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Joseph Ratzinger - Bendicto XVI - Papa emérito

Memorias 5/5

Profesor universitario en Regensburg

 

Encuentro y amistad con Hans Urs von Balthasar desde Basel

(Regensburg, Alemania: 1969-1977)

 

Extractos de la obra RATZINGER, Joseph, Aus meinem Leben. 1927–1977 (Stuttgart,1998).

 

»En 1969 [...] me llegó la oferta de Regensburg, que yo acepté porque [...] quería desarrollar mi teología en un contexto menos agitado y no quería estar implicado en continuas polémicas«. »En breve tiempo, la nueva universidad llegó a acoger también estudiantes de otros lugares y mi grupo de doctorandos se hizo así más internacional y variado, al menos por lo que respecta a la diversidad de talentos y de posturas. De esta manera, se había recuperado en poco tiempo aquella dimensión típicamente universitaria que era tan importante para mi trabajo. Tampoco aquí faltaban las polémicas, pero había un respeto recíproco de fondo que es muy importante para que un trabajo sea fructífero«.

 

»Los primeros años de Regensburg coincidieron con toda una serie de acontecimientos determinantes. El primero fue la llamada a formar parte de la Pontificia Comisión Teológica Internacional«. »Un primer dato cautivador era observar cómo cada uno de los miembros de la Comisión -que habían tomado parte casi todos en el Concilio, donde sin duda podían haber sido adscritos a la orientación progresista- , recibió las experiencias del período posconciliar y de qué modo redefinió sus posiciones. Para mí fue motivo de gran aliento constatar que muchos juzgaban la situación de aquel momento y las tareas que se derivaban de ésta exactamente como yo: Henri de Lubac[...] Philippe Delhaye[...,] Jorge Medina, [...] M. ]. Le Guillou, [...] Louis Bouyer[...]. Estaba además la gran figura de Hans Urs van Balthasar. Le había conocido personalmente por primera vez en Bonn[...]. El encuentro con Balthasar fue para mí el comienzo de una amistad para toda la vida, de la cual sólo puedo estar agradecido. No he vuelto a conocer jamás a hombres con una formación teológica y cultural tan amplia como Balthasar y De Lubac y no me siento capaz de expresar con palabras todo lo que debo a haberles conocido«.

 

»Congar, conforme a su espíritu conciliador, intentó siempre mediar entre posiciones contrarias y con su paciente apertura desarrolló seguramente una importante misión«. »Rahner, por el contrario, se había dejado envolver cada vez más en los eslóganes del progresismo y se dejó arrastrar a tomas de posición políticas aventureras que difícilmente se podían conciliar con su filosofía trascendental«.  »Rahner y Feiner, el ecumenista suizo, abandonaron finalmente la Comisión que, a su parecer, no llegaba a nada porque no estaba dispuesta a adherirse mayoritariamente a las tesis radicales«.

 

»Balthasar, que no había sido llamado al Concilio y enjuiciaba con gran agudeza la situación que se había creado, buscaba nuevas soluciones que sacaran a la teología de las formas partidistas a las que tendía cada vez más. Su preocupación era la de reunir a todos los que no pretendían hacer teología sobre la base de las finalidades y posturas preconstituidas de política eclesiástica, sino que estaban coherentemente decididos a trabajar a partir de sus fuentes y de sus métodos. Nació así la idea de una revista internacional que debía operar a partir de la communio en los sacramentos y en la fe y que se proponía introducirse en ella. Hablamos de esto frecuentemente con De Lubac, Bouyer, Le Guillou y Medina. Al principio parecía que el proyecto debía llevarse a cabo en Alemania y Francia. Mientras tanto, Balthasar había conocido en Milán al fundador del movimiento de Comunión y Liberación, Luigi Giussani, y a sus prometedores jóvenes. Así, la revista se publicó primero en Alemania y en Italia con una fisonomía distinta en cada uno de estos dos países. De hecho, era convicción nuestra que este instrumento no debía ni podía ser exclusivamente teológico, sino, frente a una crisis de la teología que nacía de una crisis de la cultura, más aún, de una verdadera revolución cultural, debía abarcar también el ámbito más general de la cultura y ser editado en colaboración con laicos de gran competencia cultural«.

