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2.4 Declaración de los Obispos de la COMECE

UNA COMUNIDAD EUROPEA

DE SOLIDARIDAD Y RESPONSABILIDAD

Lunes, 06 de febrero de 2012

TEXTO DE LA DECLARACIÓN

 

Introducción

 

El término „economía social de mercado” accedió, junto con otros objetivos, a los tratados de la UE a través del Tratado de Lisboa. De este modo, el modelo de la economía social de mercado se convirtió en uno de los objetivos principales de la Unión, aunque el cumplimiento integral de este objetivo aún esté por llegar. A través de la presente declaración, la Comisión de las Conferencias Episcopales en los países de la Unión Europea (COMECE) pretende hacerse oír en el debate sobre la forma de lograr el objetivo de la economía social de mercado europea y la forma institucional que ésta debería asumir. La crisis actual en la Eurozona, así como la debilidad y el desequilibrio estructural en el seno de la Unión Europea, ponen de manifiesto la necesidad urgente de entablar este debate. Somos perfectamente conscientes de que la Iglesia católica no tiene ninguna solución técnica, ni ningún modelo político o económico que presentar. Sin embargo, y dado que la Iglesia vive realmente entre la gente de a pie, también comparte con ella sus preocupaciones diarias y dificultades. Asimismo, si tenemos en cuenta la cuestión del posible impacto de la futura configuración económica y social de Europa en las vidas de las personas, tanto dentro como fuera de la UE, consideramos que tenemos el deber de hacer comentarios sobre esta importante cuestión en nuestra calidad de obispos europeos[...].

 

1. Fundamentos culturales de la economía social de mercado

 

1) El concepto de una economía social de mercado vincula el principio de un mercado libre y el instrumento de una economía competitiva con el principio de solidaridad y los mecanismos diseñados para aumentar la igualdad social. Esta relación [...] se fundamenta en un juicio de valores derivado de los cimientos morales de nuestra cultura europea. Sus raíces se encuentran en nuestro patrimonio histórico. De forma más exacta, podemos decir que la idea de una economía social de mercado se deriva, en gran medida, de la visión cristiana y occidental de la persona humana y de su relación, tan característica de la cultura europea, con la antigua ética de la justicia y el amor que se remonta a la filosofía griega, la jurisprudencia romana y la Biblia. Las formas de economía social de mercado que encontramos actualmente en Europa serían inconcebibles sin este patrimonio cultural[...].

 

2) La visión cristiana y occidental de la persona humana tiene su origen en la filosofía de la antigüedad griega y romana, por un lado, y en la teología bíblica, por otro. En la filosofía griega y el derecho romano, la persona humana aparece representada por primera vez desde un punto de vista histórico-cultural como un individuo responsable de sus actos con sus derechos y deberes claramente definidos. Por otra parte, en el relato bíblico de la creación, se nos explica que Dios creó al hombre a su imagen. Según esto, la persona humana adquiere un nivel totalmente distinto: pasa de ser un mero ejemplar de la especie humana para convertirse en una persona única con una dignidad inalienable. El valor del ser humano presentado en el Antiguo Testamento se vería aún más reforzado con la encarnación de Dios en Jesucristo. Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, se encuentra en el centro de la antropología cristiana: »En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre«» [GS 22]. [...]Basándose en esta concepción antropológica cristiana, la Iglesia proclama la igual dignidad fundamental de todos los hombres, algo que también debe reconocerse en las instituciones sociales y en el sistema económico. A continuación, proclama a la persona humana como ser social, relacional y llamado a trabajar conjuntamente para contribuir al Bien Común.

 

3) Ya en la filosofía de la antigüedad la justicia se consideraba como una virtud cardinal. [...] La teología cristiana se apropió esta concepción de la justicia, a la vez que la modificaba de forma decisiva basándose en la igualdad fundamental de todos los hombres y el mandamiento de amar al prójimo. El concepto de justicia social resultante no solo se orienta a las actuaciones y los derechos legales que uno adquiere a raíz de ello, sino que sobre todo se dirige a la igualdad de la dignidad de todos los seres humanos. El mandamiento cristiano de amar al prójimo ha influido, a este respecto, nuestra concepción de la justicia en la medida en que cada persona se beneficia no sólo de lo que legalmente se le debe, sino que además ejerce el derecho moral de tener una vida digna en la sociedad. Esto se refleja claramente en el Nuevo Testamento en la parábola del Buen Samaritano: todo ser humano tiene derecho a recibir ayuda y, al mismo tiempo, de él se espera que actúe de forma solidaria. [...] Desde este punto de vista, la pobreza material y existencial, y la exclusión de personas de determinados sectores de la vida social constituye una grave violación de la justicia social. [...]Inspirada por esta convicción, la cultura cristiana comenzó desde muy temprano a crear estructuras e instituciones que encarnaran la compasión y la caridad. En materia de historia cultural, aquí es donde podemos encontrar los orígenes del Estado del bienestar moderno. En su proceso de conversión en una economía social de mercado, la Unión Europea puede basarse en las tradiciones que se encuentran presentes en todos los Estados miembros[...].

