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2.2 Dramática: un «allegro vivace e con brio»

 

 

Con la «marcia funebre» de la estética ha comenzado ya el «brioso allegro vivace» de la dramática,1 pues la auto-manifestación percibida del amor nos invita ya, a tomar una decisión orientada libremente a la aceptación o al rechazo de ese amor. Antes de todo debe llegar a ser desenlazada esta trama con ayuda de las tres claves metodológicas anteriormente propuestas.

 

1) El primer paso descriptivo nos enfrenta a los datos fenomenológicos de nuestra vivencia en el horizonte de una cultura adversa a la cruz y a cualquier tipo de kénosis. Hay acontecimientos significativos, los que nos ayudan a descubrir, que vivimos en una encrucijada hostil. De hecho profesamos nuestra fe cristiana, mientras somos asediados por el rechazo, la oposición, el resentimiento e incluso el odio contra Dios o al menos contra los vínculos eclesiales de la fe cristiana. Tal aversión resulta especialmente hostil en los sectores urbanos, en ciertas élites económicas o intelectuales, en las estrategias políticas supuestamente laicas, en espiritualidades pseudo-religiosas entre otros contextos. Por ejemplo prefieren muchísimos católicos, asegurar más bien la diversión del fin de semana que la eucaristía dominical. Las plazas comerciales, los estadios, los cines, las discos y los antros están atestados, mientras que la presencia en los templos queda menguada con motivo de ciertos campeonatos deportivos.

 

Ciertamente se busca lo religioso, siempre y cuando sea más personal, individual e interior, a la medida de cada cual; una religión de urgencias, como la Cruz Roja, e instrumentalmente disponible para eventos sociales y exhibición del ego: un show para lucir el oropel vacío de Narciso, dispuesto a soportar eventualmente los ritos, que le parecen un hábito gris. ¡Qué difícil transmitir el Evangelio en medio de estas ruinas donde habita el «anima technica vacua» del homo oeconomicus. Según Charles Taylor, pareciera que «ya no hay tiempo para las prácticas religiosas; hay mucho trabajo. Todo mundo está preocupado por el dinero, el confort y todo eso; y el resto, ¡pffft, no importa!». Cuando el bienestar y la seguridad se obtienen por otros medios, Dios y la religión institucional ya no parecen necesarios. Algunas de las actitudes de rechazo, contra Dios y la religión o contra la fe eclesial, incluso muestran indicios de aversión ético-moral como si estas instancias fueran un obstáculo para conseguir el bien, sea individual, nacional o inter/civilizatorio.

 

2) El segundo paso, que implica una interpretación filosófica, nos invita a dar una explicación de sentido a partir de la experiencia originaria del bebé en los brazos de su madre. La epifanía estética de la luz del amor materno se manifiesta simultáneamente como don de amor personal entregado al bebé que una vez fuimos tú y yo. El amor materno nos da confianza a tal punto que en los brazos de mamá y en su mirada descubrimos que su amor es bueno. El amor es una autodonación personal, una autoentrega gratuita que se nos da libremente como un bien y todo lo que toca nos parece bueno. Sin embargo, la solicitud del amor nos invita también a corresponder con libertad, y ciertamente no siempre somos capaces de concordar nuestra libertad con un sí re/sponsable.

 

El sí y el no, ante el amor que se da, implica una tensa decisión permanente en la que se confrontan dramáticamente las libertades de los interlocutores. La libertad de los personajes de este drama es una libertad situada en el escenario patético del mundo. En este horizonte la acción humana se orienta por la búsqueda de sentido, el cual sólo se encuentra realmente cuando uno se deja abrazar por el compromiso libre con el bien en general, que se nos da en el amor. Este horizonte del bien en general coincide implícitamente con el horizonte total de todo lo existente, y reflexivamente puede tematizarse explícitamente como el don del ser que también es el don del amor. La búsqueda de sentido, la decisión a favor del bien en general y el encuentro con el amor abren la acción humana a la expectativa de un último acto que oriente la trama de la existencia humana hacia una meta trascendente que colme esta búsqueda de sentido. Si Dios fuera la libertad infinita, el bien y el sentido supremos, y el amor personal que se nos autoentrega, entonces nuestra expectativa estaría colmada sobreabundantemente. Esta apertura hace que la reflexión filosófica desemboque en una dramática teológica.