 

»Desde entonces, Communio ha crecido hasta publicarse hoy día en dieciséis idiomas y se ha convertido en un importante instrumento de debate teológico y cultural, si bien no siempre lleva a cabo del todo los fines que entonces nos habíamos propuesto. La revista ha mantenido durante largo tiempo un carácter demasiado académico, no se nos ha permitido intervenir de manera suficientemente concreta y oportuna en el debate cultural contemporáneo. A pesar de ello, desarrolla un importante servicio y los años de trabajo común con los redactores han extendido mis horizontes, haciéndome aprender muchas cosas«.

 

»A los importantes acontecimientos de la Comisión Teológica Internacional y de la revista Communio, debo añadir además una experiencia más modesta. Yo no podía dejar de reflexionar continuamente sobre el hecho de que, en los años veinte y treinta, Romano Guardini no había llevado adelante su grandiosa obra únicamente en la universidad, sino que, con un grupo espontáneo de jóvenes, había creado en el castillo de Rothenfels un centro espiritual, que luego le permitía valorar su labor universitaria más allá de la mera dimensión académica«.

 

»Uno de mis alumnos, el Dr. Lehmann-Dronke, junto con la baronesa van Stockhausen de Westfalia, disponía en la región del lago de Constanza de una vieja granja transformada en casa de estudio que podría ser utilizada como lugar donde intentar una experiencia similar«.

 

»El segundo gran evento al comienzo de mis años de Regensburg fue la publicación del Misal de Pablo VI, con la prohibición casi completa del misal precedente, tras una fase de transición de cerca de seis meses«. »Pero yo estaba perplejo ante la prohibición del Misal antiguo, porque algo semejante no había ocurrido jamás en la historia de la liturgia«.

 

»No se puede, por tanto, hablar de hecho de una prohibición de los anteriores [al Misal de Pío V] y hasta entonces legítimamente válidos misales. Ahora, por el contrario, la promulgación de la prohibición del Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos desde el tiempo de los sacramentales de la Iglesia antigua, comportó una ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas. Como ya había ocurrido muchas veces anteriormente, era del todo razonable y estaba plenamente en línea con las disposiciones del Concilio que se llegase a una revisión del Misal, sobre todo considerando la introducción de las lenguas nacionales. Pero en aquel momento acaeció algo más: se destruyó el antiguo edificio y se construyó otro, si bien con el material del cual estaba hecho el edificio antiguo y utilizando también los proyectos precedentes. No hay ninguna duda de que este nuevo Misal comportaba en muchas de sus partes auténticas mejoras y un verdadero enriquecimiento, pero el hecho de que se presentase como un edificio nuevo, contrapuesto a aquel que se había formado a lo largo de la historia, que se prohibiese este último y se hiciese aparecer la liturgia de alguna manera ya no como un proceso vital, sino como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica, nos ha producido unos daños extremadamente graves. Porque se ha desarrollado la impresión de que la liturgia se «hace», que no es algo que existe antes que nosotros, algo «dado», sino que depende de nuestras decisiones«. »Para la vida de la Iglesia es dramáticamente urgente una renovación de la conciencia litúrgica, una reconciliación litúrgica que vuelva a reconocer la unidad de la historia de la liturgia y comprenda el Vaticano II no como ruptura, sino como momento evolutivo. Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy depende en gran parte del hundimiento de la liturgia[...]«. »Por todo esto tenemos necesidad de un nuevo movimiento litúrgico que haga revivir la verdadera herencia del concilio Vaticano II«.

 

