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Joseph Ratzinger - Bendicto XVI - Papa emérito

Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe

y Cardenal obispo de Velletri-Segni

De München a Roma

 

Casi un cuarto de siglo como una «bestia de carga»: el oso de Freising

(Roma, Italia: 1981-2005)

 

»Entretanto, yo he llevado mi equipaje a Roma y desde hace ya varios años camino con mi carga por las calles de la Ciudad Eterna.

[...] "Me he convertido en una bestia de carga y, precisamente así, estoy contigo"«.

RATZINGER, Joseph, Aus meinem Leben. Erinnerungen 1927–1977 (Stuttgart,1998).

 

En 1981, Juan Pablo II llamó al Cardenal Ratzinger a Roma para desempeñar el oficio de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un cargo que asume el 25 de noviembre. Hasta su ascenso al solio pontificio, el 19 de abril de 2005, transcurre prácticamente un cuarto de siglo al frente de este importante dicasterio romano.

 

En este largo período de tiempo, y en medio de otras muchas ocupaciones, se inscriben las obras compilatorias del Cardenal Ratzinger que componen un amplio cuerpo doctrinal, donde habría que destacar los títulos siguientes: Doctrina de los principios teológicos. Bases estructurales para una teología fundamental (München, 1982); Iglesia, ecumenismo y política. Nuevos ensayos para la eclesiología (Einsiedeln 1986); Llamados a la comunidad: entender hoy a la Iglesia (Freiburg 1991); . [La Iglesia. Una comunidad siempre en camino, Madrid 1992]. Comunidad de fe en camino. Iglesia como comunión (Augsburg 2002).

 

Desde esa nueva responsabilidad, intervino de nuevo al menos en tres ocasiones en el debate acerca de la correcta hermenéutica del Concilio. En primer lugar conviene evaluar el llamado Informe sobre la fe, publicado a mediados de los años ochenta. Después el Card. Prefecto detectó la emergencia de nuevas problemáticas en los años noventa. Y finalmente ofreció un diagnóstico sobre la situación eclesial con motivo de la celebración del fin del segundo milienio.

 

3.1 Informe sobre la fe (1985): «Descubrir de nuevo el Concilio»

 

De gran alcance y repercusión fueron las declaraciones hechas al periodista V. Messori que fueron editadas como libro. Este opúsculo vino a coincidir con la celebración de la asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos de 1985, que hizo una evaluación de la recepción del Concilio Vaticano II a los veinte años de su clausura. Despierta interés de manera especial el capítulo segundo: «Descubrir de nuevo el Concilio».47 En aquella entrevista, el periodista Messori retomaba la valoración hecha por el cardenal Ratzinger diez años antes:

 

“El Vaticano II se encuentra hoy bajo una luz crepuscular. La corriente llamada ‘progresista’ lo considera completamente superado desde hace tiempo y, en consecuencia, como un hecho del pasado, carente de significación en nuestro tiempo. Para la parte opuesta, la corriente ‘conservadora’, el Concilio es responsable de la actual decadencia de la Iglesia católica y se le acusa incluso de apostasía con respecto al concilio de Trento y al Vaticano I: a tal punto que algunos se han atrevido a pedir su anulación o una revisión tal, que equivalga a una anulación”.48

 

En medio de estas dos posiciones contrapuestas, el entonces Card. Ratzinger confirmaba su diagnóstico anterior: los cristianos son de nuevo minoría, más que en ninguna otra época desde finales de la antigüedad. “Resulta incontestable que los últimos veinte años han sido decididamente desfavorables para la Iglesia católica”. El Vaticano II, “en sus expresiones oficiales, en sus documentos auténticos”, “no puede ser considerado responsable de una evolución que –muy al contrario– contradice radicalmente tanto la letra como el espíritu de los Padres conciliares”.49 De ahí su consigna de no “volver atrás”, sino un “volver a los textos auténticos del auténtico Vaticano II”.

