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DIÓCESIS DE ZAMORA

JUBILEO TRAS 150 AÑOS
DE IDEOLOGÍAS DEL PODER
REFORMA CONCILIAR 6/6
13. Javier Navarro Rodríguez (1949-¿?)
10° Obispo de Zamora (2007-¿?)

El décimo obispo de Zamora Javier Navarro Rodríguez, quien a partir de 2007 pastorea nuestra diócesis, convalece del síndrome del avestruz. Porque Mons. Navarro se ha comprometido quizá estratégicamente con un grupo de poder, no sólo intentó ocultar durante la presentación del Plan Global 2012-2017 la realidad pastoral descrita en el no. 54 de dicho plan respecto a los grupos de poder, sino también la ha negado abruptamente, cuando el tema ha sido tratado en público y en privado, como si éste fuera sólo una cuestión sentimental. Por ejemplo ha intentado distorsionar mis escritos relativos a dicho tema e incluso me ha acosado primero con ofrecimientos y luego con bloqueos, antes de salir a mis vacaciones de verano 2014 y en el transcurso de los años posteriores. Así pues, primero me ofreció cargos y me dijo: „Dime lo que quieres, yo te lo puedo dar”. Le precisé: „He renunciado a colaborar en puestos de poder”. En ese momento pensé: „Lo que realmente quiero, él no me lo puede dar”. Sólo Dios puede darme la gracia de una KÉNOSIS DE AUTOENTREGA.

 

Desde entonces mi Obispo diocesano ha bloqueado varios proyectos de mi ministerio intelectual y pastoral. Si yo hubiera aceptado un puesto de poder, quizá él me hubiera exigido a cambio como condición pisotear mi propia conciencia y quemar mis escritos. En estas circunstancias me inspiran las palabras de San Pablo a perdonar, para que Cristo redima mi memoria: „Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho daño” (2Tim 4,14). A diferencia de San Pablo agrego a ello por mi parte: „No sé quien tuvo la culpa y no pienso perder mi tiempo en averiguarlo. Si fui yo, perdóneme. Si fui Ud. Eccellenza, olvídelo”. En consecuencia la divulgación de este escrito no atenta contra el C.I.C. c. 1369 dado que no profiere blasfemia, ni injuria la religión o a la Iglesia y menos aún suscita el odio o el desprecio contra ellas. Más bien pide perdón y ofrece el perdón. Con ayuda de la oración he llegado a esta certeza: Después de vencer el cáncer, el lupus y la ELA aún tengo una misión importante y voy a cumplirla.

Con autoentrega supererogatoria asumí el consejo evangélico de la obediencia no sólo como una promesa a mi obispo y a sus sucesores conforme a la disciplina obligatoria a los presbíteros diocesanos, sino además como un voto perpetuo y solemne. Así lo he cumplido sin excepciones hasta el día de hoy, aunque no soy miembro de ningún instituto de vida consagrada. Aun así he abrazado con apego al C.I.C. c. 601 el consejo evangélico de obediencia »con espíritu de fe y amor en el seguimiento de Cristo, obediente hasta la muerte«. Asimismo he sometido mi »propia voluntad a los Superiores legítimos, que hacen las veces de Dios«. Esta norma del Derecho Canónico no exige obviamente amordazar mis opiniones, ni pisotear el juicio formado e informado de mi conciencia moral en plena comunión con la Iglesia. Además nunca he confundido la obediencia y el respeto a mi Obispo con la adulación al poder. Por esta razón nunca he tenido problemas con quienes representan la autoridad, cuyo origen más evangélico emana de la solidaridad en el sufrimiento cabe la cruz. Ergo, este ensayo heurístico no es una crítica a la autoridad sino a las ideologías del poder.

 

Por eso he podido tanto con el gozo de las bienaventuranzas ser obediente, como también he debido manifestar con reverencia a los Pastores sagrados mi opinión conforme al C.I.C. c. 212 § 3 y a Mt 18,15 para después poder criticar en virtud de mi oficio profético como bautizado con la libertad de los hijos de Dios y con buenas razones las actitudes poco evangélicas de mi Obispo actual Mons. Navarro, buscando siempre y ante todo el bien mayor de la Iglesia en lugar de la autopromoción de la propia imagen y de la propia carrera eclesiástica.

Precisamente en este contexto es posible situar la estrategia del olvido ideológico del papel importante desempeñado por Mons. Carlos Suárez Cázares como Obispo de Zamora, cuando el año 1996 inició oficialmente el proceso diocesano para la beatificación del mártir José Sánchez del Río. Sin esos comienzos modestos hoy su canonización todavía no sería un hecho consumado. A pesar de que algo tan sagrado como la santidad de un mártir haya sido utilizado instrumentalmente para la autopromoción personal resultó un signo providencial la noticia de la elección tanto de Mons. Carlos Aguiar Retes como Cardenal de la Iglesia doce días antes de la fecha de dicha canonización como también de Mons. Carlos Garfias Merlos como nuevo Arzobispo de Morelia veinte días después de dicho evento. Gracias a Ud. Santo Padre con la elección de estos hombres ecuánimes en estos tiempos aciagos para nuestro México Cristo cumple de nuevo su promesa: „Yo estaré con ustedes siempre” (Mt 28,20). „El Señor ha estado grande con nosotros. ¡Estamos alegres!” Sal 126 (125), 3.

