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Joseph Ratzinger - Bendicto XVI - Papa emérito

Memorias 3/5

Profesor universitario en Münster y perito del Concilio

 

Colaboración con Karl Rahner durante el Concilio

(Münster, Alemania: 1963-1966)

 

Extractos de la obra RATZINGER, Joseph, Aus meinem Leben. 1927–1977 (Stuttgart,1998).

 

»Mientras que mis relaciones con el arzobispo de Münichen, el cardenal Wendel, no habían carecido de complicaciones, entre el arzobispo de Colonia, el cardenal Frings, y yo nació de inmediato un entendimiento cordial y sereno«. »Mientras tanto, Juan XXIII había anunciado el concilio Vaticano II, reavivando, para muchos hasta la euforia, aquel sentimiento de renacimiento y de esperanza«. »Como miembro de la Comisión Central para la Preparación del Concilio, el cardenal Frings recibió los esquemas preparatorios („Schemata”), que debían ser presentados a los padres conciliares después de la convocatoria de la Asamblea Conciliar para ser discutidos y aprobados. Él me envió estos textos regularmente para que le diese mi parecer y las propuestas de mejora. Obviamente, tenía alguna observación que hacer sobre diferentes puntos, pero no encontraba ninguna razón para rechazarlos por completo, como después, durante el Concilio, muchos reclamaron y, finalmente, consiguieron. Indudablemente, la renovación bíblica y patrística que había tenido lugar en los decenios precedentes había dejado pocas huellas en estos documentos que daban así una impresión de rigidez y de escasa apertura, de una excesiva ligazón con la teología escolástica, de un pensamiento demasiado erudito y poco pastoral; pero hay que reconocer que habían sido elaborados con cuidado y solidez en las argumentaciones«.

 

»Finalmente vino el gran momento del Concilio. El cardenal Frings llevó consigo a su secretario Luthe y a mí como sus consejeros teológicos; consiguió también que al final de la primera sesión yo recibiese el nombramiento oficial como teólogo del Concilio (perito). No puedo ni quiero describir aquí la experiencia particularísima de aquellos años[...]«. »Pero el lector me concederá al menos ciertas excepciones«.

 

»El debate sobre la liturgia fue tranquilo y transcurrió sin profundas tensiones. Sin embargo, cuando fue presentado a debate el documento sobre las „fuentes de la revelación”, comenzó una dramática discusión«. »Con este texto [...] lo que estaba en discusión era todo el problema de la exégesis bíblica moderna, pero sobre todo la cuestión de cómo historia y espíritu pueden componerse y relacionarse recíprocamente en la estructura de la fe«.

 

»Determinante se reveló, por la forma concreta que asumió este debate, un presunto descubrimiento histórico que el teólogo de Tübingen J. R. Geiselmann sostenía haber hecho en los años cincuenta. En las actas del concilio de Trento había descubierto que, en la elaboración del decreto sobre la Tradición, en un primer momento se había propuesto una fórmula según la cual la revelación estaría «en parte en las Sagradas Escrituras, en parte en la Tradición». En el texto final, sin embargo, la expresión „partim... partim” fue evitada y sustituida por la conjunción «y»; Sagradas Escrituras y Tradición nos transmiten juntas la revelación. De ello Geiselmann deducía que Trento había querido enseñarnos que no existe división alguna de los contenidos de la fe entre Escrituras y Tradición, sino que más bien ambas -Escrituras y Tradición- contienen, cada una por cuenta propia, el todo; esto es, son en sí mismas completas«.

 

»Yo había tenido ya ocasión de conocer personalmente las tesis de Geiselmann en abril de 1956[...]«. »Al principio estaba fascinado, pero pronto se me hizo claro que el gran tema de la relación entre Escrituras y Tradición no se podía resolver de manera tan simple«. »En esto me ayudaron los conocimientos adquiridos con mis estudios sobre el concepto de revelación de Buenaventura. Encontré que la orientación de fondo de los padres de Trento en el modo de pensar la revelación había permanecido en sustancia el mismo que en la alta Edad Media«. »[...]La revelación, esto es, el dirigirse de Dios hacia el hombre, su salirle al encuentro, es siempre más grande de cuanto pueda ser expresado con palabras humanas, más grande incluso que las palabras de las Escrituras«.