 

2. Iniciativas comunitarias y voluntarias en materia de bienestar

     en la economía social de mercado

 

4) Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, la economía social de mercado se convirtió en un modelo político-social. [...]Tras la caída del régimen comunista en 1989, los países de Europa Central y del Este también tomaron la economía social de mercado como un modelo, aunque ésta no se pudiera materializar en algunos de estos lugares. De este modo, por una parte, en los últimos años se ha evidenciado un aumento en la sensibilización de que el mercado libre no es capaz de aportar ciertos bienes y servicios (públicos)[...]. Por otra parte, cada vez son más las evidencias que demuestran que en muchos países la cohesión social se ve amenazada a pesar del elevado nivel de protección social existente, dado que no se ha tenido suficientemente en cuenta la aportación indispensable de las asociaciones voluntarias y las iniciativas privadas. Estas últimas son la expresión de un elevado nivel de solidaridad espontánea y de ayuda voluntaria basadas en la reciprocidad (es decir, no impulsadas por el Estado ni dependientes de este). Una sociedad no puede funcionar únicamente basándose en los derechos legales, sino que necesita espacio de generosidad, sobre todo en lo que respecta a la familia[...].

 

5) El Estado es una condición previa para una comunidad ordenada, sin la cual no puede lograrse el desarrollo integral humano. Como las iniciativas privadas por sí mismas no eran suficientes, se pusieron en marcha una serie de planes con los que se pretendía institucionalizar la solidaridad mediante el cobro de impuestos y las contribuciones de la seguridad social. La forma de solidaridad organizada por el Estado es fiable, duradera y, por tanto, necesaria.

 

Sin embargo, no basta con ello, ya que no tiene concretamente carácter voluntario. La asistencia prestada a otras personas como forma voluntaria de caridad y solidaridad, sin carácter obligatorio y sin la expectativa de recibir nada a cambio de forma inmediata o directa, y que suele originarse en la fe religiosa, no debe reprimirse, ya sea mediante formas burocráticas de solidaridad estatal o mediante soluciones de mercado motivadas por consideraciones a corto plazo. De hecho, resulta irremplazable e indispensable [...] y, junto al principio de ley y orden, contribuye de manera significativa a la creación del „capital de confianza” necesario para desarrollar unas relaciones de confianza y la existencia social. El Papa Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in veritate, abordaba esta relación empleando los términos „don”, „reciprocidad”, „gratuidad” y „fraternidad” [nn. 34 ss.]. Por lo tanto, las instituciones que se corresponden con esta forma libre de solidaridad (asociaciones mutuales, cooperativas y organismos municipales) y otras formas de economía social e inversiones éticas exigen que se les preste una atención especial a la hora de construir una economía social de mercado europea[...].

 

3. Economía de mercado y competencia

 

6) En la actualidad existe la idea ampliamente generalizada de que la competencia del mercado y el principio de solidaridad se excluyen mutuamente. Sin embargo, el Tratado de Lisboa establece una clara conexión entre los objetivos sociales de la Unión Europea y la competencia, en la medida en que determine que la Unión Europea trabaja para conseguir una »economía social de

mercado muy competitiva« [Apart. 3 art. 3]. No obstante, nosotros consideramos que en este modelo de política europea debería hacerse hincapié en que sea „social”, más que en que sea „muy competitiva”. La competencia sería el medio y lo „social” sería el fin. Una vez aclarado esto, nos gustaría decir que somos claramente conscientes de que un mercado bien regulado, guiado realmente por la competencia, es un medio efectivo para lograr importantes objetivos en el camino hacia la justicia. [...]Aunque suene paradójico, el concepto de la libre competencia no se podrá materializar sin haber establecido unas normas claras, aplicables y reforzadas por sanciones.

 

7) Para que un sistema económico competitivo funcione correctamente, es esencial contar con un sistema monetario y financiero estable. [...]Asimismo, también es necesario analizar la crisis financiera tratando de comprender la riqueza y el crecimiento que se perseguían exclusivamente con la acumulación de bienes y el nivel de beneficios. Esta concepción amenaza con eclipsar las dimensiones social y ecológica de la calidad de vida, que a menudo no pueden expresarse directamente en términos monetarios, y no tiene en cuenta el impacto de la actividad económica en otras personas, sobre todo en las generaciones venideras[...].

