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CLEMENTE DE JESÚS

MUNGUÍA Y NÚÑEZ
(1810-1868)​

El 22 de noviembre de 1810 nació en Los Reyes, Mich. Con 13 años su padre lo envió en julio de 1824 a Zamora, a trabajar en una tienda. Becado estudió Humanidades, Filosofía y Jurisprudencia en el Seminario Conciliar de Morelia. Abogado titulado en 1838 y presbítero consagrado en 1841. Entre otros oficios ejerció como profesor y rector de dicho Seminario, como canónigo y Vicario Capitular del Cabildo. Obispo electo de Michoacán en 1850 y consagrado en 1852. Tras su participación oficial en el Gobierno del dictador López de Santa Anna comenzó la debacle de su carrera. A causa de su oposición a las Leyes de Reforma fue desterrado de México en 1861 por un decreto de Benito Juárez. Durante su exilio en Roma lo distinguió la Santa Sede con el título de primer Arzobispo de Michoacán en 1863. Entonces regresó en efecto a México, pero abandonó el país en 1865 decepcionado del Imperio de Maximiliano. El 14 de diciembre de 1868 murió exiliado en Roma. Sus restos yacen en la catedral de Morelia.

DIÓCESIS DE ZAMORA

JUBILEO TRAS 150 AÑOS DE IDEOLOGÍAS DEL PODER​​

​​ORÍGENES 6/12​​​

4.2 Pastoral social y prejuicios de la época

 

Tras la República de Juárez y el Imperio de Maximiliano perdió la Iglesia Mexicana su protagonismo político. La gran perdedora y víctima del conflicto entre liberales y conservadores podía dedicarse ahora a tiempo completo a la investigación y a la pastoral social. En el Obispado de Zamora impulsó Mons. de la Peña por su parte una destacada labor social de cara a la injusticia relacionada con la explotación de peones en las haciendas, el precio establecido en la compraventa de semillas, la usura y el agio. Además apoyó obras de promoción humana y promovió en favor de los indigentes centros de beneficencia pública por ejemplo hospicios, hospitales, dispensarios y comedores, para ofrecerles desayunos.

Mons. de la Peña no era un ideólogo, sino un transmisor de las ideas de otros. De Clemente de Jesús Munguía y Pelagio Antonio de Labastida, quienes como obispos desterrados en Roma a partir de 1861 fueron los auténticos autores intelectuales de la división territorial y reorganización de las nuevas diócesis en nuestro país, aprendió Mons. de la Peña la tesis sobre la amenaza del protestantismo y la repitió acríticamente. Contacto con ambos había tenido el entonces Cango. de la Peña en el Cabildo michoacano y le unía a ellos un vínculo zamorano.

Como pastor fue Clemente de Jesús Munguía y Núñez en efecto un héroe, pero como político fue un motivo de vergüenza para la Iglesia Mexicana a consecuencia de su participación oficial en el Gobierno del dictador López de Santa Anna con el cargo de Presidente del Consejo de Estado y a raíz de sus falsas expectativas ante el Imperio de Maximiliano, del cual Clemente mismo quedó decepcionado. ¿Ha sido su omisión en el tiraje de los separadores del Jubileo un olvido ideológico?

Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos fue un gran hombre con grandes errores. Por un lado fue uno de los más distinguidos prelados de México durante la segunda mitad del siglo XIX. Pío IX, quien concedió a Labastida la distinción muy especial de invitarlo a comer a su mesa, le ofreció en una carta su licencia para recibirlo en Roma con las siguientes palabras: „será muy grato para Nosotros abrazarte personalmente y hablar contigo de palabra“.1 En 1886 coronó la imagen de la Virgen de la Esperanza en Jacona y promovió la coronación litúrgica de la Virgen de Guadalupe realizada hasta 1895 tras su muerte.

Por otro lado fue propuesto por el dictador López de Santa Anna en 1855 ante el Papa Pío IX para Prelado de la entonces Diócesis Carolense hoy con sede en Puebla. Labastida promovió entre los políticos mexicanos la idea de un Imperio católico regido por Maximiliano de Habsburg, en cuya Regencia el mismo Labastida participó en triunvirato junto con los Generales Almonte y Salas. Además asistió canónicamente al matrimonio de Porfirio Díaz y su esposa Delfina y éste como Presidente de la República se asoció al cortejo fúnebre de Labastida en 1891, para devolverle aquel favor.

Tanto Munguía como también Labastida se sentían amenazados junto con otros Obispos mexicanos por las Leyes de Reforma, por su forzoso destierro y por el traumático desmembramiento de los Estados Pontificios en Italia bajo el liderazgo de Vittorio Emanuele. Todo ello se deja sintetizar en la siguiente frase, la que junto con la tesis sobre la amenaza del protestantismo y los planes macabros de la masonería contra la Iglesia formó parte de los prejuicios de aquella época: «Los enemigos de la Iglesia se adueñan de sus bienes y de su poder». Mons. de la Peña difundió en especial por medio de cartas pastorales escritas en el transcurso de 1871 a 1873 algunos de estos prejuicios, pues junto con la jerarquía católica de su tiempo se sintió atacado por el liberalismo.

¿Por qué temerlo tanto, si las mayores amenazas contra la fe han surgido a veces desde dentro de la misma jerarquía de la Iglesia? ¿Bajo qué condiciones pudieron aliarse algunos pastores de la Iglesia con los traidores de la Patria? Semejante coalición fue entonces y sólo entonces posible, si tales pastores supusieron, que podían poner precio a su propia dignidad, para defender a toda costa los bienes temporales de la Iglesia. Sólo un loco puede considerarlos como modelos de virtud. Desde este punto de vista fue la violencia contra la Iglesia en parte una reacción a las pretensiones políticas de algunos clérigos, cuyas ambiciones eran una amenaza contra la Iglesia desde dentro de ella misma.

Según un prejuicio de nuestro tiempo „el marcado debilitamiento del tejido social en nuestra nación, […] genera los problemas de inseguridad, violencia, corrupción, narcotráfico, secuestro y personas en estado de vulnerabilidad“.2 Esta hipótesis es completamente inconsistente desde el punto de vista de las investigaciones socio-antropológicas, según las cuales el origen de la violencia es en sentido estricto la rivalidad avivada por la envidia a raíz del deseo no satisfecho. ¿Hasta dónde pueden llegar los límites cínicos de la hipocresía? Quienes recientemente han escrito: „Nos duele profundamente la sangre que se ha derramado“,3 son algunos de los que hace apenas pocos años aceptaban invitaciones para festejar con narcotraficantes eventos sociales. Quienes se sintieron desde entonces bendecidos, incendian ahora violentamente nuestro país. ¿Qué solución propongo? ¡No haberlo hecho! Ahora están obligados a vivir con ello. ¡Asuman su responsabilidad sobre el origen de la violencia!

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1 VALVERDE TÉLLEZ, Emeterio, Bio- bibliografía eclesiástica mexicana: 1821-1943 (Jus, México 1949), v. II, p. 17.

2 DIÓCESIS DE ZAMORA, Plan global 2012-2017: camino de comunión, p. 112. Desafío 46 del marco operativo.

3 Primeras palabras del Mensaje de los obispos de Michoacán al pueblo de Dios en nuestras diócesis (Morelia 2013).

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