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1. Economía liberal

Cuatro tendencias nocivas 1/4

Los cuatro incisos siguientes ilustran cuatro estilos económicos irracionales, que afectan el corazón de la modernidad capitalista. Son frutos de un neocapitalismo que estimula la gratificación inmediata, la medición por acumulación de utilidades y la disminución de la responsabilidad empresarial.

 

1.1 Modelo irracional de los negocios: el negocio de las mentiras


El neocapitalismo rompió definitivamente con la adusta ética protestante de la gratificación diferida estandarizada por el estereotipo de Max Weber del primer capitalismo. Pero también arrumbó la generosa ética de la magnanimidad, que aún subsistía en algunos países católicos, como observa Rafael Gambra.


Lo que hoy está en boga no es una ética, sino un estilo de hacer negocios. Es el estilo de la gratificación inmediata, de medición por acumulación de utilidades, y de disminución de la responsabilidad empresarial (“se privatizan los beneficios, se socializan las pérdidas”).


Bennett Harrison llama a este impulso el “capital impaciente”. El capital liberado de proyectos a largo plazo, presionado por retornos inmediatos, obligado por los inversores a reproducirse aquí y ahora. ¡He ahí la nueva piedra filosofal! El capital impaciente ha transformado las mentalidades, los gobiernos corporativos, los mecanismos financieros y la valoración de las empresas. Se trabaja sobre todo por las ganancias rápidas, no por el producto bien hecho, ni por el proyecto de desarrollo social que significa una buena empresa. Aún menos se piensa en condiciones de trabajo y remuneraciones dignas para el sector no directivo ni ejecutivo.

 

Un recuento de hechos ayuda a comprender esta tendencia. Primero, lo sucedido en General Motors. Durante casi un siglo, la compañía de autos más grande del planeta fue símbolo del poderío industrial de los Estados Unidos. El 1 de junio del 2009 se declaró en bancarrota. El gobierno norteamericano tuvo que intervenir reestructurándola, gastando de paso la sideral cantidad de 57.600 millones de dólares del erario nacional.

 

¿Qué había pasado? Según el análisis de Ha-Joon-Chang, durante las dos últimas décadas la empresa, pese a presionar en favor de medidas proteccionistas, no había podido fabricar buenos coches a precios competitivos. Mientras tanto, los directivos cobraron salarios estratosféricos por conseguir beneficios más elevados para los accionistas, a la vez que estrujaban a los otros factores productivos: empleados y proveedores. No realizaron las inversiones tecnológicas necesarias. Trataron de compensar las carencias potenciando la rama financiera (General Motors Acceptance Corporation, GMAC) en negocios de especulación pura. Para el 2004, el 80 por ciento de los beneficios de la empresa procedía de GMAC, no de la venta de coches. Y como la mayoría de los accionistas eran titulares de capital flotante, alentaron estas prácticas a cambio de suculentos dividendos y recompras de acciones de la compañía. Ni la estabilidad ni el futuro a largo plazo de la empresa importó. Cuando Obama pidió la renuncia al presidente de la compañía, ésta ya había naufragado. Los responsables se fueron con millones de dólares en los bolsillos. Producto de la crisis, se develaron situaciones análogas en otras empresas simbólicas, tanto en los Estados Unidos como en Europa.


Otro ejemplo notable es el millonario negocio de los créditos hipotecarios a los NINJA (No income, no job, no asset), que involucró directamente al sistema financiero e inmobiliario norteamericano. Prestar a quienes son altamente riesgosos y sobre esa base reproducir modelos de negocios era irracional para la banca después de la gran depresión. Pero fue lo que pasó en la última década en USA: la banca comercial y la banca de inversión usaron los mismos activos subyacentes (casas originalmente hipotecadas) y las mismas actividades económicas (las generadoras de ingresos de los hipotecados) para derivar nuevos y nuevos activos, a partir de diversas titulizaciones, producto de la imaginación financiera. En primer lugar los Mortgage Backed Securities (MBS, “Obligaciones garantizadaspor hipotecas”), que servían para reunir en un solo paquete miles de hipotecas buenas y malas (“prime” y “subprime” según la calificación de riesgo). A su vez, los MBS se integraban (hasta ciento cincuenta) en un nuevo activo que llevaban el nombre de Collateralized Debt Obligations (CDO, Obligaciones de deuda colateralizada). Después se crearon CDO al cuadrado y al cubo, mediante combinaciones de CDO, por ejemplo los Synthetic CDO, que dieron una rentabilidad sorprendente. Finalmente los Credit Dafault Swaps (CDS, coberturas por incumplimiento crediticio) que se crearon para proteger del impago de las CDO. Las agencias calificadoras mediante “re-calificaciones” (“re-rating”) aminoraban los riesgos (!!) a pedido de los agentes más poderosos del mercado.

 

Todo este tinglado financiero se fundaba en el fondo en una mentira. Fabricaba beneficios millonarios para sus participantes sobre la base de tres supuestos irreales: que los deudores de hipotecas malas pagarían sus deudas a largo plazo, que el mercado inmobiliario se mantendría al alza indefinidamente (porque la burbuja no explotaría), que el “re-rating” bueno de las hipotecas malas por parte de la agencias calificadoras se bastaría a sí mismo. Cuando la burbuja estalló, todo el sistema se vino abajo.1
 

Ocurrió lo que nadie esperaba. Todo en medio del triunfalismo. Entre 2008 y 2009 se declararon insolventes los cuatro gigantes de la inversión mundial: Lehman Brothers, Merrill Lynch, Goldman Sachs y Morgan Stanley, que habían sobrevivido incluso el crash del año 29. Lehman Brother acumuló pérdidas millonarias gracias a los activos ficticios respaldados por hipotecas subprime. El 15 de septiembre del 2008 formalizó su quiebra con un pasivo de $ 613.000 millones de dólares, el mayor en toda la historia norteamericana.

