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Joseph Ratzinger - Bendicto XVI - Papa emérito

Memorias 1/5

Reelaboración del escrito de habitlitación post-doctoral

 

El Prof. Michael Schmaus contra el estudiante Joseph Ratzinger

(Freising-München, Alemania: 1953-1958)

 

Extractos de la obra RATZINGER, Joseph, Aus meinem Leben. 1927–1977 (Stuttgart,1998).

 

»Ocurrió [...] a fines del semestre estival de 1953[...]«. »Ahora lo primero que había que hacer era fijar el tema de la habilitación. Gottlieb Söhngen sostuvo que, dado que mi tesis de doctorado había afrontado un argumento de patrística, debía ahora dedicarme a los medievales. Puesto que yo había estudiado a san Agustín, le parecía natural que trabajase en Buenaventura[...]. Y, desde el momento en que mi tesis había tratado un tema de eclesiología, debía pensar ahora en el segundo gran núcleo temático de la teología fundamental: el concepto de revelación«. »Así, yo debía verificar si de alguna forma Buenaventura era un representante del concepto de historia de la salvación y si este motivo -además de ser reconocible- se ponía en relación con la idea de revelación«. »Cuando el padre Schurr [docente de teología dogmática en el seminario de los redentoristas de Gars, Alemania] hizo las maletas y abandonó Freising en el verano de 1954, yo había concluido la recopilación de los materiales y elaborado las ideas de fondo de mi interpretación de cuanto había encontrado, pero todo el fatigoso trabajo de la redacción del texto se presentaba ahora ante mí«.

 

»Pero nuevamente aconteció una circunstancia singular. Tras la muerte del profesor emérito de filosofía, quedó libre uno de los apartamentos destinados a los profesores, situado junto a la catedral, y se me invitó a establecerme en aquel apartamento y a asumir la cátedra de dogmática. Esto me parecía ir demasiado deprisa, tanto más teniendo en cuenta que la parte más consistente del trabajo de habilitación estaba todavía por hacer. De cualquier modo, acepté impartir el curso de dogmática en el semestre invernal como profesor extraordinario y se me permitió aplazar un año más la teología fundamental«. »La entusiasta participación de los estudiantes me ayudó a sostener el doble trabajo del curso y de la habilitación. A fines del semestre estival de 1955 el manuscrito estaba listo; lamentablemente tropecé con una mecanógrafa que no sólo era lenta, sino que a veces perdía hojas, sometiendo mis nervios a una dura prueba por la excesiva cantidad de errores, sobre todo porque éstos se extendían también a la numeración de las páginas citadas, hasta el punto de que la lucha por el descubrimiento y la ordenación de los errores parecía, a veces, no tener solución. A finales del otoño, pude finalmente presentar los dos ejemplares exigidos en la facultad de München, de cuya presentación gráfica estaba yo, como puede suponerse, todo menos contento. No obstante, tenía la esperanza de que las faltas más garrafales no hubieran permanecido en el manuscrito«.

 

»Entre tanto, había madurado también la cuestión de la residencia. [...] Dado que ahora la habilitación parecía cosa segura y la casa próxima a la catedral esperaba a sus nuevos moradores, a todos nos pareció adecuado llevar a mi padre y a mi madre a Freising: así podrían vivir al Iado de la catedral, las tiendas estaban cerca y podríamos estar juntos en familia, tanto más cuanto que mi hermana estaba también considerando la posibilidad de poder reunirse inmediatamente después con nosotros. [...] Vivimos un bellísimo Adviento y cuando en Navidades llegaron también mi hermano y mi hermana, aquella extraña vivienda se convirtió inmediatamente en un lugar donde nos sentíamos realmente en un verdadero hogar«.

 

»En aquel tiempo ninguno de nosotros podía imaginar qué nubarrones de tormenta se cernirían sobre mí. Gottlieb Söhngen había leído el texto de la habilitación con entusiasmo, citándola muchas veces en clase. El profesor Schmaus, que era mi director, a causa de sus numerosas tareas, la tuvo que dejar aparcada un par de meses. Por una secretaria suya supe que finalmente había comenzado a leerla en febrero. Por la Pascua de 1956, Schmaus convocó en Königstein a los dogmáticos de lengua alemana, que continuaron reuniéndose a intervalos regulares, constituyendo la asociación alemana de teólogos dogmáticos y fundamentales. También estuve presente yo y tuve en esa ocasión la posibilidad de conocer personalmente a Karl Rahner[...]«.