 

Quizá aún sea tiempo para advertir una cierta „jalisquización” de las diócesis michoacanas. De Jalisco, metafóricamente tierra del ocaso, también nos han llegado carteles de violencia, cuya rivalidad ha hecho llorar de nuevo la orquesta wagneriana con la Marcha fúnebre de Siegfried. El prototipo mimético de la violencia ha triturado con ambición ciega entre sus engranajes a los carteles del crimen organizado y a los grupos de poder. En particular en la Diócesis de Zamora éstos últimos han imitado las estrategias violentas de dichos carteles y se han aglutinado deslumbrados por el deseo de poder como fans en torno a un tótem según los típicos mecanismos de idolatrización. De esta manera ha resultado una vomitiva bazofia, que poco a poco ha amalgamado a clérigos ambiciosos procedentes de distintos grupos rivales, por ejemplo de la Sagrada Familia, de la Familia Telerín, de los Qumranitas o Arañas y de la Nueva Generación entre otros vasallos y botargas. Este bodrio mal martajado y caótico de gente saprófaga podría ser denominado la „Familia Zamorana”.  

A causa del deseo de poder la Iglesia zamorana se ha convertido en las últimas tres décadas en otro peón sobre el tablero de la rivalidad mimética, otro peón manipulado por los engranajes de la violencia, por la fuerza ciega y anónima del mal. Como ejemplo actual de la mímesis violenta en el siguiente capítulo de este ensayo heurístico he elegido el lobby autodenominado „Sagrada Familia”, el que como grupo de presión ha imitado las estrategias y la estructura de los carteles del crimen organizado en el Estado de Michoacán y por supuesto con intereses completamente ajenos al Evangelio. En consecuencia dicho lobby poco a poco se ha convertido en una amenaza para la misma Iglesia en Zamora y en una fotocopia de la violencia en nuestro país.

 

De esta manera la sombra nacional del crimen organizado ha oscurecido el entorno de algunos sacerdotes, quienes aún quisiéramos cumplir la misión de ser luz y sal de la tierra (Mt 5, 13-16). No sólo yo sino muchos otros han sido en efecto masacrados, pero ellos algún día podrían narrar su propia vivencia en la forma de microhistorias. Así esta Crítica a las ideologías del poder puede alcanzar cierta universalidad más bien gracias a la solidaridad en el sufrimiento con las otras víctimas que gracias a la sombría indiferencia abstracta de la verdad de los verdugos. Lamentablemente éstos últimos reducen la noción de „verdad” única y exclusivamente al linchamiento de las víctimas.

Los incisos del siguiente capítulo llamado Los verdugos de las víctimas son sólo la punta del iceberg de los grandes desafíos, que dejan perpleja a nuestra querida Diócesis de Zamora. Los lastres más profundos de estos desafíos radican en el deseo de poder que origina la violencia, en nuestra memoria resentida y en nuestra imaginación fracasada. A pesar de ello es posible mantenerse a flote y evitar el naufragio con ayuda de los esfuerzos de la inteligencia creyente y de la voluntad comprometida con la gracia. Prevaricar no ofrece una solución inteligente ni la hay en el encubrimiento y en la corrupción vigentes en los modelos de la sociedad mexicana. No habrá paz y transparencia jamás entre los mexicanos sin paz y transparencia en el seno de las instituciones religiosas. Así ellas puedan ser cauces de lo afirmado por Ef 2,14: „[...] gracias a Cristo Jesús los que un tiempo estaban lejos, ahora están cerca, por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz”.  

Redimidos por la sangre del Cordero nosotros, las víctimas masacradas, hemos sido crucificados con él y podemos relatar nuestras memorias desde abajo y desde el reverso, es decir desde las trincheras de los excluidos y desde la perspectiva de las víctimas masacradas como nuevos crucificados. Nosotros, los que hemos renunciado al poder, desde los escombros de la exclusión y desde el polvo escondido bajo la alfombra de la simulación podemos cepillar a contrapelo la indiferencia del olvido y narrar nuestros micro-relatos como una Crítica a las Ideologías del Poder en solidaridad con el sufrimiento de los justos e inocentes, para ayudar a otros crucificados, a bajar de la cruz. Quizá providencialmente sea esa nuestra modesta colaboración a la gobernabilidad cada vez más evangélica de nuestra querida Diócesis en favor de la redención de la memoria liberada del resentimiento, de la redención del deseo capaz de vencer y transfigurar la violencia y de la redención de la imaginación capaz de resucitar después del fracaso con el auxilio de los esfuerzos de la inteligencia creyente y de la voluntad comprometida con la gracia.

 

De esta manera la redención de la memoria liberada del resentimiento –gracias al perdón ofrecido gratuitamente por las víctimas–, la redención del deseo –capaz de transfigurar y poner punto final a la historia cruel de la violencia– y la redención de la imaginación –capaz de resucitar con esperanza entre los escombros apocalípticos del fracaso después del linchamiento de los crucificados– hacen viable la esperanza, que deja ver „un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1). Gracias a dicha redención de la memoria, del deseo y de la imaginación la temática sobre el fin del mundo se transfigura en la esperanza del fin del tiempo y fin del mundo violentos, sin cejar en el empeño de una búsqueda del sentido y finalidad del mundo dentro del contexto armónico de la inteligencia creyente y de la voluntad humana comprometida con la gracia a pesar del deseo de poder, que origina la rivalidad y desencadena la violencia entre los rivales.

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