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Iglesia de Jesús: Esencia de su misión e identidad

La Iglesia es comunión eucarística 3/6

Comentarios a la Eclesiología de

Joseph Ratzinger - Benedicto XVI

Papa emérito

 

 

3. Sacramentum salutis, communio y Eucaristía

 

El texto más importante y explícito de Ratzinger sobre la sacramentalidad de la Iglesia fue publicado en 1977, como colaboración en un volumen editado por J. Reikerstorfer.1 En este escrito Joseph Ratzinger, después de analizar el origen de la fórmula sacramentum salutis en el Concilio Vaticano II, considera su significado teológico.

 

Al citar la definición de sacramento en el Catecismo Romano, recuerda que es un signo visible, de la gracia invisible, instituido para nuestra justificación. En primer lugar, un signo, y más precisamente una actio o un acontecimiento, que remite a algo invisible, en la medida en que quien lo percibe, se sitúa en relación con el plan salvífico de Dios;2 y ese plan no se da si no es en y por la Iglesia. Por tanto, los sacramentos sólo son inteligibles como realizaciones concretas de lo que la Iglesia es en su totalidad: los sacramentos son modos cómo se realiza la sacramentalidad originaria de la Iglesia,3 de manera que la Iglesia y los sacramentos se interpretan mutuamente.

 

«La Iglesia es un sacramento. Esto significa que no se pertenece a sí misma. No realiza su propia obra, sino que debe estar disponible para la obra de Dios. Está vinculada a la voluntad de Dios. Los sacramentos son la estructura de su vida, y el centro de los sacramentos es la Eucaristía, en la que tocamos del modo más inmediato esta presencia real de Jesucristo».4

 

Mediante el septenario sacramental se verifica plenamente en la Iglesia la lógica de la Encarnación.5

 

La salvación es la finalidad de la Iglesia: nos da la vida eterna; todo lo demás es secundario,6 pero es preciso superar tanto una concepción individualista como una meramente institucional de la salvación. En María –en quien está ya anticipada la Iglesia– vemos tanto la naturaleza “supraindividual” de la persona como la naturaleza “suprainstitucional” de la Iglesia.7 Cuando Henri de Lubac llamaba a la Iglesia "sacramento" en los años treinta del siglo XX, lo hacía precisamente para salir al paso de una idea individualista de la salvación. La esencia de la salvación es la unificación de la humanidad en Jesucristo (cf. Ga 3,28). El "catolicismo", así entendido, es el perfecto antídoto contra el ateísmo humanista. En esta dirección, continúa Joseph Ratzinger, se mueven las intenciones del Vaticano II y todas sus afirmaciones eclesiológicas, dirigidas no tanto a la autocontemplación interior de la Iglesia, sino al descubrimiento de su ser sacramento de salvación para el mundo.8

 

Considerar la Iglesia como sacramento lleva efectivamente consigo superar una idea individualista de la vida cristiana y, concretamente, de la vida sacramental, pues al reconocer que la Iglesia es sacramento, se profundiza y se clarifica el concepto mismo de Iglesia. Se entiende que la Iglesia no es la simple sociedad de quienes poseen unas creencias comunes, sino que es, por su misma esencia, una "comunidad de culto", en la que mediante la celebración de la liturgia se hace presente el amor redentor de Jesucristo, que libera a los hombres de la soledad uniéndolos entre sí al unirlos con Dios.9
 

En este contexto, es preciso considerar también el carácter eclesial de la fe:

 

«En efecto, no existe la fe como una decisión individual de alguien que permanece recluido en sí. Una fe que no fuera en concreto ser recibido en la Iglesia, no sería una fe cristiana. Ser recibido en la comunidad creyente es una parte de la fe misma y no sólo un acto jurídico complementario. Esta comunidad creyente es, a su vez, comunidad sacramental, es decir, vive de algo que no se da ella misma; vive del culto divino, en el que se recibe a sí misma. Si la fe abarca el ser aceptado y recibido por esta comunidad, debe ser también, y al mismo tiempo, un ser aceptado y recibido en el sacramento. El acto del bautismo expresa, pues, la doble trascendencia del acto de la fe: la fe es don a través de la comunidad, que se da a sí misma. Sin esta doble trascendencia, es decir, sin la concreción sacramental, la fe no es la fe cristiana».10


De ahí que el "Yo creo" (credo) de la profesión de fe se identifique con el "Nosotros
creemos" (credimus): es el "yo" de la Iglesia que abarca todos los "yo" de los creyentes individuales.11

 

Ratzinger advierte muy claramente que el problema de la eclesiología eucarística –cultivada sobre todo por los teólogos ortodoxos– sería la explicación del Primado de Pedro: podría convertirse sobre todo en una eclesiología en torno al Obispo y su Iglesia particular, pero de espaldas al Primado. Hacía falta afrontar esta dificultad y también el problema presentado por la idea protestante de la Iglesia como "comunidad de la Palabra". Para esto, ha sido importante destacar la noción de Communio como una de las ideas-madre para la comprensión de la Iglesia, pues contiene también la noción de catolicidad.12 En este sentido es muy significativa la descripción de la Iglesia primitiva que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: los fieles «se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la vida común (koinonía), en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2,42). La unidad de la Iglesia –la vida común– se encuentra como abrazada por el ministerio apostólico de la enseñanza como función magisterial y por el misterio eucarístico de la fracción del pan.13


Al considerar a la Iglesia como sacramento de la unidad de los hombres entre sí, surgió el intento de utilizar la realidad cristiana como catalizadora de unificación política. La denominada "teología política" hizo este planteamiento poco después del Vaticano II. Joseph Ratzinger, tras mostrar las razones por las que semejante intento lleva inevitablemente en una falsa dirección, expone lo que constituye el más profundo significado de la afirmación de la Iglesia como sacramento de la unidad, en su esencial interrelación con la communio y la Eucaristía:
 

«La Iglesia es comunión: es la comunicación de Dios con los hombres en Cristo y, por tanto, de los hombres entre sí; y así es sacramento, signo e instrumento de la salvación. La Iglesia es celebración de la Eucaristía y la Eucaristía es Iglesia. No es que [sólo] marchen juntas, es que son lo mismo. A partir de aquí, surge la luz sobre todo lo demás. La Eucaristía es el sacramento de Cristo y porque la Iglesia es Eucaristía, por eso mismo es sacramento con el que todos los demás sacramentos se coordinan».14

 

Según Joseph Ratzinger, esta eclesiología de Comunión es el núcleo de la doctrina del Vaticano II sobre la Iglesia; un elemento nuevo, pero en plena continuidad con los orígenes.15

 

 

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1     Cfr. BENEDICTO XVI = RATZINGER, Joseph, Jesus von Nazareth. Prolog - Die Kindheitsgeschichten (2012), p. 5.

2     Cfr. Ibid., p. 9.

3     MEIER, John P., Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico (Verbo Divino, Pamplona 1998), v. I, p. 230.

 

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