 

»Gracias a aquella circunstancia establecimos una relación verdaderamente cordial entre nosotros. En el curso del congreso de Königstein, Schmaus me llamó para una breve entrevista en la que de manera francamente fría y sin emoción alguna me dijo que debía rechazar mi trabajo de habilitación porque no respondía a los criterios de rigor científico requeridos para obras de aquel género. Añadió que me haría saber los detalles después de la decisión del Consejo de Facultad. Era como si me hubiese caído un rayo desde el cielo sereno. Todo un mundo amenazaba con desplomarse. ¿Qué les sucedería a mis padres, que habían venido con tan buena intención a Freising a vivir conmigo, si ahora, a causa de este fallo, debía dejar la enseñanza? Mis proyectos para el porvenir, todos orientados a la enseñanza de la teología, habrían sido fallidos. Pensé quedarme en Freising como vicario en San Jorge, a cuyo cargo correspondía una habitación, pero ésta no parecía una solución particularmente consoladora«.

 

»[...] ¿Qué había sucedido? Tan lejos como yo podía saber, eran tres los factores que habían operado. En el curso de mi trabajo de investigación había constatado que en München los estudios sobre el Medievo, cuyo principal exponente era el propio Schmaus, habían permanecido sustancialmente estancados en los tiempos de la preguerra [...]. Al final, el ejemplar de mi libro pasado a través de su revisión estaba lleno de notas al margen, escritas en diversos colores, que ciertamente no dejaban lugar a dudas de su dureza. Por si fuera poco, le acabaron de irritar la insuficiente calidad gráfica y los numerosos errores en las citas, que habían permanecido, pese a todos mis esfuerzos. Además, no estaba nada de acuerdo con el resultado de mi análisis.

 

Yo había constatado que en Buenaventura [...] no había correspondencia alguna con nuestro concepto de «revelación», que solíamos usar para definir el conjunto de los contenidos revelados, tanto que también en el léxico se había introducido la costumbre de definir las Sagradas Escrituras simplemente como la «revelación». En el lenguaje medieval semejante identificación habría sido impensable. «Revelación» es de hecho un concepto de acción: el término define el acto con que Dios se muestra, no el resultado objetivizado de este acto. Y porque esto es así, del concepto de «revelación» forma siempre parte el sujeto receptor: donde nadie percibe la revelación, allí no se ha producido ninguna revelación porque allí nada se ha desvelado. La idea misma de revelación implica un alguien que entre en su posesión. Estos conceptos, adquiridos gracias a mis estudios sobre Buenaventura, se convirtieron después en muy importantes para mí, cuando en el curso del debate conciliar fueron afrontados los temas de la revelación, de las Sagradas Escrituras y de la Tradición. Porque si las cosas fueran como las he descrito, entonces la revelación precede a las Escrituras y se refleja en ellas, pero no es simplemente idéntica a ellas. Esto significa que la revelación es siempre más grande que el solo escrito. De ello se deduce, en consecuencia, que no puede existir un mero «Sola Scriptura» [...], que a la Escritura está ligado el sujeto que comprende, la Iglesia, y con ello está dado también el sentido esencial de la Tradición. Pero, mientras tanto, se trataba de mi habilitación a la libre docencia y Michael Schmaus, a quien probablemente le habían llegado desde Freising rumores de voces irritadas sobre la modernidad de mi teología, no veía en estas tesis, en ningún caso, una fiel interpretación del pensamiento de Buenaventura (cosa, por otra parte, de la que yo estoy todavía hoy convencido), sino un peligroso modernismo que conduciría necesariamente hacia la subjetivización del concepto de revelación«.

 

»La reunión del consejo de la facultad que se ocupó de mi tesis debió de ser más bien tempestuosa. A diferencia de Söhngen, Schmaus contaba con amigos influyentes entre los docentes de la facultad, pero el veredicto de condena fue en cualquier caso atenuado: el trabajo no fue rechazado, sino que me fue devuelto para que lo corrigiera. Yo debía extraer de las observaciones al margen que Schmaus había puesto en su ejemplar lo que se tenía que corregir. Con ello me fue devuelta la esperanza, aunque parece ser que Schmaus había declarado tras esta sesión -según me contó Söhngen- que la cantidad de cosas que tenía que corregir era tan grande que se precisaban años de trabajo. Si hubiese sido así, entonces la restitución habría equivalido a una recusación e, indudablemente, yo hubiera tenido que dar por finalizado mi trabajo como docente universitario. Hojeé el ejemplar de mi libro ampliamente desfigurado e hice un descubrimiento alentador. Mientras las dos primeras partes estaban repletas de anotaciones polémicas que, por otro lado, sólo raramente me parecían convincentes y que, algunas veces, se aclaraban dos páginas más adelante, la última parte de mi trabajo -dedicada a la teología de la historia de Buenaventura- había quedado totalmente libre de observaciones críticas. Precisamente esta parte contenía el material explosivo. ¿De qué se trataba? [...] En mi trabajo demostraba por primera vez que Buenaventura, en su interpretación de la Creación en seis días [...], se había confrontado minuciosamente con Joaquín [de Fiore] y, como hombre mediador, había buscado recoger cuanto pudiera ser útil, pero integrándolo en el ordenamiento de la Iglesia. Como se puede comprender, estas conclusiones no fueron acogidas inicialmente con entusiasmo por todos, pero con el tiempo han acabado por imponerse. Schmaus, como he dicho, no había ejercido ninguna crítica a toda esta parte de mi obra«.

