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2. SIGNIFICADO PATRÍSTICO

DE LA MISIÓN DEL PASTOR 1/6

CONFIGURACIÓN CON CRISTO, EL BUEN PASTOR

Jn 10,11

 

2.1 Modelo del Buen Pastor: Ἐγώ εἰμι ὁ ποιμὴν ὁ καλός (Jn 10,11)

 

Los Padres de la Iglesia denominaron a Cristo Buen Pastor como el verdadero „filántropo”, quien por amor al ser humano se ha encarnado y ha mostrado así el modelo definitivo de la humanidad. En Jesús Buen Pastor es perceptible el Logos y la Agape. En él la Razón y el Amor están unidos armoniosamente y llegan a ser perceptibles. Esta armonía entre la Razón y el Amor tienen también otro nombre, a saber la „Belleza”. En base a Jn 10,11 donde es utilizado el adjetivo καλός es decir „bello” para designar al „Buen” Pastor, Cristo es Bello Pastor. Su bondad se refleja como belleza. Bondad y belleza están completamente unidas: la bondad se reviste con la belleza y la belleza se plenifica con la bondad, de modo que la verdad mora entre ambas.

 

Para Benedicto XVI ha sido muy querida la imagen del Buen Pastor desde la primera homilía al inicio de su ministerio petrino. El palio pontificio tejido de lana de borrego simboliza la oveja cargada en la espalda del pastor. En aquella homilía indicó él:

 

»La parábola de la oveja perdida[...] era, para los Padres de la Iglesia, una imagen del misterio de Cristo y de la Iglesia. La humanidad todos nosotros es la oveja extraviada [...] Él no quiere abandonar a la humanidad en una condición similar miserable«.1

 

Hoy la belleza parece ser algo superficial, sólo exterior y completamente separada del bien. El México violento y su cultura herida experimentan cada vez más una necesidad de remedios fáciles e inmediatos contra el sufrimiento. En este contexto muchos substituyen a Cristo Buen Pastor por un „gurú” o ídolo mediático.

 

2.2 El obispo y el Buen Pastor

 

Los Padres de la Iglesia elevan la exigencia a un nivel muy alto al concebir la figura y misión del obispo como el amor comunitario personificado.

 

Al final del siglo I. considera San Ignacio de Antioquía, que la unión recíproca de los fieles depende directamente de la comunión con el obispo. El amor a Cristo llega a él a través del amor al obispo, quien es el centro de la unión con todos. Quien se separa de él no está en comunión con los otros y está separado de la comunión con la Iglesia. Ignacio escribe: »El presbiterio considerado como digno de Dios está muy unido al obispo como las cuerdas a la cítara. Por ello gracias a su unidad y a su amor en sintonía con él se canta a Jesucristo« (Carta a los Efesios 4,1). »Quien obra a espaldas del obispo honra al demonio« (Carta a los Efesios 5,1). San Ignacio asimila la figura del obispo a la figura del Buen Pastor: »Adonde va el pastor allá seguidlo como ovejas« (Carta a los Filadelfios 2,1).

 

En el siglo III. también para San Cipriano de Cartago representa el obispo el centro de la unión de la comunidad. Todo el que se llama cristiano se reúne en torno al obispo como centro. Por ello escribe: »Debéis saber, que el obispo está en la Iglesia y la Iglesia está con el obispo« (Cartas 69,8). San Cipriano se atreve a comparar la indivisibilidad de la Iglesia con la indivisibilidad de la túnica del Señor en base a la relación entre el obispo y Jesús: »¿Quién es tan malvado e infiel, tan demente que cree, que puede separarse o romper la unidad establecida por Dios, la túnica del Señor, la Iglesia de Cristo? Nos enseña el Evangelio: „Habrá un solo pastor y un solo rebaño”. ¿Alguno piensa que en una sola grey puede haber tantos pastores o tantos rediles?« (La unidad de la Iglesia católica 8).

