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APUNTES PARA CURSOS DE FILOSOFÍA 4/4

Asignaturas sistemáticas e históricas

»El plan de la obra completa incluye veinticinco volúmenes«

Título: Holograma filosófico

por Roberto García González

Dr. de Filosofía alemana por la Universität Innsbruck

 

4. La teoría y la praxis

 

El problema filosófico de la relación entre teoría y praxis es de carácter explícitamente ético, exige sólidos fundamentos antropológicos y conlleva especificaciones aplicativas de carácter jurídico, político, económico, social, ‘irénico’, eclesial, religioso y ecológico. Por lo tanto, repercute en nuestras actitudes ante Dios y ante el mundo.

 

Los futuros pastores de la Diócesis de Zamora tendrán que justificar inteligentemente sus opciones y actitudes ético-morales en torno a estos ámbitos de compromiso social exigidos por el Evangelio, por la moral cristiana y por la Doctrina Social de la Iglesia. La caridad pastoral exige también una misión profética solidaria para anunciar, denunciar y comprometerse en las circunstancias encarnativas a favor de la justicia social, lamentablemente tan descuidada en las últimas décadas. La filosofía puede ayudar a configurar una actitud sapiencial que moldee el perfil sapiencial de los futuros pastores de la Diócesis de Zamora.

 

A lo largo de la historia se pueden identificar tres orientaciones filosóficas cardinales en torno a este problema: la especulación teórico-intelectualista, el ‘accionismo’ a la carta y la búsqueda de una complementación armónica entre teoría y acción.

 

4.1 La especulación teórico-intelectualista

 

1) La filosofía helena fue acentuadamente intelectualista. Basta ilustrar esta afirmación con algunos ejemplos. La ingenuidad socrática suponía que el saber necesariamente hace al hombre más bueno en la acción moral. Platón hizo una invitación para que los filósofos se refugiaran contemplativamente en el mundo de las ideas, que según él era el auténticamente real. Aristóteles distinguió entre saberes teóricos, prácticos y técnicos. La ética y la política, ampliamente desarrolladas por el Estagirense, las incluía en el segundo tipo, pero según él, la θεωρία –en cuanto contemplación metafísica de la verdad–, es el nivel más alto de felicidad al que pueden aspirar los seres humanos más selectos, es decir, la pequeña minoría ociosa de filósofos.

 

En el mismo plano intelectualista se sitúan las propuestas éticas de las, así llamadas, escuelas de las tres ‘ees’ –estoicos, epicúreos y escépticos–, quienes proponen respectivamente la ἀπάθεια, la ἀταραξία y la ἐποχή, como ideales para la felicidad del hombre sabio.

 

Estas propuestas resultan consoladoras para quienes tienden al aislamiento medidativo o especulativo. Sin embargo, son consejos inútiles para las mayorías que carecen de propiedades y patrimonio, quienes se siguen preguntando, cómo han de vivir, para ser felices. La teoría griega fue incapaz de responder satisfactoriamente a esta cuestión práctica. En Roma las religiones mistéricas y el cristianismo ofrecieron una respuesta alternativa en su momento. Las demás religiones también lo han hecho en otros contextos.

 

2) El cristianismo ofrece tres modelos interpretativos para la acción moral: obedecer los preceptos santos de Dios, seguir los consejos del Dios bueno, someterse a la voluntad omnipotente de Dios. Sobre esta base religiosa Agustín, Tomás y los otros pensadores cristianos patrísticos y del Medioevo, han expuesto sus reflexiones rediseñando los esquemas filosóficos de Platón y Aristóteles. La ética tomasiana sigue los rasgos generales de la ética aristotélica, interpretada de modo cristiano, inclusive en la distinción de virtudes teórico-práctico-técnicas, en la consideración de la naturaleza humana como principio de acción ético/moral y en la consecución de la felicidad como finalidad de la ética cristiana. Sin embargo, en tono platonizante y agustiniano, Tomás precisa contra Aristóteles que la felicidad se encuentra en la perfecta θεωρία, es decir, en la contemplación de Dios, que es la perfecta «delectatio» y la auténtica «beatitudo».

 

Aunque la ética platónico-agustiniana y la ética aristotélico-tomasiana ofrezcan intuiciones y argumentos valiosos, no pueden servir como modelo definitivo para la ética cristiana, mucho menos como única propuesta universalizable, exigible y vinculante para la ética filosófica en general, y aún menos como solución concluyente al problema filosófico de la relación entre teoría y acción.

 

En circunstancias de mayor desventaja se encuentra la propuesta de Luther, quien –al unidimensionalizar el tercer modelo interpretativo del cristianismo para la acción moral– exige que el individuo se someta ciegamente a lo que Dios ordena, porque con su omnipotencia arbitraria hace que sus órdenes sean buenas y justas. Tomás de Aquino casi había logrado civilizar a Yahveh, convirtiéndolo en un aristotélico; en cambio, Luther lo transforma en un padre despótico.