»Por lo demás, los años de Regensburg representaron para mí un período de fecundo trabajo teológico. Me estaba enfrentando a dos grandes proyectos, ninguno de los cuales sería después realizado a causa de mi nombramiento episcopal. Tras el gran éxito del volumen de teología moral del padre Häring, el editor Wewel, que había animado la realización de aquel libro, se hizo promotor de un volumen similar reservado a la dogmática y ofreció el encargo a Rahner, alrededor del año 1957. A causa de sus numerosas tareas, Rahner rehusó y dio como alternativa mi nombre. Para mí, que entonces era un joven desconocido, se trataba de un honor inmerecido. Era consciente de los límites de mi capacidad y puse como condición poder buscar un segundo autor. La propuesta fue aceptada y conseguí convencer al padre Grillmeier para trabajar en aquella empresa. Trabajé con ahínco en este proyecto; mi hermana me ayudó transcribiendo centenares de páginas, pero el Concilio impidió posteriores tentativas y, tras el mismo, fue imposible volver a retomar inmediatamente el encargo recibido. Había llegado el momento de hacerlo [ahora en Regensburg]. Se presentó, sin embargo, una nueva dificultad: el profesor Auer había comenzado hacía poco la realización de un antiguo proyecto, que consistía en publicar una dogmática en pequeños fascículos de bolsillo. Después sobre todo de las presiones del editor Pustet, me rogó insistentemente que entrara como coautor en aquella iniciativa. Le hice notar que ya había aceptado un encargo en el proyecto de Wewel, pero, finalmente, no pude resistir su insistencia y acepté redactar para su obra las partes que el padre Grillmeier debería escribir para la dogmática del editor Wewel. Hubo ciertas incomprensiones, pero se resolvieron pronto. En cualquier caso, no pude realizar ni una ni otra iniciativa. Lo único que conseguí acabar fue la Escatología para la dogmática de Auer, que siempre he considerado mi obra más elaborada y cuidada. Intenté, ante todo, repensar nuevamente mi dogmática según la línea del Concilio, retomando de manera todavía más profunda las fuentes y teniendo muy presente la producción más reciente. Maduré, por tanto, una visión total que se nutría de las múltiples experiencias y conocimientos que mi camino teológico me había puesto enfrente. Gusté la alegría de poder decir algo mío, nuevo y, al mismo tiempo, plenamente inscrito en la fe de la Iglesia, pero evidentemente no estaba llamado a terminar esta obra. En efecto, apenas estaba empezándola, fui llamado a otra misión«.

 

»La sensación de adquirir cada vez más claramente una visión teológica mía fue la más bella experiencia de los años de Regensburg«. »El 24 de julio de 1976, cuando se comunicó la noticia de la repentina muerte del arzobispo de München, cardenal Julius Döpfner, todos quedamos consternados. Pronto llegaron rumores de que yo estaba entre los candidatos para la sucesión. No podía tomarme estos rumores muy en serio, dado que eran sobradamente conocidas tanto las limitaciones de mi salud como mi desconocimiento de las funciones de gobierno y administración; me sentía llamado a una vida de estudio y no había tenido nunca en mente nada distinto. Incluso los cargos académicos -era nuevamente decano de mi facultad y vicerrector de la universidad- permanecían en el ámbito de las funciones que un profesor debe tener en cuenta y estaban bastante alejadas de la responsabilidad de un obispo«.

 

»No pensé que hubiera ningún peligro cuando el nuncio Del Mestri, con un pretexto, fue a visitarme a Regensburg. Charló conmigo de lo divino y de lo humano y, finalmente, me puso entre las manos una carta que debía leer en casa y pensar sobre ella. La carta contenía mi nombramiento como arzobispo de München y Freising. Fue para mí una decisión inmensamente difícil. Se me había autorizado a consultar a mi confesor. Hablé con el profesor Auer, que conocía con mucho realismo mis límites tanto teológicos como humanos. Esperaba que él me disuadiese. Pero, con gran sorpresa mía, me dijo sin pensarlo mucho: «Debe aceptar». Así, después de haber expuesto otra vez mis dudas al Nuncio, escribí, ante su atenta mirada, en el papel de carta del hotel donde se alojaba, la declaración donde expresaba mi consentimiento. Las semanas hasta la consagración fueron difíciles. Interiormente continuaba titubeando y, además, había tal cantidad de trabajo que despachar que llegué casi exhausto al día de la consagración. Aquél fue un día extraordinariamente bello. Era un radiante día del comienzo del verano, en la vigilia de Pentecostés de 1977. La catedral de München [...] tras la reconstrucción emprendida después de la Segunda Guerra Mundial, daba una impresión de sobriedad[...]«.

 

»Con la consagración episcopal comienza en el camino de mi vida el presente. El presente, en efecto, no es una determinada fecha, sino el ahora de una vida, que puede ser largo o breve. Para mí aquello que comenzó con la imposición de las manos durante la consagración episcopal en la catedral de München es todavía el presente de mi vida. Por eso, no puedo describirlo como un recuerdo, sino sólo intentar llevar a cabo bien este ahora«.

 

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