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Joseph Ratzinger - Bendicto XVI - Papa emérito

CCLXIV. Sucesor de San Pedro

De la Piazza del Sant'Uffizio al Palacio Apostólico del Vaticano

 

«El sigiliso y cortés Joseph Ratzinger»: el candidato ideal

para que la Secretaría de Estado volviera a respirar con alivio

 

»Cuándo seré puesto en libertad, no lo sé, pero sé que también para mí sirve que:

"Me he convertido en una bestia de carga y, precisamente así, estoy contigo"«.

RATZINGER, Joseph, Aus meinem Leben. Erinnerungen 1927–1977 (Stuttgart,1998).

 

Para el 8 de diciembre de 2005, cuando se iban a cumplir exactamente los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, estuvo anunciada la primera encíclica de Benedicto XVI. Algunas palabras suyas pronunciadas al comienzo de su pontificado hacían pensar que no iban a faltar en ella referencias al acontecimiento eclesial más importante del siglo XX: “Cuando me preparo al servicio que es propio del sucesor de Pedro, quiero reafirmar con fuerza la voluntad decidida de proseguir en el compromiso de realización del Concilio Vaticano II, siguiendo a mis predecesores y en continuidad con la tradición bimilenaria de la Iglesia. Este año se celebra el XL aniversario de la conclusión de la asamblea conciliar. Con el pasar de los años los documentos conciliares no han perdido actualidad; por el contrario, sus enseñanzas se revelan particularmente pertinentes en relación con las nuevas instancias de la Iglesia y de la sociedad actual globalizada”.58 Sin embargo, no fue así, y éste es otro punto en el que Deus caritas est resultó desconcertante.

 

Aún así hay un documento que llena esta laguna, a saber el discurso pronunciado el 22 de diciembre de 2005 ante la Curia con ocasión de los festejos de Navidad. En esta alocución Benedicto XVI hacía balance de sus primeros meses de pontificado, incluyendo la celebración de los cuarenta años de la clausura del Concilio. Esta circunstancia le llevó a plantear las siguientes preguntas: ¿cuál ha sido el resultado del Concilio? ¿Ha sido acogido y aplicado correctamente? En este proceso de recepción, ¿qué ha sido bueno y qué insuficiente o erróneo? ¿Qué es lo que queda aún por hacer? Aquella alocución formulaba una respuesta en la que proponía claves de lectura y aplicación para su correcta hermenéutica.

 

Los problemas de la recepción del Vaticano II emanan de la coexistencia paralela de dos hermenéuticas contrarias y enfrentadas que han causado confusión, por un lado una «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura», y por el otro una «hermenéutica de la reforma» o de «una renovación en la continuidad». La primera interpreta los textos del Concilio como resultado de transacciones estratégicas y de la búsqueda formal de la unanimidad; los textos no serían por ello la expresión del verdadero espíritu del Concilio, y dado que no reflejan sino de manera imperfecta el espíritu del Vaticano II y su novedad, hay que ir más allá de ellos para apropiarse de la intención más profunda del Concilio. En esta lógica habría que seguir no ya la «letra», sino su «espíritu». Según Benedicto XVI el margen para la arbitrariedad y la excentricidad puede ser incalculable en esta primera hermenéutica, que en última instancia desemboca en una ruptura entre la Iglesia pre-conciliar y la Iglesia post-conciliar.

 

Para explicar la «hermenéutica de la reforma», Benedicto XVI echa mano de dos textos emblemáticos del Vaticano II: el discurso de inauguración de Juan XXIII y el discurso de clausura de Pablo VI. De aquella primera alocución del 11 de octubre de 1962, Gaudet Mater Ecclesia, retoma estos pasajes: el Concilio «quiere transmitir la doctrina católica en su integridad, sin atenuaciones ni deformaciones», y luego prosigue así: «Nuestra tarea no es únicamente guardar este tesoro, como si nos preocupáramos tan sólo de la antigüedad, sino también decididos, sin temor, a estudiar lo que exige nuestra época [...] Esta doctrina es, sin duda, verdadera e inmutable, y el fiel debe prestarle obediencia, pero hay que investigarla y exponerla según las exigencias de nuestro tiempo. Una cosa es, en efecto, el depósito de la fe o las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta es el modo como se enuncian estas verdades, conservando, sin embargo, el mismo sentido y significado».

 

Este fragmento ha sido retomado en un pasaje de la constitución pastoral Gaudium et spes (cf. GS 62), sobre la Iglesia en el mundo actual. Con ello queda abierta la puerta a la evocación que Benedicto XVI hace del discurso conciliar de clausura pronunciado por Pablo VI el 7 de diciembre de 1965. Desde esta perspectiva se infiltra la otra preocupación sobre la recepción del Vaticano II. El Concilio tenía que profundizar en la relación de la Iglesia con el mundo, haciendo frente a las diversas tensiones inscritas en esta dinámica de la «apertura al mundo». Según Benedicto XVI la cuestión de fondo que se decide en el replanteamiento de la relación entre la Iglesia y la Modernidad se especifica en estos tres interrogantes: cómo definir de manera nueva la relación entre la fe y la ciencia moderna, cómo definir la relación entre la Iglesia y el estado moderno, cómo definir la relación entre la fe cristiana y las religiones del mundo.

 

En este entramado de complejas cuestiones, las decisiones de fondo del Concilio Vaticano II siguen siendo válidas aún y al mismo tiempo las formas concretas de su aplicación a los nuevos contextos y situaciones pueden cambiar, ya que la hermenéutica de la reforma nos sitúa en el corazón de esa dialéctica que se establece de forma permanente entre la fidelidad y el dinamismo. Ellas coinciden con las tensiones perennes entre la fe y la razón. Y concluía: “podemos hoy volver la mirada con gratitud al Concilio Vaticano II: si lo leemos y lo acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la necesaria renovación de la Iglesia”.

 

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