 

En su análisis denuncia que a este Concilio “verdadero”, “se contrapuso, ya durante las sesiones y con mayor intensidad en el período posterior, un sedicente ‘espíritu del Concilio’, que es en realidad su verdadero ‘anti-espíritu’”. Lo más característico de este pernicioso “anti-espíritu” (Konzils-Ungeist) es la consideración de que la historia de la Iglesia comienza con el Vaticano II, como si se tratara de un punto cero. “Es necesario oponerse decididamente a este esquematismo de un antes y de un después en la historia de la Iglesia; es algo que no puede justificarse a partir de los documentos, los cuales no hacen sino reafirmar la continuidad del catolicismo. No hay una Iglesia “pre-” o “post-” conciliar: existe una sola y única Iglesia que camina hacia el Señor, ahondando cada vez más y comprendiendo cada vez mejor el depósito de la fe, que Él mismo le ha confiado”.50

 

El Vaticano II, por otro lado, ha propiciado una revisión de las relaciones entre la Iglesia y el mundo. Valores surgidos fuera de la Iglesia debidamente purificados pueden encontrar su puesto en la vida y visión de la Iglesia. Pero es ingenuo pensar que Iglesia y mundo puedan encontrarse sin conflicto. A este respecto subraya que ya ha sido superada la fase de “aperturas indiscriminadas”. Es tiempo del coraje para el anticonformismo, es la hora de que el cristiano descubra responsablemente que vive en contradicción con eso que el Evangelio llama “el espíritu del mundo”.

 

En este momento, el periodista le planteó la pregunta de si la jerarquía deseaba cerrar la primera fase del postconcilio encaminada, en cierto sentido, a una especie de «restauración». La respuesta textual del Cardenal Prefecto fue la siguiente: “Si por «restauración» se entiende un volver atrás, entonces no es posible restauración alguna. [...] Pero si por «restauración» entendemos la búsqueda de un nuevo equilibrio después de las exageraciones de una apertura indiscriminada al mundo, después de la interpretaciones demasiado positivas de un mundo agnóstico y ateo, pues bien, entonces una «restauración» entendida en este sentido (es decir, un equilibrio renovado de las orientaciones y de los valores en el interior de la totalidad católica) sería del todo deseable, y por lo demás, se encuentra ya en marcha en la Iglesia. En este sentido puede decirse que se ha cerrado la primera fase del postconcilio”.51 

 

Reclamaba, en consecuencia, la lectura de la letra de los documentos conciliares para alcanzar así de nuevo su verdadero espíritu. Repetía la sentencia pronunciada diez años antes: el tiempo verdadero del Vaticano II no ha llegado todavía. Muchos de sus contenidos quedaron sepultados bajo el alud de publicaciones inexactas o superficiales. Estamos pues ante una crisis general de la Iglesia y de la fe.

 

3.2 Nuevas problemáticas de la fe y de la teología en los años noventa

 

El Card. Ratzinger nos ofrecía durante la década de los noventa un análisis de la situación de la fe y de la teología.52 A la pregunta: ¿cuáles son los aspectos que condicionan más gravemente la creencia cristiana y la fe de la Iglesia?, responde: Después de la caída del muro de Berlín y el derrumbamiento de los regímenes europeos de inspiración marxista, ha hecho crisis esa teología de la práctica política que había convertido la fe en acción concreta y redentora en el proceso de liberación.53 La teología de la liberación había querido dar una respuesta a la cuestión central para el cristianismo que es la redención, en un mundo marcado por la pobreza, el sufrimiento y la injusticia. La superación de esta situación requería no sólo una conversión individual, sino una lucha contra las estructuras de la injusticia. Los acontecimientos políticos de 1989 modificaron profundamente el escenario teológico, cultural y político. El relativismo se convirtió según Ratzinger en una filosofía dominante, que encuentra su expresión más típica en la teología pluralista de las religiones. Dicho relativismo implica la disolución de la Cristología y de la Eclesiología a manos del influjo creciente de las religiones de oriente y de ese espíritu irracional del «todo vale», que se deja sintetizar en esa religiosidad difusa, la cual es subsumida por la espiritualdiad difusa llamada New Age. Detrás de esta inquietud subyace el propósito de la Declaración Dominus Iesus de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

