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Joseph Ratzinger - Bendicto XVI - Papa emérito

Memorias 4/5

Profesor universitario en Tübingen

 

Colaboración con Hans Küng

(Tübingen, Alemania: 1966-1969)

 

Extractos de la obra RATZINGER, Joseph, Aus meinem Leben. 1927–1977 (Stuttgart,1998).

 

»[...]Mientras el Concilio seguía adelante, yo vivía entre Münster y Roma«. »Siempre que volvía de Roma encontraba un estado de ánimo más agitado en la Iglesia y entre los teólogos«. »Era muy evidente que crecía un resentimiento contra Roma y la Curia«.  »Si en Roma los obispos podían cambiar la Iglesia, más aún, la misma fe (así al menos lo parecía), ¿por qué sólo les era lícito hacerlo a los obispos?«. »Ahora bien, se sabía que las cosas nuevas que sostenían los obispos las habían aprendido de los teólogos«. »El papel que los teólogos habían adoptado en el Concilio creó entre los estudiosos una nueva conciencia de sí mismos: comenzaron a sentirse como los verdaderos representantes de la ciencia y, precisamente por esto, ya no podían aparecer sometidos a los obispos«.

 

»Si al volver a mi patria en el primer período conciliar me había sentido sostenido aún por el sentimiento de gozosa renovación que reinaba por doquier, experimentaba ahora una profunda inquietud frente al cambio que se había producido en el interior del clima eclesial y que era cada vez más evidente«. »Más enérgica fue mi intervención en el «Katholikentag» de Bamberg en el año 1966, tanto que el cardenal Döpfner se sorprendió de los «rasgos conservadores» que él creía haber percibido. Pero, mientras tanto, se estaba preparando otro cambio personal para mí«. »Tenía nostalgia del sur. La tentación se hizo irresistible cuando la universidad de Tübingen, que ya en el año 1959 me había ofrecido la cátedra de teología fundamental, me llamó para ocupar la segunda cátedra de dogmática, instituida hacía poco. Hans Küng era el que había insistido en mi llamada y en obtener el consenso de los otros colegas. Le había conocido en 1957, durante el Congreso de teólogos dogmáticos de Innsbruck, en el momento en que acababa de terminar mi recensión de su tesis de doctorado sobre Karl Barth«. »Había nacido así una buena relación personal, si bien poco después de la recensión de su libro hubo entre ambos una controversia más bien seria sobre la teología del Concilio. Pero ambos considerábamos esto como legítima diferencia de posiciones teológicas, necesarias para un fecundo avance del pensamiento, y no sentíamos de hecho comprometidas por estas diferencias de posiciones teológicas nuestra simpatía personal y nuestra capacidad de colaborar. Con el suceder de los eventos teológicos y eclesiales, sentí que nuestros caminos irían en direcciones cada vez más separadas, pero pensé que eso no quebraría nuestro consenso de fondo de teólogos católicos. Debo decir que en aquel momento me sentía más próximo a su trabajo que al de J. B. Metz que, precisamente por instancia mía, había sido llamado a la cátedra de teología fundamental de Münster. Encontraba el diálogo con él extremadamente estimulante, pero cuando se dibujó su orientación hacia la teología política, sentí crecer un contraste que podía llegar a tocar puntos fundamentales. Como quiera que fuese, me decidí a aceptar Tübingen -el sur me atraía, pero también la gran historia de la teología en esta universidad de Suabia en la que, por otra parte, me podían aguardar interesantes encuentros con importantes teólogos evangélicos-«.

 

»Comencé mis clases en Tübingen ya al comienzo del semestre estival del año 1966, por lo demás en un estado de salud precario, después de las excesivas fatigas del período conciliar, de la conclusión del Concilio y de la inicial estancia pendular entre Münster y Tübingen«. »La facultad tenía un cuerpo docente de altísimo nivel, aunque inclinado a la polémica, y tampoco a esto estaba yo muy habituado; debo decir de todas maneras que entablé una buena relación con todos mis colegas«.