 

»Las Escrituras son el testimonio esencial de la revelación, pero la revelación es algo vivo, más grande, que, para que sea tal, debe llegar a su destino y debe ser percibida; si no, no se produciría "revelación». La revelación no es un meteorito caído sobre la tierra, que yace en cualquier parte como una masa rocosa de la que se pueden tomar muestras de roca, llevarlas al laboratorio y analizarlas. La revelación tiene instrumentos, pero no es separable del Dios vivo, e interpela siempre a la persona viva que alcanza. Su objetivo es siempre reunir a los hombres, unirlos entre sí; por eso la Iglesia pertenece a ella. Pero si se da este sobresalir de la revelación respecto a las Escrituras, entonces la última palabra sobre ella no puede venir del análisis de las muestras rocosas –el método histórico-crítico–, sino que de ella forma parte el organismo vital de la fe de todos los siglos. Precisamente a aquello de la revelación que sobresale de las Escrituras, que, a su vez, no puede ser expresado en un códice de fórmulas, es a lo que denominamos „Tradición”«.

 

»Era claro que el texto debía ser ulteriormente elaborado y profundizado. Semejante trabajo requería también la intervención de otras personas. Por consiguiente, se decidió que yo elaborase junto con Karl Rahner una segunda redacción, más en profundidad. Este segundo texto, que se debe mucho más a la pluma de Rahner que a la mía, se hizo circular después entre los padres y suscitó en parte ásperas reacciones. Trabajando con él, me di cuenta de que Rahner y yo, a pesar de estar de acuerdo en muchos puntos y en múltiples aspiraciones, vivíamos desde el punto de vista teológico en dos planetas diferentes. También él, al igual que yo, estaba empeñado en favor de una reforma litúrgica, de una nueva posición de la exégesis en la Iglesia y en la teología y de muchas otras cosas, pero sus motivaciones eran muy diversas de las mías. Su teología -a pesar de las lecturas patrísticas de sus primeros años- estaba totalmente caracterizada por la tradición de la escolástica de Suárez y de su nueva versión a la luz del idealismo alemán y de Heidegger. Era una teología especulativa y filosófica en la que, al fin y a la postre, Escrituras y Padres no jugaban un papel importante y en la que la dimensión histórica era de escasa importancia. En cambio yo, precisamente por mi formación, estaba marcado principalmente por las Escrituras y por los Padres, por un pensamiento esencialmente histórico«.

 

»Había quedado claro que el esquema de Rahner no podía ser aceptado, pero también el texto oficial fue rechazado por una exigua diferencia de votos. Así que se debía proceder a rehacer el texto. Después de complejas discusiones, sólo en la última fase de los trabajos conciliares se pudo llegar a la aprobación de la Constitución sobre la Palabra de Dios, uno de los textos más relevantes del Concilio, que, por otro lado, no ha sido plenamente aceptado todavía. Al principio se puso en práctica sólo aquello que había pasado como presuntamente novedoso en el modo de pensar estos argumentos por parte de los Padres. La misión de comunicar las auténticas afirmaciones del Concilio a la conciencia eclesial y de darle forma a partir de ellas está todavía por realizar«.

 

»Mientras tanto, me encontré frente a una difícil decisión personal. Hermann Volk, el gran dogmá- tico de Münster, al cual, a pesar de la diferencia d.e edad, me unía una buena amistad, fue ordenado obispo de Maguncia en el verano de 1962. Me llegó entonces una oferta para ocupar su cátedra«. »Así las cosas, la decisión, fácil de por sí, se me hacía difícil, pero, después de haberlo pensado mucho, decidí rechazar la oferta. Debería haber sido mi última palabra, pero me había quedado una espina que se hizo notar dolorosamente cuando, en la tensa situación de la facultad de Bonn, tropecé con algunas resistencias considerabIes en relación a dos tesis de doctorado que tenían todas las probabilidades de terminar en un rechazo para los dos jóvenes estudiosos. Volví a pensar en el drama de mi oposición a la libre docencia y vi en Münster la vía que la Providencia me señalaba para poder ayudar a aquellos dos estudiantes. La convicción fue mayor cuando me di cuenta de que también en futuros casos debía esperar que en Bonn se dieran dificultades de aquel tipo, que ciertamente no debía temer en la situación de Münster. Estas razones, unidas al argumento precedentemente expuesto de mi mayor cercanía a la dogmática, adquirieron un peso que me hizo cambiar mi decisión anterior«.

 

»En el verano del año 1963 comencé mi enseñanza en Münster ante un vasto auditorio y con una dotación de personal y material bien distinta de la que tenía a mi disposición en Bonn. La acogida por parte del cuerpo docente fue totalmente cordial, las condiciones no habrían podido ser mejores«.

 

»El año 1963 infligió otra profunda herida en mi vida. Ya desde enero, mi hermano había notado que nuestra madre asimilaba cada vez peor el alimento. A mediados de agosto, el médico nos confirmó la triste noticia de que se trataba de un cáncer de estómago, que ya avanzaba veloz e inexorablemente por su camino. [...] El día después del domingo de «Gaudete», el 16 de diciembre de 1963, cerró para siempre los ojos«.

 

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