 

También en el siglo III nos exhorta Orígenes a descubrir en el obispo el nivel más alto de amor comunitario: »Ante el cual (ante el obispo) todos deben elevar los ojos, y quien contempla su vida, debe inflamar su entusiasmo por Jesucristo. Sus palabras son un torrente de vida interior, sus acciones manifiestan las riquezas inagotables de la gracia divina«. (Comentario a la Carta a los Romanos 9,2).

 

Con los Padres del siglo IV-V adquiere el amor comunitario, que es personificado por la figura del obispo, una relevancia particular precisamente a la luz del envío tanto de Pedro y de los Apóstoles como también de sus sucesores a la misión confiada por Cristo. En el comentario a Jn 21,15-19 dichos Padres identifican el servicio pastoral con la prueba más grande del amor.

 

San Ambrosio escribe: »Cristo confió a Pedro la misión de apacentar a su grey [...] porque conocía que él ya lo amaba. Quien ama de hecho hace con gusto aquello que le ha sido mandado; quien teme, lo hace sólo por necesidad« (Comentario al Salmo 118; 13,3).

 

San Juan Crisóstomo escribe al respecto: »Jesús habría podido decir a Pedro: si me amas, ayuna, duerme sobre el suelo desnudo, vela incesantemente, defiende a los oprimidos, se padre de los huérfanos y asume el puesto vacío del marido junto a las viudas, [...] pero tan sólo afirmó el Señor, que el cuidado de la grey es prueba del amor por él« (Sobre el Sacerdocio 2,90).

 

San Agustín entrevé en la triple pregunta que Jesús plantea a Pedro la totalidad del amor solicitado por Cristo, del amor dispuesto incluso al sacrificio de sí mismo, que debe distinguir al compromiso del pastor de las almas: »Ved cómo, para apacentar las ovejas del Señor se exige que uno esté dispuesto a morir por las ovejas del Señor. Cristo exige tanto al pastor de sus ovejas, porque él las ha rescatado con el precio de su sangre. Apacienta mis ovejas, te confío mis ovejas, por ellas he muerto. „¿Me amas?” Muere por ellas [...] Esto que fue dicho a Pedro y que Pedro llevó a cabo, fue dicho a los apóstoles, quienes igualmente lo pusieron en práctica y lo transmitieron hasta nosotros, pastores de hoy. Somos vuestros pastores, junto con vosotros somos alimentados. El Señor nos da la fuerza de amaros hasta el punto de poder morir por vosotros sea de hecho o sea con el corazón« (Discurso 1,33, 3-5).

 

Si tantos fieles han dado la vida por el Señor, cuanto más debe estar dispuesto a ello aquél, quien guía a los fieles. »Si el buen Pastor, quien dio la vida por sus ovejas, aceptó la cruz por sus ovejas, cuanto más deben morir por la verdad aquéllos, a quienes él confió las ovejas mismas« (Comentario a Juan 33,5).

 

En el siglo VI recuerda San Gregorio Magno, que el amor y la preocupación por los otros no deben menguar en el pastor de las almas el gusto por la contemplación. No tiene verdadera caridad »quien anhelando ardientemente la belleza del Creador descuida la solicitud por el prójimo, o quien se preocupa por el prójimo mientras deja languidecer el amor a Dios. [....] [El pastor ideal debe] acercarse a cada uno con la compasión, embelesado más que todos en la contemplación. Motivado por piedad sincera debe adaptarse a la debilidad de los demás, mientras con la altitud de la especulación se trasciende también a sí mismo extasiado por las realidades invisibles [...]. De este modo él ha abierto la ruta a los pastores buenos, para que cuando ellos se eleven a las cumbres de la contemplación, sepan compadecerse por los débiles y revestirse con su menesterosidad. Es así cuando la caridad realiza su maravillosa ascensión, al anonadarse misericordiosamente al lado del prójimo. Y cuanto más es benigna en el descenso hasta el fondo, tanto más es vigorosa en el ascenso hasta las cumbres« (La Regla pastoral II, 3,5).

 

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1      BENEDICTO XVI, Homilía de inicio del ministerio petrino (Vaticano 24.04.2005).

 

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