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1. Economía liberal

Cuatro tendencias nocivas 3/4

1.3 Capitalismo disruptivo o licuefactor

 

La ideología de mercado justifica el neocapitalismo. Pero hay una serie de circunstancias que lo hacen posible.

 

A principio de la década de los noventa emerge el capitalismo “tecno-científico” y su espiral de incesantes mutaciones. Los gurúes de los negocios lo anunciaron efusivamente como una nueva etapa de autorrealización de la humanidad. Le pusieron el nombre de “nueva economía”. Es lo que difundió, por ejemplo, Kevin Kelly en su célebre New rules for the NewEconomy: 10 Radical Strategies for a Connected World (1999). Sostiene que las tecnologías de la información y de la comunicación están llamadas a generar un nuevo tipo de sociedad y de mercado, produciendo cambios cualitativosen el proceso económico, de manera que todos los agentes que participan en él (empresas productoras, distribuidoras, trabajadores, consumidores, etc.) se vean afectados en todas sus manifestaciones (pensamiento, expresión, comunicaciones, intercambio). ¿Cuáles son estos cambios?

 

La nueva economía, a diferencia de la economía industrial, “es global, apoya lo intangible –las ideas, la información y las relaciones– y está intensamente interconectada”. Lo que significa que organiza la producción y el conocimiento a partir de una red de comunicaciones donde el mundo del soporte lógico –software, intangibles, servicios, instrumentos mediáticos– rige el mundo del soporte físico –realidad palpable, de los objetos, de las materias primas y de las manufacturas–.


Esto requiere una mutación del ser humano a fin de encajar con este nuevo universo de los “negocios”. Se reivindica, sin decirlo, una genuina “desubstancialización” de la persona y de la comunidad social, donde se le impone, como pide Kelly, la exigencia de que “la armonía no existe, todo fluye continuamente”, la premisa de que el éxito supone obsolescencia, la lógica de que la aceleración de la velocidad es el nuevo ritmo de la vida. El concepto maestro de la nueva economía no es la optimización de recursos, sino la “innovación”, agrega el autor, por lo que hay que renunciar al orden estable y a la previsibilidad racional, a fin de adaptarse o adelantarse a los cambios en un proceso de constante mutación. El que grite “paren el mundo, que me quiero bajar” debe ser marginado. El “elogio de la lentitud”, de Carl Honoré, ha de ser suprimido en la era del furor.

 

Estas tendencias, en la medida que van alcanzando el corazón del capitalismo, lo vuelven disruptivo. Lo tensan hacia la ruptura del “pacto social” que alcanzó con las clases medias en los países desarrollados después de la Segunda Guerra Mundial. Particularmente cuando se vislumbran las siguientes vertientes:

 

a) Neocapitalismo inestable: Nos enfrentamos a un capitalismo de velocidad acelerada, donde es imposible detenerse gracias al impulso de la innovación tecnológica y al deseo exponencial de las empresas de incrementar las ventas. Hay aquí una fuerza enorme para licuar todo lo estable y para desarraigar al ser humano de todo lugar físico o mental permanente.


Esta inestabilidad ha devenido también en componente esencial del mercado financiero, como observa Juan Torres López en “La crisis de las hipotecas basura” (Sequitur, 2010). Sin la inestabilidad, volatilidad y alteraciones permanentes en las cotizaciones y precios de los activos financieros no podrían obtenerse los diferenciales que permiten las altas rentabilidades.

 

La lógica de la variabilidad es funcional no sólo a la ganancia, sino también a la pérdida de valor. Cuando la pérdida, por su monto y cualidad, afecta al mercado financiero en su conjunto, desborda a la economía productiva y perjudica el crecimiento, se habla de “crisis”, que puede ser nacional, sectorial o sistémica. Muchas veces, obligan a los Estados a inyectar liquidez o rescatar a las instituciones más afectadas, caudal que, en definitiva, deben soportar los contribuyentes. Según datos del FMI, este tipo de crisis se vienen produciendo de manera acelerada desde la década de los setenta. Ciento veinticuatro se han producido en los países en vías de desarrollo en el período 1970-2007. A nivel global, si en las décadas de los setenta y ochenta el porcentaje de los países que sufrieron crisis bancarias se situó entre el 5 y el 10%, según la participación en la renta mundial, a mediados de los noventa alcanzaba el 20%, y a partir del 2008, el 35%. La inseguridad de nuestro futuro a la vuelta de la esquina.