 

8) Los sistemas de incentivos que desvinculan el riesgo y la responsabilidad contradicen el espíritu de la economía social de mercado. Por lo tanto, la Unión Europea debería establecer normas que vinculen más estrechamente los salarios de los directores con el éxito a largo plazo de las decisiones de inversión y de crédito, y que definan los límites máximos de dicha remuneración. A una economía de mercado al servicio exclusivo de los intereses del capital no se le puede llamar „social”. [...]El respeto por el principio fundamental de la enseñanza social católica de la destinación de los bienes y de la función social inherente al derecho legítimo y necesario a la propiedad privada no sólo deberá considerarse un deber de la política, sino que además deberá ser interiorizado por todos los actores.

 

9) En interés del Bien Común y de conformidad con el modelo de economía social de mercado en el que los principios de libertad y justicia social están interrelacionados, los gobiernos de los Estados miembros y las instituciones de la Unión Europea deberán aplicar políticas monetarias, financieras y económicas cuyo objetivo sea la estabilidad. Los (en algunos casos) terribles niveles de deuda pública y privada deberán liquidarse en interés de las generaciones venideras. Sin embargo, esto no deberá lograrse a costa de los más pobres y sin tener en cuenta los requisitos de justicia social. El reparto de las cargas, derivado de las medidas destinadas a reducir la deuda contraída en el transcurso de la crisis financiera actual, deberá tener en cuenta las responsabilidades de los gobiernos, además de las de los bancos y otras entidades financieras, y podrá llevar posteriormente al pago de un impuesto extraordinario en el sector. De este modo, la Comisión Europea ha propuesto la creación de unos fondos de resolución bancaria, con medios financieros aportados por los bancos, que deberían permitir hacer frente a las consecuencias de las posibles quiebras bancarias sin necesidad de recurrir al dinero de los contribuyentes[...].

 

10) Aunque el mercado tenga muchos aspectos positivos, también es cierto que no es un fin en sí mismo. Se trata de un instrumento al servicio del desarrollo humano y de la humanidad en su totalidad. Por ello, las personas no deben reducirse nunca al papel de productores y consumidores, sino que deben percibirse y tratarse como las personas humanas que son, las cuales producen y consumen para poder vivir. Por lo tanto, es necesario poner ciertas restricciones al mercado en aquellos casos en los que, de no restringirse, se produciría un impacto perjudicial en la vida y el desarrollo de los seres humanos. [...]El mercado por sí solo no es capaz de aportar soluciones satisfactorias a este respecto.

 

11) En la actualidad, tenemos la misión de protegernos de la intrusión y la dominación del mercado, y de toda su lógica interna, en todos los ámbitos de la vida. Existen una serie de necesidades compartidas y cualitativas que no pueden ser satisfechas por el mercado, especialmente en lo que respecta a la familia. Como consecuencia, el gobierno tiene la tarea de garantizar unos tiempos y unos espacios de vida al margen del mercado en los que la gente pueda buscar formas de responder a dichas necesidades. Es correcto, por tanto, que se restrinja la actividad del mercado durante los días festivos oficiales y los domingos, dado que en estos días, ya sea por un festivo nacional, cultural o religioso, la paz, la tranquilidad y la reflexión están por encima de cualquier actividad económica. Por este mismo motivo, la actividad económica se limita o suspende por completo en determinados espacios y medios públicos, como, por ejemplo, la prohibición de hacer publicidad durante la retransmisión de las misas[...].

 

12) No obstante, no sólo compete al Estado imponer las restricciones al mercado. La decisión de optar por una economía de mercado es al mismo tiempo una decisión en la que se opta por la libertad de las personas. Éste es el motivo por el que necesitamos que las personas individuales asuman su responsabilidad libremente y basándose en el principio de solidaridad. En muchas ocasiones, el mercado suele garantizar que los recursos materiales se orientan a realizar la máxima aportación para satisfacer las necesidades de los consumidores. Sin embargo, en sociedades de la abundancia como las europeas, una vez que las necesidades básicas están cubiertas para casi todos los ciudadanos, los deseos de los consumidores se orientan principalmente hacia los bienes no básicos y de lujo. El mercado hace la vista gorda ante la diferente calidad moral de los bienes anteriormente mencionados, la cual puede variar en cuanto a su naturaleza o la forma de fabricar o suministrar estos productos. En este tipo de sociedades, los fabricantes, que a menudo buscan generar necesidades específicas en primer lugar, comparten gran parte de responsabilidad con los consumidores. [...]Cada decisión económica tomada tiene también una consecuencia moral. Por lo tanto, para poder educar a los ciudadanos para que opten por un consumo responsable es necesario hacer un esfuerzo cultural decisivo. La Iglesia también pretende hacer sus aportaciones a este respecto.

 

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