 

»En 1967, pudimos celebrar todavía espléndidamente los ciento cincuenta años de la facultad católica de teología, pero se trató también de la última fiesta académica al viejo estilo. Casi fulminantemente cambió el „paradigma” cultural a partir del cual pensaban los estudiantes y una parte de los docentes. Hasta entonces, el modo de pensar había estado orientado por la teología de Bultmann y por la filosofía de Heidegger; en breve tiempo, casi en el espacio de una noche, el esquema existencialista se derrumbó y fue sustituido por el marxista. Ernst Bloch enseñaba entonces en Tübingen y en sus lecciones denigraba a Heidegger, catalogándolo de pequeño burgués; casi contemporáneamente a mi llegada, fue llamado a la facultad evangélica de teología Jürgen Moltmann que, en su fascinante libro Teología de la Esperanza, repensaba la teología a partir de Bloch. El existencialismo se desintegraba completamente y la revolución marxista se encendía en toda la universidad, la sacudía hasta sus cimientos«.

 

»[...]Ya, en mi curso de Cristología había intentado reaccionar a la reducción existencialista y aquí y allá -sobre todo en el curso sobre Dios que había impartido inmediatamente después- había intentado ponerle contrapesos extraídos del pensamiento marxista que, precisamente por sus orígenes judeo-mesiánicos, conserva elementos cristianos. Pero la destrucción de la teología que tenía lugar a través de su politización en dirección al mesianismo marxista era incomparablemente más radical, justamente porque se basaba en la esperanza bíblica, pero la destrozaba porque conservaba el fervor religioso eliminando, sin embargo, a Dios y sustituyéndolo por la acción política del hombre. Queda la esperanza, pero el puesto de Dios es reemplazado por el partido y, por tanto, el totalitarismo de un culto ateo que está dispuesto a sacrificar toda humanidad a su falso dios«.

 

»Todo eso es de por sí suficientemente alarmante, pero llega a ser un reto inevitable para los teólogos cuando se lleva adelante la ideología en nombre de la fe y se usa la Iglesia como su instrumento. El modo blasfemo con que se ridiculizaba la cruz como sadomasoquismo, la hipocresía con que se continuaban declarando creyentes-cuando se consideraba útil-«. »He vivido todo esto en mi propia carne, dado que en el momento de mayor enfrentamiento era decano de mi facultad, miembro del Grande y Pequeño Senado Académico y miembro de la Comisión encargada de elaborar un nuevo Estatuto para la universidad«.

 

»Sin embargo, antes de llegar a la etapa siguiente de mi camino personal, tal vez deba todavía recordar que, a pesar de todo, pude continuar mi trabajo en aquella situación de manera considerable y fecunda. Dado que en el año 1967 el curso principal de dogmática lo había impartido Hans Küng, yo tenía por fin libertad para realizar un proyecto que acariciaba en silencio desde hacía diez años. Osé experimentar con un curso que se dirigía a estudiantes de todas las facultades, con el título de «Introducción al Cristianismo». De estas lecciones nació después un libro, que ha sido traducido a diecisiete lenguas y reeditado muchas veces, no sólo en Alemania, y que continúa siendo leído. Era y soy plenamente consciente de sus limitaciones, pero el hecho de que este libro haya abierto una puerta a muchas personas es para mí motivo de satisfacción, junto a mi gratitud hacia Tübingen, en cuya atmósfera tuvieron origen estas lecciones«.

 

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1     Cfr. BENEDICTO XVI = RATZINGER, Joseph, Jesus von Nazareth. Prolog - Die Kindheitsgeschichten (2012), p. 5.

2     Cfr. Ibid., p. 9.

3     MEIER, John P., Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico (Verbo Divino, Pamplona 1998), v. I, p. 230.

 

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