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Anton Aschenbrenner

Ex-párroco, casado y papá

 

1.10 Mi vida hoy

 

De lunes a viernes me levanto a las 6:15 de la mañana. Aun cuando ya no celebro la Misa despierto el fin de semana a más tardar a las 7:00 a.m. Durante más tiempo no pueden dormir mis hijos.

 

No atiendo citas al caer el crepúsculo. Llevo mis hijos a la cama a las 20:00 horas. Y luego sigue regularmente el sentimiento maravilloso de la fiesta conyugal, al regresar mi mujer del cuarto de los niños junto a mí, para hablar en la intimidad. Aunque tengo poco tiempo para recibir visitas, a cambio tengo suficiente amor. La edad de mis hijos es agradable. No son latosos, ni enfermisos. Todavía no son adolescentes evasivos. ¡No! – Disfruto mi tiempo con ellos. Les ayudo en sus tareas escolares y los motivo a jugar y a ir de excursión. La mayoría de mis contactos son efímeros. Un saludo breve antes de una ceremonia, el encuentro durante la ceremonia y quizá una despedida al final. A veces sucede un reencuentro en otro ritual de una boda o de un funeral.

 

Mi antigua parroquia se ha convertido en un ancla, la que de nuevo levanto, para recorrer el amplio mundo. Disfruto mi paseos por el bosque, en donde me dejo inspirar por ideas geniales para mis alocuciones, cursos y ceremonias. Una perspectiva clara y gozosa necesita ejercicio corporal y aire fresco. No tengo horario fijo, sino una agenda caótica de compromisos. Para muchos es esta irregularidad una osadía, para mí un desafío orientado a la creatividad. No me dejo aplastar por el trabajo, sino que aprovecho pequeñas pausas, las que me indican, que soy el dueño de mis ocupaciones.

 

Puedo disfrutrar la pertenencia a una comunidad, la que es aún significativa para muchos seres humanos, aun sin pertenecer a la Iglesia. Como fuente de energía me sirve el silencio, el bosque, la naturaleza – más que la asamblea reunida para la alabanza a Dios. El mismo edificio vacío del templo no me ofrece tanta tranquilidad  como el bosque. Ejercitar el arte de vivir es un desafío permanente, el que se funda en la capacidad de poner en cuestión las propias convicciones.

 

Memorias son un paraíso, del que no seremos expulsados, dice un refrán. Y observo, que cuanto más viejo soy, tanto más gustosamente abro esta arca del tesoro. Cuando cumplí mis cuarenta años, comenzó mi interés en ellas. No he caído del cielo, soy hijo de mi tiempo y región. Planeo mi vida hoy de modo distinto que antes. De vez en cuando me preocupo por el futuro, porque deseo que mis hijos puedan estudiar, puedan desarrolar sus talentos y si ellos tienen hijos, que conozcan a su abuelo. Espero también naturalmente tenerlos cerca, si llego a la ancianidad.

 

Asistir a Misa no me gusta, tampoco participar en las grandes fiestas como Navidad o Pascua. Me he deshabituado de ello. No necesito los días festivos del calendario cristiano, ni extraño nada. Me pregunto, cuánto tiempo todavía pueda perdurar ese folklore religoso. La ausencia de los fieles en las Misas dominicales es cada vez más notoria. La gran institución con sus ritos petrificados deberá inculturarse en las nuevas situaciones. Muchos quieren motivar su esperanza con la elección del nuevo Papa, sin embargo supongo, que el tiempo de las multitudes para la Iglesia ya quedó atrás en su antiguo esplendor.

 

No me privo de nada, si no voy a la Iglesia. Uno puede organizar rituales y cuidado pastoral sin el gran consorcio religioso. Me acosa a veces la suposición, de que he abandonado el barco justamente antes del naufragio, sin haberlo planeado. Cuando fui párroco, reflexionaba permanente, sobre lo que podría hacer, para mostrar una Iglesia »más atractiva« para la gente, para las familias jóvenes.

 

Hoy vivo sin el respaldo ni los vínculos de la armadura protectora de la fe. Confío en mi razón y me fío en la red social y sobre todo en mi familia. Las bases se organizan a sí mismas, si necesitan ritos. Han madurado religiosamente. La libertad de convicciones religosas como derecho fundamental tiene también este aspecto. Liberarse de la tutela de los monopolios religiosos. Disfruto hoy en día estas nuevas posibilidades.

 

Algunos otros clérigos, los que han dejado el ministerio, trabajan después de ello todavía vinculados a la Iglesia, la que se avergüenza de ellos como colaboradores. Quieren todavía reformar a la Iglesia. No se atreven, a cocinar su propia sopa. En esto se ata la palabra »fe« según mi opinión: confío en el futuro, en ti, también en los otros, en la vida, en la forma como lo dijo Jesús una y otra vez: »tu fe te ha sanado«.

 

Éste es también mi »Credo«, el cual he experimentado de forma nueva como algo capaz de ser cargado en mi ajuste biográfico y el cual adjudico también a otros, que aún necesitan rituales. Si ellos han recibido un hijo, si ellos se unen a un partner por amor, sie ellos quieren despedirse de un ser querido, que ha muerto: »¡Confía en la vida, en el futuro!«

 

Ése es mi ejercicio diario, el que ocupa mi vida hoy en cada instante y el que no exige deberes, sino emana de una fuente de alegría.

 

 Anton Aschenbrenner

Consagrado como sacerdote en 1988 en Diócesis de Passau, Niederbayern, Alemania.

Suspendido en 2003 por el Obispo Wilhelm Schraml de la Diócesis de Passau

y desde 2004 teólogo independiente.

 

 

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