 

3) Los nuevos valores, individualistas y económicos, afianzados por la Modernidad propician la confrontación entre diversas tendencias con criterios rivales en pugna. Las tres versiones rivales sobresalientes que coexisten en la Modernidad, en torno a la ética, son: 1º) la ética del bien, proveniente de la tradición platónica y aristotélica; 2º) la ética del deber, exigida por la tradición luterana, 3º) y la ética de la satisfacción de los propios deseos iniciada por los sofistas y rehabilitada por Hobbes en la tradición inglesa.

 

La primera, que es teórico-intelectualista, ya fue analizada. La tercera es clasificada como ‘accionista’. Y la segunda se ha hecho célebre gracias a Kant, quien la ha reformado filosóficamente desde sus cimientos. En efecto, la ética kantiana centra su atención en la intención autónoma de la voluntad fiel al imperativo categórico, que es la ley ‘moral’ que cada uno se prescribe a sí mismo como sujeto racionalmente autónomo, sin ninguna motivación heterónoma interesada. Ciertamente la autonomía moral es la perla más preciosa a la que no puede renunciar la acción humana; sin embargo, la autonomía debe ser solidaria, no solitaria. Desde ahí hay que reformular toda la ética kantiana, predominantemente formal, teóricamente potente, pero casi vacía en sus contenidos realizables.

 

La labor de Fichte y Schelling es culminada por Hegel, cuya abstracción teórica sacrifica la acción de los individuos en el altar del sistema del saber absoluto, diluyendo lo finito en la identidad congregada del Espíritu. Los excesos especulativos del idealismo alemán exigían una reacción justificada y urgente. Esta tarea estaba reservada a los discípulos de la izquierda hegeliana.

 

4.2 El ‘accionismo’ a la carta

 

1) La mayoría de los seres humanos jamás se ha preocupado por justificar sus acciones con teorías coherentes bien argumentadas. A lo sumo elaboran planes y disciernen acerca de algunas estrategias que les sirvan para ese fin. Este tipo de ‘accionismo’ instrumental, después de haber servido como estilo de vida a lo largo de épocas enteras, fue tematizado filosóficamente por la tradición inglesa iniciada en la Modernidad por Hobbes, quien propone una ética de la satisfacción individual. Locke y Hume siguen la misma idea básica, según la cual bueno es lo que satisface y, por tanto, el criterio moral de la acción es aumentar el placer y disminuir el dolor. Sobre esta ruta transitan el utilitarismo de Stuart Mill, el pragmatismo de Peirce y James –quienes reducen el valor de una idea a sus efectos experimentales en la vida y en la acción–, y el instrumentalismo de Dewey, quien considera que las ideas demuestran su valor solamente en la lucha contra los problemas reales. El mismo Rorty alaba estas propuestas y las pone al servicio de la justificación política del sistema liberal de las sociedades opulentas del Atlántico Norte.

 

2) Las otras dos rutas del ‘accionismo’ se derivan del marxismo y del nihilismo nietzscheano. El marxismo es una protesta tempestuosa contra las teorías abstractas del idealismo hegeliano. La postura básica de Marx puede resumirse en la undécima Tesis sobre Feuerbach, según la cual: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo». Y agrega al final del Manifiesto del Partido Comunista: «Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente». La teoría es etiquetada como superestructura burguesa y la acción se convierte en violencia revolucionaria.

 

El marxismo ortodoxo de Lenin y Stalin, radicaliza e institucionaliza la utopía de Marx, que es revisada y corregida por el marxismo heterodoxo de Lukács, Gramsci, Bloch y por los miembros de la primera Escuela de Frankfurt, especialmente por Adorno y Horkheimer, quien desconcertantemente considera que la filosofía es la genuina semilla portadora de las posibilidades de liberación y que, por tanto, la única forma de praxis sigue siendo la teoría. Apel y Habermas buscarán en su momento una síntesis coherente entre ambas.

 

3) El nihilismo axiológico de Nietzsche, más que una teoría, es una rebelión contra el cristianismo y el anuncio pseudo-profético de la «transmutación de sus valores». El espíritu alemán se dejó seducir por los valores de los fuertes para aplastar a los débiles, y el hombre auto-superado fue trágico para los totalitarismos del siglo XX. Ése es un ejemplo de las consecuencias que trae una acción que se niega a justificar teóricamente sus fundamentos racionales. Nietzsche prefirió el instinto vital.

 

Los postmodernos como Derrida y Vattimo son seguidores de Nietzsche. Han sabido conjugar el lenguaje heideggeriano con los contenidos nihilistas, antimetafísicos y hermenéuticos de inspiración nietzscheana. La deconstrucción y el pensamiento débil son una rebelión contra la supuesta razón fuerte. ¡Qué raro! Nietzsche y Heidegger estaban del lado de los fuertes. Este tipo de incoherencias parecen atractivas a todos aquéllos que han renunciado a la argumentación teórica y han optado por la fragmentación de las acciones biográficas, quienes además abanderan el eslogan nietzscheano «no importan los hechos sino las interpretaciones», cuya paráfrasis podría ser «no importan las acciones sino las teorías». ¡Cuántas contradicciones! Lipovetsky ha analizado detalladamente las consecuencias culturales de estos modos de vida individualista en los que las ocurrencias prácticas de Narciso han sobrepasado a los macrorrelatos teóricos de Prometeo. La cultura del fragmento es el carnaval donde el Narciso post-prometeico festeja el instante efímero de su ‘accionismo’ de ocurrencias a la carta, ¡para llevar por favor!