b) Neocapitalismo totalitario: En The Age of Access (Putnam, 2000) y The Third Industrial Revolution (Palgrave, 2011), Jeremy Rifkin constata la tendencia de la nueva economía a convertir todos los aspectos de nuestra existencia en algo que se compra y vende. Es la economía total de la vida mercantilizada, experiencia siempre renovada de compra imparable. La idea central es monetarizar la totalidad de la experiencia personal, convertir nuestra vida en algo dependiente de los agentes comerciales. Epígono lógico de la economía moderna que paulatinamente fue sustrayendo aspectos cada vez más amplios de la vida en común para transformarlos en relaciones comerciales. Hoy por hoy no hay relación humana, tiempo o institución que no pueda ser objeto potencial de una “comercialidad” omnipresente, o al menos, de ser medida por sus parámetros.

 

Hay aquí una lógica sistémica. En la economía del acceso la producción de bienes dejó de ser suficiente. El proceso económico se funda en una red que por su propio ímpetu se va tejiendo en torno a la totalidad de la existencia, abriéndose posteriormente a la mercantilización de toda experiencia de vida. Lo que se comercia no son sólo bienes o servicios, sino relaciones humanas. De ahí el papel de la mercadotecnia y el marketing, en el que se invierten sumas estratosféricas para colonizar tanto cuanto sea posible el tiempo de los clientes actuales o potenciales y mantener su atención en un espacio siempre voluble.

Vamos hacia una existencia comercializada casi en su integridad. Y como la producción de bienes y servicios está subordinada a las posibilidades de control del cliente, éste pasa a ser el objetivo subyacente de la futura economía.

 

c) Transición hacia una economía ingrávida. Constata Rifkin que la nueva economía impulsa un proceso de desmaterialización del capital y de los productos físicos, cuya acumulación cuantitativa era signo de riqueza en la economía industrial. Hoy se estiman cada vez más los bienes intangibles, los paquetes de información y los activos intelectuales, mientras los bienes corporales, especialmente los implicados en la innovación tecnológica, reducen lo más posible su tamaño.

 

Un efecto para la empresa: necesidad de entrar en la carrera por reducir sus activos físicos, sus existencias, su capital inmobiliario, pues en una economía fluida la propiedad a largo plazo, sea mueble o inmueble, puede llegar a ser un obstáculo, además de representar cargas y responsabilidades para su titular de las que bien puede eximirse. De ahí que la externalización (outsourcing) se convierta en regla, y se traslade la responsabilidad inmediata por el servicio bien
hecho a un contratista externo en una multiplicidad de recursos y procesos. La empresa se mueve del sistema de propiedad al acceso de servicios móviles a corto plazo.


Para el empresario, la desmaterialización de la propiedad ocasiona un gran cambio: declina el sentido de posesión de la propiedad privada, elemento esencial para considerarla, según los clásicos, un derecho natural. Lo mismo sucede con el ciudadano, donde la posesión estable y la “personalización” de lo propio son substituidas poco a poco por la rápida circulación de productos obsolescentes. Análoga transmutación de sentido afecta a las sociedades anónimas y a los gobiernos corporativos, particularmente en las empresas de capital flotante. El gran temor de Joseph Schumpeter, “la evaporización del sentido de la propiedad”, se va cumpliendo. Fenómeno que según el célebre economista austriaco provocará la autodemolición del capitalismo, por la erosión de sus supuestos sociológicos. Sobre todo si se suma al abandono de la ética de la contención y de la ética familiar.

 

d) Neocapitalismo “ficto” o ficticio. Sostiene Vicente Verdú en “El estilo del mundo” (Anagrama, 2003) y “El capitalismo funeral” (Anagrama, 2009) que el neocapitalismo, no contento con generar utilidades a partir de la realidad, abre
extensas redes para expandirse a lo que se superpone a ésta.


El comercio de alimentos, lleno de aditivos, colorantes, saborizantes u hormonas,
es de sobra conocido. Tomates que no tiene sabor a tomates; yogurth que, en rigor, no es yogurth; pavos que tienen un leve sabor a pescado; salchichas cuyo contenido es mejor no saber. ¿Acaso no se trata sólo de ganar dinero?