 

3) La transición hacia el tercer paso se hace ineludible. Balthasar hace una interpretación teológica de las categorías dramático-literarias –muy afines a las narrativas de Paul Ricoeur– y las fecunda filosóficamente con un fin estrictamente teológico cristiano. Así, según Balthasar, la libertad infinita del Padre quiso asumir el riesgo de ser rechazado por la libertad finita del ser humano, y específicamente aceptó este riesgo: que cuanto mayor sea el amor del Espíritu con el que el Padre se autoentrega por medio de su Hijo –incluso hasta la muerte–, tanto mayor puede ser el rechazo libre del ser humano que reacciona con violencia y rebeldía, y a veces hasta con odio y venganza. La confrontación, entre el libre amor trinitario y la reacia libertad humana, hace que esta tensa situación sea dramática, no trágica ni mítica, porque no se es víctima de un destino inexorable que se imponga a toda costa, y al final la contrarrespuesta del amor de Dios consiste en un abrazo elevador trinitario[2]. Así pues, en la cruz Jesús abre sus brazos para salvar a todos abrazándolos con la libertad trinitaria de su amor.

 

Por consiguiente, la acción soteriológica es un drama real que se desarrolla en la historia humana, a veces construida con materiales fuertemente explosivos que adquieren tintes apocalípticos, especialmente cuando la titánica rebelión de los hombres se empecina en un enfrentamiento gigantomáquico contra la acción soteriológica de la infinita libertad trinitaria, rehusándose para no dejarse salvar por la Trinidad kenótica revelada en el misterio de la cruz. Y aún así, ante la obstinada rebelión humana, la misericordiosa libertad trinitaria se reserva la última palabra de salvación escatológica que se decide desde ahora, pero que se desenlaza imprevisiblemente hasta el último acto del drama histórico salvífico en espera de la correspondencia entre ambas libertades, ya que Cristo ha posibilitado el acuerdo entre lo humano y lo divino.

 

Esta autodonación dramática es la expresión económica de la autoentrega eterna del Padre que se da al Hijo como amor intratrinitario en el Espíritu Santo; es decir, la teodramática económica supone una teodramática intratrinitaria de gracia interpersonal que se autoentrega. Por eso la cruz es expresión económica de esta autodonación trinitaria de gracia eterna, a la que el Hijo corresponde eucarísticamente en el Espíritu con su kenósis de obediencia intratrinitaria y con la autoentrega estaurológica en la economía de la salvación. He ahí el modelo kenótico para la Iglesia.

 

Gracias a esta interpretación teológica el «brioso allegro vivace» estalla en un himno eucarístico de glorificación trinitaria por esta autodonación gratuita de salvación. En efecto, la perspectiva teológica lleva a reconocer pastoralmente que la encrucijada de rechazo actual y constante en toda la historia judeo-cristiana no es sólo un dato antropológico de nuestra vivencia, sino un riesgo aceptado libremente por la Trinidad. La confrontación dramática es un dato que tiene un sentido soteriológico al posibilitar la libre elección del bien o el mal. Asimismo, el insípido bonum metafísico es transfigurado por las categorías teodramáticas, a tal punto que el amor y el ser que se dan son en definitiva apenas una huella trascendente del Dios trinitario que se autoentrega como don de gracia salvadora, y esta autodonación de su amor personal es capaz de asumir el riesgo de la rebelión humana, aun cuando la kénosis eterna y la cruz económica sean libremente rechazadas con violencia, a sabiendas de que son la expresión máxima de su amor salvador.

 

Por otra parte, la teología balthasariana ayuda a recuperar el pulso dramático de la Escritura, para que no sea amordazado por los estudios académicos de sabor épico, trágico o lírico. Y, además, ayuda a replantear los tratados teológicos reactivándolos trinitariamente para que sus contenidos sean considerados desde la óptica de los personajes teológicos, comprometidos en la acción dramático-soteriológica y orientados hacia el último acto escatológico. En seguida hay que considerar el aspecto lógico de la Trinidad revelada como Dios verdadero.

 

 

 

 

[1] Cfr., Id., Teodramática…, I, 19.

 

[2] Cfr., Ibid., V, 276-281

 

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