top of page

 

Epílogo sinfónico:

un «finale expresivo assai presto»

 

 

El volumen XVI de la mega/trilogía es la exposición explícita de la «sinfónica» balthasariana. Es decir, más que un breve digesto al estilo americano, es una justificación metodológica que afecta todo el ensamblaje orquestal balthasariano. El Epílogo, pues, es un final expresivo y tan resuelto que su premura para cerrar la sinfonía es muy similar al remate frugal de la Liturgia de San Juan Crisóstomo de Tchaikowsky.

 

El cierre expresivo de la sinfonía le invita a uno a apreciar el valor de la obra balthasariana para elaborar una respuesta inteligente a la cultura del fragmento, típica de las últimas décadas postmodernas. Balthasar nos puede ayudar a salir del bache en el cual «el todo y el fragmento» se contraponen. En efecto, la analogía de proporcionalidad es capaz de encontrar en el todo la semejanza, al menos mínima, en la que se articulan las diferencias fragmentarias, pero respetando la mayor disimilitud tan requerida por las exigencias de la cultura postmoderna. Así queda superado el peligro de la Modernidad, que pretendía una reducción unívoca al someter los fragmentos al unísono de la sistemática identidad totalitaria. Y, por su parte, la analogía de atribución rescata, en el todo, la mutua inter/dependencia co/implicativa y solidaria entre los distintos fragmentos, para evadir el señuelo de una separación equívoca que los oponga como añicos hostiles.

 

Esto afecta también a los trascendentales metafísicos porque la unidad analógica de la sinfónica balthasariana matiza los vínculos entre estética, dramática y lógica. Así pues, gracias a la unidad, el ser se configura al mostrarse como origen del sentido de la epifanía, de la auto/donación y de la locución, expresadas por medio de los entes. Precisamente por esto lo estético necesariamente es bueno y verdadero, porque el ser es uno. Y lo bueno y lo verdadero son convertibles con la epifanía estética del ser. Y, finalmente, lo bueno es verdadero y viceversa. Así, reconquistamos aquella armonía originaria del bebé en los brazos de su madre, que al descubrir por primera vez lo estético, lo bueno y lo verdadero del amor se sintió abrazado por los vínculos de unidad universal en el amor de su madre, que configuró el sentido de su vida y de su acción futura.

 

En este momento, las consecuencias teológicas se vuelven incontenibles. Gracias a los trascendentales Balthasar abre un acceso coherente en la transición armónica desde la filosofía a la teología bíblica de la revelación trinitaria[1]. Es decir, lo «trascendental metafísico» es transfigurado por lo «categorial teológico». Veamos sintéticamente cómo, tanto desde el punto de vista de la «analogia entis» como desde los trascendentales.

 

La analogía filosófica deviene analogía teológica en Jesús crucificado que revela el amor kenótico intratrinitario que se auto/manifiesta estéticamente, se auto/entrega dramáticamente y se auto/devela en la cruz, abierta anastásicamente. Jesús crucificado, en cuanto verdadero hombre y verdadero Dios, es la proporción teo/estética entre la auto/manifestación y la percepción del Dios trinitario revelado. Jesús crucificado también es la concordancia teo/dramática obediente entre libertad finita y libertad infinita que se auto/entrega como acción soteriológica trinitaria. Jesús crucificado es la adecuación teo/lógica entre la develación total de la verdad trinitaria y el misterio del amor kenótico trinitario, que aún después de su revelación es incomprensible e invita a la confiabilidad y a la glorificación. La Trinidad es proporcionalmente unidad analógica de sustancia divina con diferencia real interpersonal fincada en las distintas relaciones kenónticas inmanentes; y, por atribución, la Trinidad es inter/dependencia en la comunión de amor por la auto/donación del Padre, por el sometimiento obediente del Hijo y por el humilde y paradójico ocultamiento del Espíritu. El Dios uno y trino es el origen de toda analogía en la economía de la salvación.

 

Por consiguiente, la «analogia entis» tiene un nombre cristiano: se llama Jesús crucificado –en la economía de la salvación– y «kénosis intratrinitarias» en el misterio inmanente de Dios. Gracias a estas notas armónicas entre filosofía y teología, que subyacen en toda la sinfonía balthasariana, el ser que se manifiesta en los entes, inclusive en los diversos redactores de la Escritura, se convierte en el supuesto estético creatural para la auto/manifestación de Dios. El ser que se da en los entes es el a priori dramático creatural para la auto/donación salvífica de Dios como gracia; e inclusive, el mismo don del ser ya es gracia, que adquiere todo su sentido gracias a la articulación trinitaria del Espíritu Santo como Don de amor del Padre al Hijo, y por el Hijo a toda la creación. El ser que se devela en la verdad de los entes es la mediación lógica creatural para la auto/develación económica del misterio trinitario como verdadero amor kenótico.

 

Teo/estética, Teo/dramática y Teo/lógica se armonizan en la «teo/sinfónica» que subyace en toda la obra balthasariana como Gestalt configurativa del sentido unificador. Esa Gestalt es Jesús crucificado que nos ha revelado al Dios kenótico trinitario. Él es el centro estético, dramático y lógico de toda la revelación y del conjunto total de todo lo existente, a eso que llamamos ser. En términos paulinos: todo tiene su consistencia en él[2]. Este núcleo de estructuración armónica es lo que lleva a Balthasar a escribir: «Sin filosofía, ninguna teología», porque un teólogo serio debe ser también filósofo[3]. Y lo que es más importante: «sin contemplación ninguna reflexión filosófica» y «sin oración ninguna especulación teológica».

 

 

 

 

[1] Cfr., Id., Epílogo (Encuentro, Madrid 1998) 9.

 

[2] ta\ pa/nta e)n au)tw=? sune/sthken (Col 1,17).

 

[3] Cfr., Id., Teológica…, I, 11-12.

bottom of page