 

4.3 Búsqueda de una complementación armónica entre teoría y acción

 

En nuestra época los ácidos del individualismo han corroído nuestras estructuras morales. Afortunadamente también se respiran nuevos aires en el hábitat de la filosofía actual. En seguida se hace un muestreo de las propuestas más relevantes que ofrecen más solidez prospectiva para el correcto planteamiento del problema filosófico de la teoría y la acción.

 

  • La ética filosófica de inspiración judeo/cristiana de Lévinas, Ricoeur y Küng.

  • La ética axiológica del personalismo de Scheler, Wojtyla y Díaz.

  • La ética comunitarista post/analítica de MacIntyre.

  • Los aportes de Charles Taylor desde la tradición ética católica cultivada recientemente en Norteamérica.

  • La ética mexicana en proceso de diálogo con los pensadores contemporáneos de Gómez Hinojosa y Beuchot.

  • La ética neo/eudemónica de Marina.

  • Los aportes de la ética propuesta por Bilbeny para la era digital de acuerdo con el giro distal de nuestra cultura.

  • La ética discursiva procedimental de Apel, Habermas y Adela Cortina.

  • Los aportes filosóficos de Fornet Betancourt para el diálogo intercultural y para la transformación de la filosofía latinoamericana, y la ética post/discursiva latinoamericana del segundo Dussel.

 

Entre todos ellos, las mejores propuestas son las de Díaz, de Habermas y del Dussel post/discursivo. Díaz ofrece no sólo la mejor propuesta personalista para la solución armónica de la relación entre teoría y acción, sino además la ética filosófica de inspiración cristiana más coherente y propositiva para cualificar las relaciones interpersonales, el compromiso social, la educación y la vivencia más sugerente de los valores y virtudes, reinterpretadas inteligentemente para nuestro tiempo. Díaz ha ofrecido una alternativa brillante al conflicto entre Modernidad y postmodernidad, es decir entre Prometeo y Narciso, conciliando teoría y acción en los siguientes términos: «Hay que educar a las personas para que piensen como hombres de acción y para que actúen como hombres de pensamiento».

 

Habermas es considerado por muchos como el pensador que ha hecho los aportes filosóficos más consistentes al pensamiento contemporáneo, y también los más influyentes a nivel internacional para las próximas décadas. Su filosofía renuncia al sujeto solitario, enclaustrado por la Modernidad, para convertirlo en un interlocutor solidario que participa dialógicamente en los procedimientos de comunicación, como miembro de una comunidad abierta universalmente a todo interlocutor posible. A partir de la verdad real, la interacción comunicativa valida las normas universalizables con buenas razones, las hace vinculantes éticamente y exigibles o sancionables por medio del Derecho. Así pues, la teoría y la acción son conciliables, según Habermas, en su «teoría de la acción» por medio de los procedimientos comunicativos orientados factiblemente a la acción solidaria en cuestiones ético-morales, jurídicas y políticas. Los dos términos habermasianos que resumen esta conciliación son «facticidad» en la acción y «validez» teórica.

 

Y, por su parte, Dussel ha reinterpretado la ética latinoamericana con estas tres claves: la vida como contenido material de verdad, los procedimientos de diálogo como mediación formal de validez teórica, y la factibilidad operativa como exigencia de viabilidad de las acciones. Dussel ha conciliado plausiblemente la verdad, la teoría y la acción en los contenidos éticos y en las propuestas jurídico-políticas, desde la propia identidad latinoamericana. Gracias a él, la filosofía de la liberación se convierte en «filosofía de la transformación» que pasa de la muerte a la vida, de la violencia a la argumentación, y del resentimiento a la autoestima.

 

Las propuestas enunciadas en los tres párrafos anteriores son complementarias. La primera es aplicable especialmente en el ámbito de la interacción corta, referida a las relaciones interpersonales. La segunda ofrece herramientas metodológicas de gran valor en el plano de la interacción larga, referida a las relaciones formales e institucionales. Y la tercera exige un compromiso solidario y encarnativo con las situaciones de injusticia social, padecidas por las víctimas excluidas a causa de la globalización formal del capital, especialmente en el contexto latinoamericano y mexicano. Estas propuestas parecen las más indicadas para la formación intelectual y para la configuración del perfil sapiencial de los futuros pastores de la Diócesis de Zamora, porque son las propuestas que más elementos ofrecen para un ejercicio encarnativo de la caridad pastoral.

 

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