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1. Economía liberal

Cuatro tendencias nocivas 2/4

1.2 Subordinación de la economía productivaa la economía financiera: la niebla de las finanzas

 

A partir de la década de los ochenta, el capitalismo financiero crece demanera exponencial. La economía industrial, y en general toda forma de economía productiva, se subordina en proporción creciente al ritmo y a los intereses de este tipo de capitalismo.

 

 

Según datos del FMI, entre 1980 y el 2007 la proporción entre el stock de activos financieros y la producción mundial pasó de 2,1 a 4,1. Ese mismo año, previo a la crisis, en Gran Bretaña, la proporción entre activos financieros y el PIB era de 700%, y en Estados Unidos de 900%. Al año 2012, se estimaba que los activos generados al interior de los mercados financieros globales superaban en mucho la economía real, medida según el producto interior bruto mundial, aunque las cifras no son del todo claras.


Son varias las causas que han concurrido a producir este efecto. Desde el punto de vista jurídico, la “desregularización” de los mercados financieros parece ser la más destacable. Durante la década de los noventa Clinton (con apoyo de Wall Street) reestructuró dichos mercados para aumentar su rentabilidad y facilitar la circulación global de sus productos. Se relajaron las normas de reservas obligatorias a los bancos comerciales y de apalancamiento a los bancos de inversión; se aumentó la capacidad de crear dinero bancario y activos financieros; se eliminaron las barreras de entrada a instituciones dedicadas a operaciones riesgosas, etc. Mayor libertad de movimientos para el capital a nivel global y mayor libertad de las instituciones que lo manejan. El icono de estas medidas fue la Ley de Modernización de los Servicios Financieros (Gramm-Leach-Bliley Act, del 12 de noviembre de 1999).

 

El modelo de producir dinero de manera rápida al interior de los mercados financieros ocasionó un efecto nocivo: la demanda de todo el sistema por rendimientos altos, y, en consecuencia, un predominio, en relevancia y cuantía, del capital que se moviliza en dichos mercados sobre el que se mueve en la economía productiva.


Nadie duda de la utilidad que puede prestar el capitalismo financiero cuando de manera responsable coadyuva a las necesidades económicas de las familias, a los requerimientos de la iniciativa empresarial, y en general al “engrase” de las relaciones productivas. Pero el centro de la cuestión es otro: su excesiva dilatación nos lleva a la falsa creencia de que la riqueza de las naciones no depende del trabajo, de la producción y del comercio honesto de bienes, sino de lo que George Santayana llamaba “la niebla de las finanzas”: la posibilidad de enriquecerse apostando con el dinero ajeno, de personas, corporaciones y hasta países.


Precisemos mejor el punto. El predominio del capitalismo financiero sobre la economía productiva ocasiona múltiples disfuncionalidades:

 

a) Se altera uno de los sentidos primigenios de las finanzas: el ser auxiliar de la economía real, proveyendo de capital líquido a personas, familias e industrias, ayudando al desarrollo y expansión de la empresa y al bienestar material. Estas funciones siguen existiendo, pero están cada vez más condicionadas por las necesidades especulativas de la economía financiera, que se rige por el principio del capital “impaciente”: el máximo beneficio en el más corto tiempo en base a la reproducción del capital desde sí mismo, alejado de la lógica de la satisfacción de las necesidades de la población. El “éxito empresarial” corre el riesgo de identificarse con la acumulación piramidal de los frutos del capital.

 

b) Pero, como observa Ha-Joon Chang en “23 Things They Don´t Tell You About Capitalism” (Bloomsbury, 2008), la liquidez que se atribuye a los activos financieros los vuelve potencialmente perjudiciales para el resto de la economía. La organización de un proyecto empresarial puede tardar meses, años o décadas; necesita un tiempo para desarrollarse, una cierta racionalidad pausada para organizar el trabajo y la producción, una apuesta de riesgo para obtener los beneficios esperados. Constituye el sustento de trabajadores y proveedores, y satisface las necesidades más diversas de la población. Los activos financieros, en cambio, pueden crearse fácilmente; no dan trabajo a la población; su ritmo es fluido e imprevisible, pues le es esencial la movilidad inmediata y la posibilidad de transmutar de acuerdo a las necesidades siempre cambiantes del negocio especulativo. Es un capital líquido que no se aviene con las demoras del capital industrial, inserto en proyectos estables y racionales. Su velocidad le empuja a no convertirse en “capital paciente”: su mirada está puesta en los beneficios inmediatos, no en el desarrollo a largo plazo de las empresas de los sectores reales.


De ahí que en la industria de bienes y servicios los papeles tiendan también a invertirse, trasladando la obtención de beneficios desde sus propios productos a la actividad financiera que teje en torno a ellos. A veces a niveles impensados, como es el caso de General Electric, Ford o General Motors, en los años anteriores a la crisis del 2008.

 

c) El predominio de la economía financiera tiende a producir otro efecto nocivo: se va desvinculando el dinero del intercambio de bienes y servicios. El objeto del intercambio pasa a ser primordialmente el propio dinero, creando una economía especular: ya no transacciones sobre las cosas, sino transacciones sobre transacciones. El capital se direcciona para obtener beneficios que navegan, cada vez con mayor extensión, en el mundo de la especulación. Se estima que la mayor parte de los capitales que circulan son transacciones que no se corresponden con mercancías, solo con transacciones. No hay, como dice Vicente Verdú, objeto al otro lado del espejo: sólo el espejismo de la especulación.

