismo, también para los fieles divorciados y vueltos a casar civilmente procede por grados a través de la conversión continua. En este recorrido son diversas las modalidades con las que son invitados a conformar su vida al Señor Jesús, que con su gracia los guarda en la comunión eclesial. Como sugiere la Familiaris Consortio 84, entre estas formas de participación se recomiendan la escucha de la Palabra de Dios, la participación en la celebración eucarística, la perseverancia en la oración, las obras de caridad, las iniciativas comunitarias en favor de la justicia, la educación de los hijos en la fe, el espíritu de penitencia, todo ello sostenido por la oración y el testimonio acogedor la Iglesia. Fruto de dicha participación es la comunión del creyente con toda la comunidad, expresión de la inserción real en el Cuerpo eclesial de Cristo. Por lo que concierne a la comunión espiritual, hay que recordar que presupone la conversión y el estado de gracia y que está enlazada con la comunión sacramental.

 

La peculiaridad de la tradición ortodoxa

 

129. La referencia que algunos hacen a la praxis matrimonial de las Iglesias ortodoxas debe tener en cuenta la diversidad de concepción teológica de las nupcias. En la Ortodoxia existe la tendencia a relacionar la práctica de bendecir las segundas uniones con la noción de “economía” (oikonomia), entendida como condescendencia pastoral respecto a los matrimonios fracasados, sin poner en tela de juicio el ideal de la monogamia absoluta, o sea la unicidad del matrimonio. Esta bendición es de por sí una celebración penitencial para invocar la gracia del Espíritu Santo, a fin de que sane la debilidad humana y lleve de nuevo a los penitentes a la comunión con la Iglesia.

 

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