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Iglesia de Jesús: Esencia de su misión e identidad

La Iglesia es comunión eucarística 1/6

Comentarios a la Eclesiología de

Joseph Ratzinger - Benedicto XVI

Papa emérito

 

 

La Eclesiología de Joseph Ratzinger gira en torno a tres conceptos fundamentales, a saber: Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios y Sacramento.1 La Iglesia se origina en el misterio trinitario, aparece visiblemente como Pueblo de Dios, está constituida como Cuerpo de Cristo y opera como Sacramento de salvación.2

 

Las reflexiones de Joseph Ratzinger sobre la sacramentalidad de la Iglesia y su vinculación con las nociones de Pueblo de Dios, de Cuerpo de Cristo y de Comunión, con su centro en la Eucaristía, presentan gran variedad de aspectos. En los siguientes incisos será expuesta la doctrina de Ratzinger sobre la Eclesiología ecuarística, para destacar el coherente desarrollo diacrónico de su pensamiento sobre la Iglesia en cuanto Sacramento de salvación, sin necesidad de tratar otras importantes cuestiones eclesiológicas presentes también en sus escritos.

 

1. La dimensión eucarística de la Iglesia

 

La relación entre Iglesia y Eucaristía estuvo presente desde el principio en el pensamiento de Joseph Ratzinger. Como él mismo narra, especialmente en 1947 con la lectura de la obra Corpus Mysticum de Henri de Lubac, se le presentó un nuevo panorama para profundizar en el misterio eucarístico en su relación con la unidad de la Iglesia.3

 

Tres años después bajo la dirección de Gottlieb Söhngen, comenzó a trabajar en su tesis doctoral titulada Pueblo y casa de Dios en san Agustín en 1950 y la terminaría en 1954.4 En san Agustín encuentra Ratzinger la "conexión" entre Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Eucaristía: el Pueblo de Dios es la comunidad sacramental del Cuerpo de Cristo, no de un modo sólo simbólico, porque el Pueblo tiene como centro el unus panisunum corpus multi sumus.5 En la presentación, que Ratzinger hace en 1978, de aquella tesis doctoral, comenta:

 

«"Pueblo de Dios" es una afirmación metafórica extraída del Antiguo Testamento. Tiene un valor exclusivamente alegórico y su aplicación a la Iglesia depende de la posibilidad de aplicar a la Iglesia "de modo alegórico" el Antiguo Testamento. "Cuerpo de Cristo", por el contrario, expresa una realidad objetiva de esta comunidad: ésta resulta constituida en un nuevo organismo, a partir de la asamblea litúrgica. [...] La relectura cristológica del Antiguo Testamento y la vida sacramental centrada en la Eucaristía son dos elementos centrales de la visión agustiniana de la Iglesia».6


La elaboración de la tesis doctoral supuso un recorrido histórico por la patrística, con el fin de rastrear el concepto de "Pueblo de Dios" en los siglos III y IV, especialmente en san Agustín. El doctorando alemán había estado en contacto con la eclesiología eucarística de origen francés de De Lubac, en quien encontró uno de las inspiraciones centrales de su eclesiología.7 En el periodo de entreguerras se había desarrollado una eclesiología espiritual, que dejaba demasiado en sombra los aspectos externos e institucionales de la Iglesia. Sin embargo Ratzinger pone de relieve, que la Iglesia es a la vez Pueblo de Dios y Cuerpo místico de Cristo, en el que el Cuerpo eucarístico del Señor es precisamente el sacramento de la unidad y de la comunión.
 

En el artículo Origen y naturaleza de la Iglesia, escrito en 1956  y recogido después en su obra El nuevo Pueblo de Dios, Joseph Ratzinger continúa sus reflexiones acerca de la eclesiología eucarística: la Iglesia, nueva comunidad visible de salvación, ha nacido de la Eucaristía, del Cuerpo de Cristo, y es en la Eucaristía donde la Iglesia tiene su permanente centro vital.8 De ahí también, como expondría en 1958 en una célebre conferencia pronunciada en el Instituto Pastoral de Viena, la necesidad de reconocer y vivir la Eucaristía como sacramento de la fraternidad.9 En los años posteriores al Concilio Vaticano II, Ratzinger vuelve una y otra vez a subrayar, con creciente profundidad, que la clave de la unidad en la Iglesia se encuentra en el misterio eucarístico. Así la describe en un texto de 1969:


«El contenido, el acontecimiento de la Eucaristía, es la unión de los cristianos a partir de su separación, para llegar a la unidad del único Pan y del único Cuerpo. La Eucaristía se entiende por tanto en sentido dinámico y eclesiológico. Es el acontecimiento vivo que hace a la Iglesia ser ella misma. La Iglesia es comunidad eucarística. Esta no es simplemente un Pueblo: constituida por muchos Pueblos, se transforma en un solo Pueblo gracias a una sola mesa, que el Señor ha preparado para todos nosotros. La Iglesia es, por así decirlo, una red de comunidades eucarísticas, y permanece siempre unida por medio de un único Cuerpo, el que comulgamos».10
 

En las homilías sobre la Eucaristía sostenidas en 1978 en la iglesia de San Miguel de München, el ya Cardenal Arzobispo Ratzinger observaba cómo hasta en la iglesia más humilde de un pueblo, en la celebración de la Eucaristía se hace presente el completo misterio de la Iglesia, al hacerse presente el Cuerpo de Cristo.11 Por eso, la Eucaristía se celebra siempre con toda la Iglesia; tenemos a Cristo, si celebramos la Eucaristía con los demás.12 De igual modo en una ponencia de 1984, titulada significativamente Communio, Ratzinger señalaba que el nexo de unión en la Iglesia tiene su fundamento en la Encarnación y la Eucaristía, que produce como efecto la transformación personal y de toda la comunidad, de manera que la comunión con Cristo es también necesariamente la comunión con todos los suyos.13 La Eucaristía es sacramento que crea unidad y que, a su vez, exige una unidad previa para poder ser celebrada.

