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Jesús de Nazareth: Figura y mensaje

vol. III. Relatos sobre su infancia 1/3

Comentarios a la trilogía de

Benedicto XVI

Papa emérito

 

 

1. La pregunta por el origen de Jesús

 

Mientras John P. Meier se pregunta por los orígenes de Jesús de Nazareth desde una postura histórica puramente crítica, se interesa Benedicto XVI más bien por el origen intratrinitario de Jesús como Hijo del Padre y por su misión desde una postura histórico-salvífica. Meier y Ratzinger se interesan en efecto por el Jesús real, pero desde posturas realistas distintas, a saber desde un realismo hermenéutico y desde un realismo exagerado respectivamente. Apoyado en el análisis del lenguaje al estilo del Περὶ ἑρμηνείας de Aristóteles analiza Meier críticamente las cuestiones sobre la historicidad de Jesús con la perspicacia de Tomás de Aquino, aunque del estagirita le falta todo el apoyo de las Ciencias Naturales, las que hoy incluyen también  las Neurociencias. Por su parte Ratzinger sigue los pasos neoplatónicos de Agustín y Buenaventura. El Jesús histórico puramente crítico descrito por Meier y el Jesús histórico-salvífico meditado por Ratzinger es el mismo Jesus real, cuyo conocimiento no consiste sólo en buscarlo, sino también en dejarse encontrar por él. Sin ese encuentro personal no hay un conocimiento consistente acerca de él.

 

Consecuente con el realismo exagerado se remonta Ratzinger hasta el origen del Hijo en el seno intratrinitario, para explicar cristocéntricamente desde la mente de Dios la existencia de los universalia ante rem, es decir la prexistencia de los universales como arquetipos y modelos ejemplares de las cosas. En contraste con ello analiza críticamente Meier los orígenes históricos de Jesús a partir de las fuentes, de la redacción y de las tradiciones, en las cuales existen los universales como universalia in re. El Jesús histórico-salvífico de Ratzinger y el Jesús histórico puramente crítico de Meier es en efecto el mismo Jesús real, pero ambos suponen dos interpretaciones distintas de la figura histórica de Jesús, la una plausible para el realismo exagerado à la Ratzinger y la otra plausible para el realismo moderado à la Meier.

 

En razón de lo anterior Ratzinger orienta el análisis de la genealogía de Jesús desde Mt 1,1-17 y Lc 3,23-38 hacia el Prólogo de Jn 1,1 para responder a la pregrunta por el origen de Jesús, quien al principio ya existía y era Dios. En cambio Meier enfatiza la marginalidad del Galileo, el uso corriente del nombre de Jesús en el siglo I., lo improbable de su nacimiento en Belén, lo cuestionable de su ascendencia davídica, la incertidumbre sobre su concepción virginal en el seno de su madre y la escacez de los datos en torno a su adolescencia y juventud entre otros.

 

Según Ratzinger inicia Mateo su Evangelio con la genealogía de Jesús, para enfocar correctamente desde el principio la pregunta por el origen de Jesús. En cambio ha colocado Lucas la genealogía de Jesús después de su Bautismo y al comienzo de su vida pública, para responder a la misma pregunta y casi como una presentación pública de Jesús.1

 

Para Mateo son Abraham y David dos nombres decisivos, para focalizar el origen de Jesús a lo largo de su genealogía. Con Abraham comienza la historia de la promesa orientada a la bendición universal y con David la promesa de un reino eterno. Con ayuda de cuatro mujeres extranjeras –Tamar, Rahab, Rut y la mujer de Urías– es ampliada la apertura universal de esta promesa fuera del pueblo hebreo. Si bien José es el padre legal de Jesús, éste procede de Dios. De esta manera el parto de María establece el comienzo de una nueva genealogía a partir de Dios. Otra línea de interpretación de las cinco mujeres en la versión mateana de la genealogía de Jesús es según otros especialistas, que todas ellas incluso María procrearon un hijo por una vía extraordinaria.

 

Ratzinger conecta el desenlace de la genealogía ascendente de Mateo con el orden inverso de la genealogía descendente de Lucas, para desde Dios llegar de nuevo hasta Dios como origen de Jesús. Si bien Jesús era tenido legalmente como hijo de José, ¿cuál era su más remoto origen? Lucas retroce hasta Set, el de Adán, el de Dios. Así asume Jesús como nuevo Adán la historia de la humanidad entera.2

 

A partir de Dios, quien es remitido por Lucas como el origen de Jesús, interpreta Ratzinger la ausencia de una genealogía detallada en el Prólogo de Juan, quien simplemente afirma sobre el origen de Jesús: »Al principio ya existía la Palabra[...] y la Palabra era Dios». Juan confirma por tanto lo ya indicado en Mateo y Lucas, a saber que Jesús no procede de José, sino de Dios.