La industria de la diversión –una de las más rentables del mundo– ofrece a raudales el escape a mundos irreales, a través de la venta de “experiencias” sensorialmente sentidas como si fueran realidad, casi sin mediación del entendimiento. La industria de la hiperconexión reproduce a su vez los lazos electrónicos entre seres humanos en un universo paralelo donde el tiempo y el espacio se comprimen. No hay día ni noche, no hay frío ni calor, el mapa se puede tejer sin seres de carne y huesos. ¿Maravillas de la técnica? Sin duda. Las utilidades que obtienen sus creadores son además cada vez más rentables. Pero ¿no tendrá todo esto efectos colaterales en la inteligencia y en el equilibrio interno del hombre? En Egobody: la fabrique de l’homme nouveau (Fayard, 2010) de Robert Redeker y en otras muchas obras se problematizan las bondades de este nuevo mundo. Nos encaminamos, a su juicio, hacia un debilitado sustrato humano. Gramsci y su hegemonía cultural se quedaron en pañales.

 

Otra dimensión del capitalismo ficto o ficticio es el capitalismo dinerario. Advierte Vicente Verdú que el dinero se desmaterializa hasta el extremo de transformarse en una cifra ordinal de una pantalla de computadora. La inmensa mayoría de las transacciones comerciales ya no se realizan en efectivo, sino mediante formas privadas de dinero electrónico y de bits transformados en pura información que viajan a la velocidad de la luz. Se calcula que menos del 10% del total de lo que llamamos dinero se encuentra materializado en forma monetaria.


Para el ciudadano esto significa que el centro de su economía ya no es la propiedad, o el ahorro, o sus propios ingresos, sino la capacidad de endeudamiento por su acceso al crédito. Cesó el capitalismo fundado en el ahorro y el trabajo. Hoy lo que importa es el consumo y el gasto. El “vivir de prestado” es otra explosiva tendencia promovida por el neocapitalismo “ficto”.

 

e) Neocapitalismo “platónico” de las ideas: se transita desde el capitalismo del volumen, de los bienes materiales, de la fuerza mecánica y de la manipulación de la materia al capitalismo “platónico”, como le llama Rifkin, el capitalismo de las ficciones, de los conceptos, de las imágenes, del influjo sobre la mente. El objetivo de cualquier industria es hoy expandir la propia presencia mental a través de la multiconexión para poder actuar sobre la conciencia humana.

 

f) Una nueva concepción del trabajo: fluido y precario. El neocapitalismo ha horadado muy rápido el mundo de las lealtades que el capitalismo tejió con tanto esfuerzo a partir de la Segunda Guerra Mundial, particularmente en los países desarrollados, como estrategia de respuesta a la lucha de clases marxista.

 

Constata Richard Sennett en The Culture of the New Capitalism (Yale University
Press, 2006) que el trabajador medio no puede ser leal a una empresa que es “fluida” en su propiedad, en sus planes de desarrollo, en sus estrategias de producción o en sus políticas de contratación o despido (supuesta la “flexibilización” laboral). Por su propia lógica, la empresa nunca va a ser leal con él, ni siquiera si cumple con la antigua disciplina del mérito. Y es que se atenúa la visión clásica del trabajo como maduración paciente, transformación de uno mismo y cooperación armoniosa con el tiempo para llegar a ser el mejor en una disciplina. Ahora predomina la idea de trabajo como una mercancía de usar y tirar, que se acepta y se deja, ojalá sin sufrir ni padecer.

 

Un ejemplo entre muchos otros. La nueva preponderancia de los mercados financieros junto a la revolución tecnológica sustituyó en muchos lugares las seguridades relativamente estables del capitalismo empresarial por el imperativo inestable del capitalismo “flotante”, donde los accionistas móviles imponen la norma en detrimento de quienes viven de la empresa: los trabajadores. De ahí deriva, recuerda Pascal Bruckner, la congelación de las rentas del trabajo, la desconexión entre el crecimiento económico y la evolución de los valores bursátiles, la disfunción de la movilidad social y el fin del contrato de trabajo establecido tras la Segunda Guerra Mundial, garante de la estabilidad del empleo
y la protección del trabajador. Es el regreso al capitalismo duro, despiadado con los “inútiles”, generador de empleos de baja cualificación y escasas remuneraciones, un sistema brutal, pues carece de la perspectiva de un futuro mejor.

El universo del trabajo también ha sido penetrado por el culto a la velocidad. Ya no se labora de acuerdo al tiempo de los seres humanos, sino al ritmo de las nuevas tecnologías, que introducen, al decir de Bruckner, un nuevo estajanovismo que caza los tiempos muertos, comprime las tareas que hay que realizar en una sola persona y coloca, muchas veces, a los trabajadores en el límite de las alteraciones psíquicas o neurológicas.

 

Las tendencias precedentes nos hablan de un capitalismo inestable, totalitario, ingrávido, ficticio, platónico, fautor de un trabajo fluido y precario. Ya hemos enunciado, cuál es el denominador común de este impulso.

 

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