 

Estas transacciones sobre transacciones han incentivado la creación jurídica de nuevos sujetos y objetos al interior de los mercados financieros, nota Torres López, de quien sacamos los casos que siguen. Aparecen los llamados “inversores institucionales”: fondos de inversión, fondos de pensiones, compañías de seguro y bancos orientados a la revalorización de fondos ajenos en el mercado financiero. Su objeto, jurídicamente considerado, depende del todo deeste dinero especular. En general, crean fondos de ahorros colectivos a fin de invertirlos en operaciones especulativas. Por definición no se relacionan con la economía productiva: su existencia se justifica para aprovechar los diferenciales de precios de los títulos financieros. En la estimación de Huffschmid, hacia el año 2006 las tres cuartas partes del total de activos financieros se encontraban en manos de este tipo de inversores. En un cuarto de siglo, habían pasado acontrolar 2,9 billones de dólares a 62 billones, en una escala de acrecimientode 1 a 21.

 

Estos inversores institucionales requieren para sus operaciones de títulos líquidos, a fin de intercambiarlos con facilidad. De ahí la inventiva, diríase infinita, para crear nuevos instrumentos especulativos, cada vez más alejados de aquel dinero “real” vinculado a la producción de bienes y servicios. Los más eficientes de estos productos han sido los “derivados”, de los que hablaremos, por su facilidad de multiplicarse. También son recurridos los “carry trade”, que especulan con la divisas y los tipos de interés. Para que se vea la inmensa expansión que en este ámbito ha alcanzado el capitalismo financiero, hay que observar que entre productos derivados y productos del mercado bursátil y de divisas se movilizan diariamente unos 5,5 billones de dólares. En contraposición, se calcula que el volumen que movilizaría el comercio mundial diario sería 100 veces menor.


d) Los fenómenos anteriores no sólo alteran la función del mercado de las finanzas y el papel del dinero en relación con la economía productiva. También desnaturalizan la actividad bancaria como intermediario financiero. Porque la banca, que antiguamente canalizaba los depósitos a ella confiados principalmente a la inversión empresarial o el consumo familiar, hoy tiende a utilizarlos en función de la rentabilidad de los mercados financieros, desvinculándose, en la medida de las posibilidades legales y de sus estrategias de negocio, del auxilio a la economía productiva.

 

e) Todo este panorama alimenta la lógica de las “burbujas”. Al respecto hay un dato sorprendente para el ciudadano común: el dinero circulante no está constituido solo por el dinero que crea el Estado, sino también por el dinero “bancario”, que crea el sistema financiero. El dinero “estatal” representa una muy minoritaria porción de los medios de pagos que utilizamos. Se estima, en cambio, que el dinero “bancario” fluctúa entre el 60% y el 70%.


Para aumentar el “dinero rentabilidad” el sistema financiero necesita ingeniárselas para hacer crecer el “dinero deuda”, constituido por el conjunto de activos que, dependiendo de la legislación de cada país, se pueden crear o utilizar a partir de ella. Dichos activos aumentan su valor en la medida que suben las expectativas de los inversores en torno a las ganancias que pueden obtenerse con su transacción.


Es aquí donde aparece el concepto de “burbuja”: la tendencia persistente al alza de los precios de los activos (derivados, contratos hipotecarios, divisas, petróleo, oro, mercancías, etc.) que permite rentabilidades crecientes a todos los agentes del mercado. Todos ganan, menos el consumidor final, que ve como se encarece su crédito de tasa variable o cómo tiene que comprometer sus ingresos familiares para adquirir una vivienda cada vez más sobrevalorada. Las burbujas financieras suponen un aumento exponencial del dinero circulante fundado no en el crecimiento productivo, sino en las expectativas de rentabilidad, básicamente especulativa, de los grandes agentes del mercado financiero. Hay aquí graves problemas en cuanto al sujeto, objeto y medios del sistema: volatilidad del mercado, componente no racional de las expectativas especulativas, falta de trasparencia en la información que se provee al mercado en todos sus niveles, aunque en distinto grado; mecanismo cautivo en interés de una ínfima pero poderosísima clase macrocapitalista, etc.

 

De esta manera, la rentabilidad del dinero bancario se funda, en última instancia,
en tres columnas riesgosas: el aumento de la deuda, las expectativas no completamente racionales que los inversores ponen en los instrumentos y operaciones financieras y la necesidad de crear burbujas (o aprovecharse de ellas).

De los puntos precedentes se deduce, que la “financiarización” de la economía altera el sentido de las finanzas, transformando los fines (la economía productiva) en un medio para el desarrollo de aquélla. Lo que acarrea las siguientes consecuencias: el “capital impaciente” pasa a ser un motor fundamental de la economía, de la que ya no se puede zafar; ésta se transforma en economía “especular”: transacción sobre transacciones; el “éxito empresarial” equivale a acumulación piramidal de las rentas del capital; se desnaturaliza la actividad bancaria como intermediario financiero; el dinero se reproduce de espaldas a la realidad; emergen las “burbujas” como fenómeno habitual, que cuando explotan perjudican gravemente la economía productiva. Se trata de un capitalismo caótico.

 

 

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