 

Meier modera mediante la crítica histórica la postura de Ratzinger respecto al Jesús real como descendiente del linaje de David a través de José, el padre legal de aquél. Contra Ignacio de Antioquía y Justino sostiene Meier, que el NT nunca afirma, que María pertezca a la tribu de Judá ni descienda de la familia de David. Si bien Lc 1,5 considera a Isabel como descendiente de Aarón, quien perteneció a la tribu de Leví, y Lc 1,36 utiliza la palabra συγγενίς es decir „pariente” en un sentido vago, para indicar la relación entre María e Isabel, aún así es discutible que la ascendencia levítica y aarónica de María sea un dato genealógico. Este dato podría ser tan sólo redaccional en la obra de Lucas y la prudencia invita, a no deducir un linaje levítico para María, de la cual ignoramos su genealogía. Y concluye Meier: 

 

»En realidad, está fuera de lugar toda consideración del linaje de María a partir del NT. En el ambiente judío del que proceden los relatos de la infancia, la genealogía de un niño se trazaba a través de su progenitor varón, fuera o no su padre biológico[...]; para el AT, el padre legal era el verdadero padre, hubiese procreado físicamente o no al hijo «.3

 

Ni siquiera la carta a los Hebreos, interesada en Jesús como sumo sacerdote en la línea de Melquisedec, pone a Jesús en relación explícita con la tribu de Leví, sino con la tribu de Judá y por tanto con David en Heb 7,14. En consecuencia sólo queda la ascendencia de José disponible para la investigación histórica. En el siglo I. hubo abundantes testimonios cristianos de la creencia en el origen davídico de Jesús, por ejemplo Rom 1,3-4; 2Tim 2,8; Mc 10,47; 12,35-37; Mt 9,27; 12,23; 15,22; 20,30; 21,9.15; 22,42-45; Lc 3,31; 18,38-39; 20,41-44 y Hch 2,25-31; 13,22-23.

 

El objetivo de la relación de Jesús con la estirpe de David es en varios textos el cumplimiento de la promesa hecha a David en 2Sm 7,12-14 llevado a cabo en Jesús y especialmente en su resurrección. Quizá esta conexión teológica entre David y la resurreción de Jesús fue la primera surgida en la fe cristiana. Pero no es un simple teológúmeno posteriormente deducido, pues su origen davídico fue punto de partida para la interpretación de la resurrección como cumplimiento de la promesa hecha a David y no viceversa, es decir la resurrección no es el pretexto para buscar un origen davídico de Jesús. Es muy probable, que la creencia en el origen davídico de Jesús sea pre-pascual, y ello explica la interpretación muy temprana de la resurrección como entronización del hijo de David.

 

Obviamente no prueba esta creencia de los discípulos, que Jesús sea de hecho un descendiente biológico de David. Las genealogías de Mt y Lc no consideran a Jesús como hijo biológico de José, cuya ascendencia fue davídica. Simplemente se puede probar, que sus seguidores creían en su origen davídico por la adopción legal de José. La base biológica de ADN de esta genealogía es imposible comprobarla hoy incluso en el caso de algunos sacerdotes y aristócratas hebreos de aquella época. Aún así algunos discípulos creyeron que Jesús era Hijo de David.

 

Por su parte remite Ratzinger en el prólogo de Jesús de Nazareth v. II a las obras de Joachim Gnilka, Jesus de Nazareth. Mensaje e historia y de John P. Meier, Un judío marginal para cuestiones cronológicas y topográficas y en este contexto reconoce a la obra de Meier como una obra fundamental. Por consiguiente el mismo Ratzinger considera las investigaciones de Meier compatibles con su propia perspectiva. Más cercano a Meier se declara Ratzinger que al teólogo católico, quien ha calificado su obra como una „Cristología desde arriba”, dado que Ratzinger no pretende escribir una Cristología al estilo de Pannenberg, Kasper y Menke, sino un relato sobre su encuentro personal con Jesús.

 

En este marco global la perspectiva histórico-salvífica de Ratzinger y la perspectiva histórico-crítica de Meier parecen ser recíprocamente complementarias, pues el Jesús histórico de Ratzinger y el Jesús histórico de Meier son el mismo Jesús real proclamado como verdadero Dios à la Ratzinger y como verdadero hombre à la Meier.

 

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1     Cfr. BENEDICTO XVI = RATZINGER, Joseph, Jesus von Nazareth. Prolog - Die Kindheitsgeschichten (2012), p. 5.

2     Cfr. Ibid., p. 9.

3     MEIER, John P., Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico (Verbo Divino, Pamplona 1998), v. I, p. 230.

 

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