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Anton Aschenbrenner

Ex-párroco, casado y papá

 

 

1.1 ¿Por qué escribo este libro?

 

»¡Un párroco se convierte en papá y en desempleado!« – así comercializaron los medios mi »relato«. A ello reaccionó la Diócesis extremadamente indignada y me reprochó: ¿Acaso pretendía yo elogiar mi pecado? Y eso que yo mismo nunca ejercí activamente una labor como periodista. Los medios tuvieron simplemente interés en mi »caso«. Nunca quise elogiar mi violación al celibato, aún cuando de él nunca me avergonzé. Todo sucedió durante un proceso muy largo. La disciplina negligente de la Iglesia, la alegría hogareña de la parroquia, el ejemplo taciturno de casos similares de otros sacerdotes me han estimulado interiormente, a experimentar cada vez más profundamente mi relación amorosa. No niego en efecto, que fue mi decisión vivir así, pero me he atenido a las consecuencias y he abandonado también inmediatamente la Iglesia católica, para seguir mi propio nuevo camino. Me he enfrentado ante todo a las interpelaciones de los medios, como si no supiera nada. Quien por algo es cuestionado, responde, pensaba yo cándidamente. Cuanto más notaba, cómo la Iglesia hostilmente me trataba, tanto más me sentía fortalecido, para expresarme libremente y comencé a reflexionar a cerca de las diferentes facetas de la Iglesia, que he percibido. Importante fue siempre para mí, no confundir la Iglesia en general y la parroquia en particular con mi fe en cuanto orientación personal.

 

Mi Credo fue y es: nada quiero ocultar. Y pues esto no correspondía en absoluto al estilo, como la Iglesia maneja ciertos asuntos concretos, sean finanzas, situaciones personales o grupos de poder. Quien hizo mi historia tan conocida en los medios, no fui yo. Todo lo contrario, a menudo me he rehusado al morbo de sus indiscreciones, porque siempre fue lo mismo. Mi mensaje personal, la »situación de mi misión«, figuró la mayoría de la veces solamente al margen. Mi misión de configurar un mundo más humano, más ecológico y más justo, desapareció tras el epígrafe: »Párroco casado fue destituido«.

 

Un hombre debe decir sí a su hijo, también si por ello pierde su oficio.

Un hombre debe decir sí a su cónyuge a pesar de que un embarazo frene su carrera.

Un hombre dice sí a la fe, también si él encuentra oposición y si el obispo lo destituye.

¿No debería un obispo estar orgulloso, porque una comunidad permanece también en estas circunstancias leal a su párroco? ¿No es el valor de la sinceridad hecha pública más importante que la fidelidad a los principios, los cuales suponen antes lo humano? La comunidad reconoció la integridad del hombre, que valoró dinero, prestigio y futuro menos que la fidelidad a una mujer. Es decir al hombre, que quiere dar la cara por lo sucedido e intenta vivir honestamente con rectitud. ¿No está permitido, narrar la historia de un obispo, quien hace la vida difícil a un sacerdote, el que asume las consecuencias de sus acciones?

 

No trato, de injuriar a la Iglesia ni desacreditar la forma de proceder de mi obispo. Tan sólo relato la historia del itinerario de mi vida y del cambio de mi ruta previa. Quisiera resistirme a la tentación, de describir mi vida como lo hace la hagiografía a menudo. Conozco bien mis debilidades. Si bien no rindo una confesión pública de mis pecados, acepto mis incoherencias. Durante largo tiempo mantuve una relación amorosa discreta y de ello me arrepiento. Ahora no ejerzo como sacerdote, porque creo, que así contribuyo mejor al anuncio correcto de la Buena Nueva de Jesús. Soy un hombre, al que a ratos apresa la ira, y puedo por ello entender también a mi obispo. En el seno de la familia surgen conflictos a veces por cualquier bagatela y así uno se desahoga. Como papá puedo pedir perdón, sin que ello desacredite mi autoridad.

 

Solamente quien es sincero consigo mismo, puede crecer y eso quisiera para mí y para la Iglesia, a la que debo demasiado. Mi relato en los medios sobre mi violación al celibato responde a un interés latente de la población por los procesos dentro de la Iglesia al respecto. Dicho interés me parece algo positivo, pues nada sería peor para la Iglesia, que ella careciera de significado en la vida de la gente. Una Iglesia, la que a nadie inquieta, estaría condenada a la extinción.

 

Muchos mensajes de la Iglesia y muchos contenidos de la doctrina de la fe no tocan el mundo de la vida. Justamente por ello ha llegado a ser mi historia tan explosiva, porque incisivamente afecta al modo de vivir. Mi obispo reaccionó apresuradamente contra mí con severidad, me evadió para no dialogar conmigo y ostentó su poder sobre mí. Su actitud resulto contraproductiva. Quien penaliza así la valentía de un sacerdote frente a la verdad, favorece, que el siguiente párroco enfrente sus problemas preferentemente a escondidas. Una política de la intimidación tan ofensiva no conduce al gozo, sinceridad e iniciativa, sino a la esclerosis y a las decisiones por decreto.

 

Mi historia ha sido provechosa también para la Iglesia, porque ella puede reflexionar a partir de ello sobre un tema actual y vivaz, a saber cómo puede la gracia ser no sólo una palabra sino una experiencia real en un mundo a menudo despiadado. Por ello estoy agradecido también con mi obispo por esta historia. Tras el abandono del estado clerical he podido compartir más mi tiempo con mi hija Dorothea, a quien llamé así, porque ha sido un don de Dios.

 

Mi historia me ha enseñado, a valorar más la infinita potencia de la fe, para mover de su sitio las montañas. Mi error no lo veo como caída, sino como transición. A la luz de ello quisiera también alentar a muchos seres humanos con las siguientes palabras: ¡Puedes lograrlo! ¡En ti hay un poder, para mover montañas! ¡Mientras los tontos ven problemas, los inteligientes más bien desafíos! Quisiera alentar a otros, para que confíen en la potencia, que emana desde lo profundo y que con gusto me gustaría denominar „Dios”, pero no debo necesariamente utilizar esa antigua palabra.

 

Este aliento emanado de la potencia interna del amor, a la que muchos llaman „Dios”, pero no todos incondicionalmente, quiero sugerirles a aquéllos, a quienes celebran el don de un hijo y también a quienes se han despedido de una mujer, la que acarició su propia vida en lo esencial. Mis ceremonias con motivo del nacimiento de mi hija, del amor y de la muerte justo así como mis servicios de consejero se alimentan de la gracia, la que debí experimentar a consecuencia del giro de mi propia vida.

 

Gracias a Dios, que todo sucedió así, tal como sucedió.

 

Anton Aschenbrenner

Consagrado como sacerdote en 1988 en Diócesis de Passau, Niederbayern, Alemania.

Suspendido en 2003 por el Obispo Wilhelm Schraml de la Diócesis de Passau

y desde 2004 teólogo independiente.

 

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1.    ASCHENBRENNER, Anton, Ich liebe Gott und eine Frau. Ein Ex-Pfarrer erzählt (Deutscher Taschenbuch Verlag, München 2014), 7-12. La traducción castellana es mía.

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