 

Relacionado con lo anterior, nadie sabe a ciencia cierta quiénes componen “el mercado”. Se ha convertido en un oxímoron. En general, en la alta esfera de los negocios internacionales y en los pasillos de los Ministerios de Hacienda, los “mercados” se identifican con los grandes intereses financieros del macrocapitalismo, no con las expectativas de la micro, pequeña y mediana empresa productiva, o las necesidades del ciudadano. Al respecto, el discurso que inicia el famoso film “El lobo de Wall Street” (2013) es oportuno. Mark Hanna le desvende al broker Jordan Belfort el alto componente artificial y no racional de las transacciones al interior del mercado financiero. Lo que ha sido objeto de estudios especializados. El premio Nobel de economía, Maurice Allais, considera que por esta vía el capitalismo contemporáneo se está convirtiendo en algo parecido a un casino.


Vamos a otra zona del neocapitalismo. De acuerdo al análisis de Eduardo Olier en “Codicia Financiera” (Pearson, 2013) es una de sus lacras más vergonzosas: la economía “Low Cost”. Es la vuelta al capitalismo manchesteriano, al mundo retratado por Dickens. Por ejemplo la “deslocalización”: las grandes corporaciones de los países desarrollados han trasladado en los últimos veinte años la mano de obra a países del “tercer mundo”, a fin de asegurarse salarios muy bajos, débil legislación en materia medioambiental, escasas garantías de seguridad social, frágiles condiciones de trabajo (menos costos en seguridad e higiene, jornadas laborales extensísimas). Es cierto que aportan el valor añadido de las actividades productivas a dichos países. Pero con métodos degradantes y con daños colaterales: reducción del empleo en los países del primer mundo, reducción de la calidad del producto final, confeccionado por personal menos cualificado.

 

La deslocalización de la industria textil, con sesenta millones de trabajadores (según cifras de la OIT), es un ejemplo ominoso. Las grandes empresas occidentales subcontratan los servicios de una mano de obra barata en China, Bangladesh, Camboya, India, Marruecos, Turquía, Filipinas, Egipto y Sri Lanka. La situación de esta industria quedó al desnudo en abril del 2013 cuando en Bangladesh un complejo de nueve pisos –el Rana Plaza– se derrumbó por falta de resistencia de los materiales. Era una fábrica textil, como otras dos mil quinientas del país, que trabajan para grandes firmas europeas y norteamericanas: Benetton, El Corte Inglés, Mango, H&M, C&A, Primark, Inditex, Le Bon Marché, Walmart, Cato Fashion, JC Penney, Iconix (Lee Cooper), Carrefour, Gap, Target, Children’s Place, PVH (Calvin Klein y Tchibo), Loblaw y Mascot, entre otras.

 

Murieron 1.127 personas, 2.500 quedaron heridas, muchos con mutilaciones. Las víctimas laboraban en condiciones cercanas a la esclavitud, por 38 dólares mensuales, que es lo que ganaban, de acuerdo al Banco Mundial, los cuatro millones de trabajadores textiles de Bangladesh.

 

El gigante sueco H&M recibió un millón de protestas de consumidores europeos, al calor de la campaña “aplastados por hacer nuestra ropa”. La indignación se hizo sentir contra todas las firmas europeas, que, presionadas por los gobiernos, suscribieron un acuerdo (Accord on Fire and Building Safety in Bangladesh) para asegurar condiciones laborales mínimas. También un fondo de compensación. Las víctimas han denunciado, que el cumplimiento ha sido moroso. Las multinacionales norteamericanas, salvo Walmart, Children’s Place y Gap, se han negado hasta mayo del 2014 a aportar dinero, por temor a la judicialización del problema.


China es el país que tiene el mayor porcentaje de industria textil. Lo que pasa en su interior es censurado por el gobierno comunista. Capitalistas privados invierten felices en ella sin problemas de conciencia. Pero en Camboya, una protesta de 3.500 trabajadoras que elaboraban ropa para Nike salió a la superficie. Una carga policial dejó heridas a más de 20 mujeres. ¿La causa? Solicitar un aumento de sueldo de 14 dólares, sobre los exiguos 74 dolares mensuales querecibían. Helena Helmmerson, directora de sostenibilidad de H&M, ha reconocido recientemente, aunque en sordina, las precarias condiciones laborales (seguridad, sueldos, jornadas) del modelo de negocios de la industria textil anivel mundial. Ha dicho, que lo importante es ser “exitoso”, obtener suculentas ganancias...

 

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1     Absurdo tras absurdo. Los productos financieros, comenta Stiglitz, eran –y siguen siendo– tan complicados, que los analistas necesitaban modelos técnicos de ordenador para evaluarlos. Aún así es muy difícil conocer los riesgos. Una pirámide de incentivos perversos basados en modelos defectuosos o irreales.

 

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