 

La comunión eucarística nos lleva a la comunión con Cristo y con su Iglesia, para al final llegar a la misma comunión de todos con Dios,14 de manera que, para la salvación, la necesidad de la Iglesia coincide con la necesidad de la Eucaristía:

 

«La Eucaristía es nuestra participación en el acontecimiento pascual y, de esta forma, constituye la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. A partir de aquí se percibe la necesidad salvífica de la Eucaristía. La necesidad de la Eucaristía es idéntica a la necesidad de la Iglesia y viceversa».15

 

La esencial centralidad de la Eucaristía, en el ser y en la vida de la Iglesia, es tal que se puede afirmar que "la Iglesia es Eucaristía". Así lo expresaba el Cardenal Ratzinger en una conferencia pronunciada en Brasil en 1990:


«Iglesia es Eucaristía. Esto implica que la Iglesia proviene de la muerte y la resurrección, pues las palabras sobre la donación del Cuerpo habrían quedado vacías de no haber sido una anticipación del sacrificio real de la cruz, lo mismo que su memoria en la celebración sacramental sería culto de muertos y formaría parte de nuestro luto por la omnipotencia de la muerte, si la resurrección no hubiese transformado este Cuerpo en "espíritu dador de vida" (1 Co 15,45). [...] Los Padres compendiaron dos aspectos –Eucaristía y asamblea– en la palabra communio, que hoy vuelve a estar de nuevo en alza: Iglesia y comunión; ella es comunión de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y, por tanto, comunión recíproca entre los hombres, quienes –en virtud de esta comunión que les lleva desde arriba y desde dentro a unirse entre sí– se convierten en un solo Pueblo: es más, en un solo Cuerpo».16


Pero la Eucaristía no sólo crea la comunión necesaria en la Iglesia, sino que también promueve la misión y el crecimiento del Cuerpo de Cristo.

 

«Hemos de entender la Eucaristía –si se entiende bien– como centro místico del cristianismo, en la que Dios, misteriosamente, sale de sí mismo una y otra vez y nos acoge en su abrazo. La Eucaristía es el cumplimiento de las palabras prometidas en el primer día de la gran semana de Jesús: "Cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32)».17

 

De la Eucaristía fluyen las energías que hacen posible toda la actividad de la Iglesia; actividad que, en última instancia tiende precisamente a esto: a atraer y unir a todos a Dios en su Hijo Jesucristo por la gracia santificadora del Espíritu Santo. La celebración de la Eucaristía es la gran fiesta de la Iglesia, que conmemora y hace presente el misterio de Cristo y, con él, la alegría de la Pascua que se irradia hacia el mundo produciendo unidad entre los hombres.18

 

A propósito de la fiesta del Corpus Christi, es significativo un nuevo recuerdo biográfico. Ratzinger evocaba la espiritualidad tradicional de los bávaros de su país, al rememorar la procesión del Corpus Christi en sus años de infancia:

 

«Todavía siento el aroma que desprendían las alfombras de flores y el abedul fresco, los adornos en las ventanas de las casas, los cantos, los estandartes; todavía oigo los instrumentos de viento que aquel día en el pueblo se atrevían a más de lo que podían; y oigo el ruido de los cohetes con los que los niños expresaban su barroca alegría de vivir, pero con los que a la vez saludaban a Cristo en el pueblo como si fuera una autoridad venida de la ciudad, como a la autoridad suprema, como al Señor del mundo».19

 

Se proclamaba a Cristo como centro del mundo y de la historia. En cierto modo, la procesión del Corpus Christi se podría considerar como una alegoría de toda la Iglesia peregrina, con su inmensa variedad de vocaciones, dones y carismas, que camina por el mundo acompañando a Jesús-Eucaristía. Esta procesión podría ser una buena imagen para entender que la Eucaristía es fuente y centro de la Iglesia, alma de todo el mundo.


Como se pondrá de relieve también más adelante, en la doctrina eclesiológica de Joseph Ratzinger, junto a la Eucaristía encontramos necesariamente otro principio de unidad en la Iglesia: la unión con el Sucesor de Pedro y los Obispos. No como dos principios independientes, sino como esencialmente vinculados:


«La unidad de la Iglesia no se funda en primer lugar en tener un régimen central unitario, sino en vivir de la única Cena, del único Banquete de Cristo. Esta unidad del Banquete de Cristo está ordenada y tiene su principio supremo de unidad en el Obispo de Roma, que concreta su unidad, la garantiza y la mantiene en su pureza».20
 

 

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1     Cfr. BENEDICTO XVI = RATZINGER, Joseph, Jesus von Nazareth. Prolog - Die Kindheitsgeschichten (2012), p. 5.

2     Cfr. Ibid., p. 9.

3     MEIER, John P., Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico (Verbo Divino, Pamplona 1998), v. I, p. 230.

 

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