 

Finalmente, este cuadro sombrío se completa con el pragmatismo que el Cardenal Prefecto percibía en la cotidianidad eclesial. Él mismo cita dos fenómenos, que le preocupan. Uno de ellos consiste en “el intento por hacer extensivo a la fe y a la moral el principio de la mayoría, es decir, por «democratizar» finalmente la Iglesia”.54 Percibe en este proceso una tendencia en este sentido: quien tenga poder, determinará lo que debe ser creído. El otro aspecto se refiere a la liturgia, que estaría buscando de forma compulsiva una celebración de la vivencia, de lo embriagador y de lo extático. Y concluía Ratzinger: “Concedido que estoy cargando excesivamente las tintas. Lo que digo no describe la situación normal de nuestras comunidades. Pero ahí están las tendencias. Y por eso es preciso estar bien despiertos, para que no nos quieran meter subrepticiamente otro Evangelio diferente del que el Señor mismo nos entregó”.

 

3.3 Diagnóstico del año 2000: «La crisis de Dios se ha cifrado eclesiológicamente»

 

La crisis del cristianismo europeo no es primaria y definitivamente una crisis eclesial, sino una crisis de Dios. En reflexiones acerca de la Eclesiología de la Constitución dogmática Lumen gentium publicadas en el año 2000 hacía suyo el diagnóstico de J. B. Metz, el padre de la teología política: “La crisis de Dios se ha cifrado eclesiológicamente”.55 Con todo, los antecedentes más remotos de este diagnóstico podrían buscarse en el análisis de la situación europea que el joven teólogo Joseph Ratzinger hacía en 1958, a la edad de treinta años, y que puso bajo el título de «Los nuevos paganos y la Iglesia».56 A la vista de las estadísticas, Europa sigue siendo un continente cristiano, mas sólo engañosamente cristiano, ya que en el interior de su Iglesia está creciendo un nuevo paganismo que amenaza con socavarla desde dentro; no es, como antes, una Iglesia de paganos, es decir, una Iglesia que surgía desde la conversión de los paganos que se hacían cristianos. Más bien hay que hablar de “Iglesia de paganos” pero en este otro sentido: una Iglesia de los que se llaman nominalmente cristianos aunque en verdad se han hecho paganos. Dicho con otras palabras:

 

“El paganismo se ha instalado hoy en la Iglesia misma, y justamente ésta es la característica tanto de la Iglesia de nuestros días como también del nuevo paganismo, ya que se trata de un paganismo dentro de la Iglesia y de una Iglesia en cuyo corazón vive el paganismo”.

 

Ante el decadencia estrepitosa de la práctica religiosa, ante un sacramentalismo esporádico sin convicción, ante el caso normal del vecino incrédulo, ante el hecho del paganismo intraeclesial, el problema de fondo, teológico y pastoral es, cómo hacer que la Iglesia sea, según lo aseverado por una de sus definiciones más elementales, la comunidad de los creyentes. El diagnóstico no ha perdido un ápice de actualidad, sino que al cabo de los años, con aquel teólogo al frente la nave de Pedro, incluso la ha ganado.

 

En el trabajo sobre la eclesiología del Vaticano II, el entonces Card. Ratzinger hacía una recapitulación de la eclesiología conciliar en estos términos fundamentales: «El concepto de pueblo de Dios, la colegialidad de los obispos como revalorización del ministerio del obispo frente al primado del Papa, la nueva valoración de las Iglesias locales frente a la Iglesia en su conjunto, la apertura ecuménica del concepto de Iglesia y la apertura al mundo de las religiones; finalmente, la pregunta por el lugar específico de la Iglesia católica, que se concreta en la fórmula de la Iglesia una, santa, católica y apostólica de la que habla el Credo, “subsistit in Ecclesia catholica”».57, es decir en efecto subsiste en la Iglesia católica, pero no se identifica sólo con ella.

 

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