 

»Tuve así una idea para salvar mi trabajo. Aquello que había escrito sobre la teología de la historia de Buenaventura estaba estrechamente ligado al conjunto del libro, pero poseía de algún modo su autonomía; se podía separar sin grandes problemas del resto de la obra y estructurarlo como un todo en sí mismo. Con sus 200 páginas, un libro de este género era más breve que la media de un escrito de habilitación pero era, de cualquier modo, lo suficientemente extenso como para demostrar la capacidad de desarrollar autónomamente una investigación teológica y esto era, en definitiva, el verdadero objeto de aquel tipo de trabajo. Dado que, a pesar de las duras críticas a mi trabajo, esta parte había permanecido sin observaciones negativas, no había ahora ninguna posibilidad de declararla a posteriori científicamente inaceptable. Gottlieb Söhngen, al cual presenté mi plan, estuvo inmediatamente de acuerdo. [...] Pude tener un par de semanas libres, durante las cuales conseguí realizar las necesarias adaptaciones de reelaboración. Así me fue posible, ya en octubre -con gran asombro del consejo de facultad-, presentar otra vez mi habilitación en su nueva versión reducida. Se volvieron a suceder semanas de inquieta espera.

 

Finalmente, el día 11 de febrero de 1957 supe que mi escrito de habilitación había sido aceptado: la lectura pública tendría lugar el 21 de febrero. [...] Así, me presenté aquel día no sin preocupación, desde el momento en que, teniendo en cuenta mis numerosas tareas de enseñanza en Freising, me había quedado verdaderamente poco tiempo libre para prepararme. El aula magna, que había sido elegida para la ocasión, estaba repleta de gente; en el ambiente se respiraba una extraña tensión casi física. Después de mi lectura, correspondía al presentador y al director tomar la palabra. Pronto la discusión conmigo se convirtió en un apasionado debate entre ambos [es decir entre Söhngen y Schmaus]. Ellos se volvían hacia el público presente como si estuvieran impartiendo una clase. Mientras, yo permanecía aparte, sin ser interpelado nunca. La reunión del consejo en la que debía tomarse la decisión duró largo tiempo; cuando acabó, el decano se dirigió al pasillo donde yo estaba esperando con mi hermano y algunos amigos y me comunicó de una manera completamente informal que había superado el examen y que era apto para la docencia«.

 

»En ese momento no alcancé a sentir alegría alguna; tan grande había sido la pesadilla que había pasado. Pero poco a poco fue liberándose la preocupación que se había acumulado en mí; entonces pude continuar mi labor en Freising en paz y tranquilidad y no temer haber embarcado a mis padres en una triste aventura. Poco tiempo después fui nombrado libre docente de la Universidad de München y el 1 de enero de 1958 fui designado [...] para el cargo de profesor de teología fundamental y dogmática en el seminario filosófico-teológico de Freising. Como se puede fácilmente comprender, las relaciones con el profesor Schmaus fueron tensas en los primeros tiempos, pero, más tarde, en los años setenta, fueron mejorando progresivamente hasta llegar a ser amistosas. En todo caso, ni sus juicios ni sus decisiones de entonces me parecieron nunca científicamente justificadas, pero he reconocido que la prueba de aquel difícil año fue para mí humanamente saludable y siguió una lógica más elevada que la puramente científica. En un primer momento, la distancia de Schmaus fue el origen de un acercamiento a Karl Rahner; pero, sobre todo, me quedó el propósito de no consentir tan fácilmente la recusación de disertaciones o de habilitaciones a la libre docencia, sino de tomar partido por el más débil siempre que le asistiera la razón, una actitud que, como diré más adelante, tuvo consecuencias en mi carrera académica«.

 

»[...] En el verano de 1958 me llegó una invitación para ocupar la cátedra de teología fundamental de Bonn, la cátedra que mi maestro Söhngen había deseado siempre, pero que las circunstancias de aquellos años le habían impedido alcanzar. Conseguir aquella cátedra era para mí casi un sueño.«

 

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